La Navidad en el León de hace cien años: el aguinaldo y, para los curas, las únicas vacaciones escolares

En los archivos que se conservan de algunas de las familias burguesas de primeros del siglo XX permanecen los cientos de aportaciones que hacían durante la época navideña en concepto de 'aguinaldos', es decir, costumbre propia de la Navidad que ya era común en la Antigua Roma para gratificar a súbditos, soldados o personal de servicio.

Justo aquí arriba se puede ver el aguinaldo de tres pesetas entregado por Pedro Fernández-Llamazares a los trabajadores del ferrocarril en contraprestación a la felicitación navideña de los obreros. Una práctica muy común de ir con esas tarjetas a las casas de los burgueses para conseguir un pellizquín. Las tres pesetas podrían ser más o menos unos 15-20 euros al día de hoy; teniendo en cuenta que una peseta daba para diez cafés a primeros del siglo XX, y hoy ronda los 1,60-1,70 en León por taza.

Aunque hoy es ya una costumbre en desuso, estas familias burguesas colaboraban con infinidad de pequeñas aportaciones al aguinaldo con carboneros, mozos de almacén, basureros, serenos, panaderos, monaguillos y obreros en general. Lo cual era un pellizco para los operarios como ya se ha contado... pero podía suponer un pico para los burgueses a lo largo de la Navidad.

Las cocinas económicas para los pobres

Durante la Navidad, especialmente, esta burguesía financiaba en buena parte, por medio de suscripciones, las denominadas cocinas económicas, como la de La Coruña (fundada en 1886), donde los más necesitados acudían a despacharse del plato de comida del que carecían. En el archivo de la Banca Fernández-Llamazares se encuentran depositadas varias relaciones del siglo XIX sobre las aportaciones económicas de los leoneses para paliar la pobreza y la mendicidad por las calles de la ciudad.

Eran suscripciones incentivadas, a título particular, por la burguesía, muchas de ellas gestionadas, a partir de 1906, por la denominada 'Casa de la Caridad', sita aún hoy en día al lado de la catedral.; en ellas se realizaban colectas que solían ser gestionadas y recaudadas por las esposas de los burgueses más relevantes de la ciudad. Durante la guerra, el propio edificio en la Plaza del Conde Luna de Octavio Álvarez Carballo, el mayor terrateniente leonés, albergó una cocina económica.

En la segunda década del siglo XX, con gran tensión social, el concepto de aguinaldo se fue reinterpretando (o malinterpretando). En León la lotería de Navidad no dejaba ni la pedrea, y mientras los diferentes bancos, como el Mercantil, aportaban cantidades a la Casa de la Caridad y su cocina económica, o en las escuelas de la calle del Cid se habilitaban clases los domingos solo para las sirvientas que así lo acreditasen, los presos también abrían una suscripción navideña en defensa de sus intereses, y el Estado prohibía conceder pagas extraordinarias a los funcionarios públicos.

En el colegio de los Padres Agustinos se recogía el aguinaldo, que consistía en el reparto de prendas de ropa a los pobres. Mientras, en los mejores bazares de la ciudad, como el de Rafael Braña, en la calle Cardiles, la decoración del negocio era presidida por un enorme y majestuoso ramo leonés, con su armazón de madera con forma triangular, semicircular o cuadrada, donde se sitúan 12 velas simbolizando los doce meses del año…

La nieve era más estampa navideña entonces que hoy, como se puede ver en la imagen superior de lo que hoy es Ordoño II a comienzos del siglo XX, cuando aún era la antigua calle de las Negrillas. El Ayuntamiento de León propuso (no aprobó oficialmente) cambiar el nombre de calle de las Negrillas por el de Ordoño II en sesión de 10 de octubre de 1863, en el momento en el que se aprobara “la alineación de la nueva calle de Las Negrillas […] debiendo tomarse terreno para la misma de los terrenos del Estado que están para anunciarse en venta”. Lo cierto es que pasó un tiempo hasta que se aprobara oficialmente el cambio de nombre a la calle. De hecho, el Boletín Oficial de la Provincia y la correspondencia consultada siguen denominando a la calle como “de las Negrillas” hasta la última década del siglo XIX.

En los planos de finales del siglo XIX se afirma que, estadísticamente, la ciudad de León permanecía nevada durante una media de 26 días al año, coincidiendo muchos de esos días, como no podía ser de otro modo, con los de la celebración de la Navidad.

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Las únicas vacaciones para los alumnos de los colegios, las de Navidad hasta 1885

A finales del siglo XIX, las escuelas dependientes y financiadas por el clero, con numerosos grupos de niños y otros tantos de niñas (pues recibían educación por separado) se anunciaban en prensa presumiendo de la calidad de su enseñanza y de que el único período vacacional escolar de todo el año era precisamente el de Navidad. Porque la Navidad y la preocupación y el deseo de bienestar para los niños siempre estuvieron íntimamente ligadas. Y es que, hasta 1885, no se fijó que el período vacacional (lo que hoy conocemos como “vacaciones de verano”) abarcase desde el 24 de julio al seis de septiembre. Eso sí, los maestros podrían o incluso deberían ir a conferencias para formarse durante ese período. Y aunque parezca paradójico, en esa época tanto el Clero como figuras supuestamente antagónicas como el mismísimo Giner de los Ríos abogaban y advertían sobre el peligro de que tantas vacaciones podían ocasionar “efectos desaconsejables sobre los hábitos intelectuales de los muchachos”. Parece ser que hoy todavía seguimos con el debate y la conveniencia de que España, con las vacaciones más largas de todos los países europeos, continúe con el mismo problema de que “para la gran mayoría de los menores que engrosaban el cuerpo de la infancia popular, las vacaciones siguieron siendo un espacio para el trabajo, el abandono o el tedio”. 

Por eso, la época de la Navidad era la única y más prolongada época para el descanso escolar de los niños. Como es sabido, y pese a las disputas y diversos debates, la ciudad de León (y la provincia en general) arrojó desde el siglo XIX un gran número de escuelas de niños y de niñas con un sistema o nivel de educación muy superior a la media del resto de provincias españolas. De este modo, hacia 1889, había en las escuelas municipales 629 alumnos y 319 alumnas; 170 en el hospicio, con 90 niños y 80 niñas; 302 en la escuela de las Carmelitas de la Caridad (Vedrunas), colegio fundado en 1877; 340 alumnos del Círculo Católico de Obreros y 100 en la Escuela Dominical.

A comienzos del siglo XX, según Medina Bravo, en una población de 17.000 habitantes había 1.969 niños en edad escolar (de seis a doce años) organizados en una escuela de párvulos, siete de niños (dos elementales y cinco superiores) y seis de niñas (dos elementales y cuatro superiores), además de algunos colegios privados. O dicho de otro modo: si cierto es que la educación en las numerosas escuelas repartidas por nuestra provincia dejaba bastante que desear en muchos casos, con profesores sin titulación (sobre todo en algunas zonas rurales) que apenas sabían “deletrear y pintar su nombre”, y de que muchos niños no acudían regularmente a las escuelas porque tenían que atender las necesidades laborales del campo de su familia (especialmente desde el comienzo de la primavera hasta la entrada del invierno), pero si nos atenemos a las estadísticas y a los informes y estudios publicados por eminencias como Melchor Gaspar de Jovellanos, Campomanes, Pascual Madoz (1849) o Policarpo Mingote en su Guía del viajero en León y su provincia (1879), León era, sin duda alguna, estadísticamente y por habitante, la provincia más instruida de España.

León, una escuela por 331 habitantes en el siglo XIX

Pascual Madoz, por ejemplo, publicó en su famoso Diccionario Geográfico Estadístico Histórico de España (1849) que había 807 escuelas en nuestra provincia de 267.438 habitantes, de los que 31.992 eran alumnos, es decir, una media o porcentaje de 11,95 alumnos por cada 100 habitantes. Dicho de otro modo, una escuela por cada 331,39 habitantes. Para 1880, Policarpo Mingote publicaba que, de 357.944 habitantes de la provincia leonesa, existían 1.287 escuelas públicas con un total de 51.270 alumnos. Dicho de otro modo, una escuela por cada 278,01 habitantes, con 14,32 alumnos por cada 100 habitantes y una media de 39,75 alumnos por escuela. En 1889 la población estudiantil de la ciudad de León se repartía del siguiente modo: 1.663 alumnos en el instituto de enseñanza media; 101 en la escuela de Veterinaria; 121 en la escuela Normal; 629 niños y 319 niñas en las escuelas municipales; 90 niños y 80 niñas en el hospicio; 257 alumnos en la Sociedad Económica de Amigos del País; 202 en la escuela de Carmelitas; 100 en la escuela Dominica; 340 en el Círculo Obrero Católico y 480 alumnos en el seminario. Los datos de la ciudad de León son relevantes para una población que entonces rondaba los catorce mil habitantes. Las cifras se explican por sí solas y no merecen más comentario.

Eso sí, las escuelas dependientes del Cabildo Catedralicio (y otras) seguían pensando después de 1885 que las únicas vacaciones a las que debían atenerse los niños eran las de Navidad…