Los servicios públicos en el León de hace cien años: calefacción, pavimentación de madera, saneamiento y agua corriente
La vida a primeros del siglo XX era bien distinta: un proyecto para instalar la calefacción costaba 'un ojo de la cara' para conseguir tan sólo temperaturas de 15 a 18 grados cuando hacía cuatro bajo cero fuera. La burguesía leonesa tuvo que asociarse para financiar el agua corriente fuera de las murallas en el Ensanche
A comienzos del siglo XX la población aumentó hasta superar los 15.000 habitantes (tenía 10.000 veinticinco años antes) y el abastecimiento del agua volvió a convertirse en un problema. Los pozos artesianos o caseros volvieron a ser insuficientes, y además surgió otra dificultad, que fue el del aumento de pozos negros, que ponían en peligro la salubridad de las aguas. Las fuentes públicas tampoco abastecían suficientemente. Las aguas de las presas, por otro lado, daban suficiente caudal para el riego de las vegas orientales y occidentales de la ciudad, pero no abastecían el consumo humano.
Las aguas llegaban desde tiempos inmemoriales por una cañería que entraba por la actual plaza del Espolón, suministrando el líquido a las fuentes públicas que, en el siglo XVIII, con el impulso de los reinados ilustrados, se reconvirtieron en fuentes ornamentales. Pero en las viejas casas leonesas era el pozo instalado en el patio el que suministraba el agua necesaria.
Pavimentación de madera
Para explicar este fenómeno –como tantos otros hechos históricos del siglo XX– nos debemos ir a buscar los antecedentes sobre la pavimentación y el alcantarillado en el siglo XIX: a finales del siglo XIX, algunas calles del centro de la ciudad estaban pavimentadas con madera, aunque otras “con los guijarros más temibles”. Esta técnica de la pavimentación en madera vino importada de Europa, y llegaría a extenderse a algunos países de América como Chile. Se utilizaban bloques rectangulares o hexagonales de madera para cubrir varias extensiones de tierra por las que pasaban los caballos; aún es posible encontrar calles de Londres en las que permanecen. En la segunda mitad del siglo XIX los adoquines de madera se instalaban con una capa de tablones sobre una base de cemento y, sobre ellos, los adoquines en posición vertical, y seguidamente se vertía un líquido asfáltico para evitar que se expandieran con el agua, el barro y los orines de los caballos, que perjudicaban mucho esta técnica de pavimentación.
Históricamente, los cuatro principales tipos de adoquines que se han utilizado para pavimentar áreas urbanas son los de piedra, de madera, los cerámicos y los de hormigón. Los primeros adoquines de piedra que se utilizaron fueron guijarros de río colocados sobre una capa de arena, sellándose las juntas con una argamasa de cal y arena. Los adoquines de madera solían encontrarse en las principales calles de León (y del resto de ciudades) porque eran una alternativa a los de piedra, ya que reducían el nivel de ruido que provocaban las ruedas de acero y las herraduras de los animales. Tenían una longitud comprendida entre los 12 y los 25 centímetros, y entre los 7 y 10 de anchura, con una separación entre ellos de 3 mm, que se rellenaban con residuos oleosos. El problema de la madera era que se degradaba antes que otros materiales. Cuando a partir de 1900 se empezó a circular con vehículos a motor provistos de neumáticos, el pavimento de madera dejó de tener sentido definitivamente. En León, el 4 de junio de 1886 se acordó por el Ayuntamiento probar la pavimentación de madera en la calle del Conde de Rebolledo y en todo el frente de las casas consistoriales, y al año siguiente se adoquinó de madera la calle de La Rúa en la parte comprendida entre la desembocadura de la del Conde de Rebolledo y la del Teatro, y se construyó de asfalto las aceras y el resto de la calle hasta la de San Marcelo. El Ayuntamiento cedió los derechos para el adoquinado de madera –y también los de asfaltado– a un sevillano llamado Antonio Vázquez.
Como el pavimento de madera se degradaba más rápido que otros materiales en 1892 el Ayuntamiento hubo de adquirir cuatro millares de adoquín de pino sin sangrar con destino a la reparación de los entarugados de madera de las calles de esta ciudad. Por cierto, fue en 1887 cuando se terminó de construir un urinario en la Plaza de Santo Domingo. Se utilizaban tubos de hierro para la conducción de agua potable por todas estas calles en obras. También se utilizaban por aquellos años los adoquines de granito para pavimentar, como en la calle de San Marcelo (primer tramo de la calle Ancha, que costó 1.025 pesetas, delante de la casa del Café Victoria, capilla de Santo Cristo y fachada del palacio de los Guzmanes).
El saneamiento
Entre 1883 y 1890 se construyeron muchas alcantarillas, fundamentales en el saneamiento de la ciudad. Por ejemplo, desde la plazuela de la Plegaria hasta empalmar con la general en el arco de Santa Ana, u otra con salida en la plaza Mayor que pasaba por la calle de los Cardiles y primer trayecto de la del Pozo. A finales de 1884 el Ayuntamiento aprobó la construcción del primer trozo del colector general, y otras alcantarillas en las calles de Puerta Moneda, Herreros, La Rúa, Concepción, Zapatería, AzabacherÍa, Conde de Rebolledo y adyacentes, así como el desagüe de la alcantarilla de Serradores y su empalme con el colector general del desagüe de la calle de Santa Cruz. Se expropió una finca en La Chantría para la construcción de una alcantarilla-colector (1884) y se siguieron construyendo alcantarillas y canalizaciones o atarjeas a partir de 1885 en Puerta Moneda, Herreros, La Rúa, Concepción, Zapatería, Rebolledo, Azabachería, Santa Cruz, Caño Vadillo, plaza del Conde, San Marcelo, Tarifa, Puerta Moneda, Cid, Serranos, Travesía y plaza de Omaña. En 1891 se nombró una comisión especial en el Ayuntamiento con el fin de tratar con el Sindicato de la Presa de San Isid(o)ro la acometida de la alcantarilla a la mencionada presa en las afueras del Castillo, y se instaló tubería de hierro para conducir agua al Rastro-Matadero…
A pesar de los enormes y posteriores avances, el alcantarillado y las conducciones de agua potable no son mérito exclusivo del primer tercio del siglo XX. Aunque en los barrios existían graves problemas de suministro de agua –y existieron hasta muy avanzado el siglo XX–, en las viviendas del centro de la ciudad existía el agua corriente. Por ejemplo, Teodora Blanco Escobar (tatarabuela de quien esto escribe) enviaba una carta a su marido Rutilio, que se encontraba en Madrid, desde la calle Ancha número 12. Era el 15 de mayo de 1906 y la carta se recibió en la capital de España dos días más tarde:
Mi querido Rutilio: Recibí todas tus cartas y por ellas vemos que estáis muy entretenidos y que gastáis las perras alegremente, de lo cual me alegro porque cuando se usan para divertir, así debe ser. Por D. Pascual [Pallarés] supimos que estáis almorzando en el café con toda tranquilidad y sin posada porque os había él colocado donde estaba. Dile a Perico [su hijo Pedro Fernández-Llamazares], porque a ti se te olvida, que compréis la llave para el agua del fregadero, para quitar la que tenemos, porque en esa [Madrid] habrá donde escoger, y tú ya puedes ver si te quitan los callos de los pies, no vuelvas 'pa acá' lo mismo. Por aquí no ocurre nada de particular, todos estamos bien, Isaac [el otro hijo, hermano mayor de Pedro] no dice nada porque está durmiendo la siesta y después no puede porque es mucho lo que tiene que estudiar, según él, solo me encarga que digas a Perico que a Isaac le parece que debe estar hecho un panoli por las calles de Madrid porque no nos dice nada.
Sin otra cosa, un abrazo de él con otro mío, pues te quiere tu Teodora .
La ciudad, como tantas otras, arrastraba problemas heredados del siglo XIX, como las epidemias, que habían diezmado en varias ocasiones a la población. Es sabido que León fue la segunda ciudad española en incorporar la energía eléctrica. En 1889 estaban instalados 359 focos de alumbrado público y 588 focos en domicilios particulares. La primera electricidad que se utilizó en la ciudad fue de origen térmico y producía electricidad continua, con motores instalados en las afueras de la ciudad.
En 1889 el suministro corría a cargo de la Sociedad Electricista de León. Anteriormente el alumbrado público había funcionado con gas. Gas derivado del carbón. En el archivo de la banca Fernández-Llamazares se conservan documentos del siglo XIX con exhaustiva relación de los precios de este combustible en la ciudad de León. Tenemos que remontarnos al año 1826 para que en Barcelona se encienda, como sistema de alumbrado público, el primer farol de gas.
Está claro que la innovación estaba muy presente en el ánimo de la burguesía.
La Burguesía financió el suministro de agua extramuros
El suministro de agua extramuros era un asunto crucial, y como siempre ha pasado, quien se lo podía permitir no reparaba en gastos para solucionar sus problemas. Algunos de los propietarios de León, en acuerdo con algún otro de Villada (Palencia) se pusieron de acuerdo a finales de 1905 para formar una asociación y contratar los servicios de una gran máquina perforadora que se trajo a León desde Madrid por 8.000 pesetas para “practicar perforaciones de aguas artesianas con el objeto de dedicarlas al riego y suministro de sus respectivos predios”.
La nómina de los propietarios que hicieron esta asociación incluye a Fernando Merino Villarino, en ese momento residente y diputado en Madrid; Julio Eguiagaray Mallo, con propiedades en amplios terrenos de Santa Ana, donde estaba la fábrica familiar de curtidos; Ramón Pallarés Nomdedeu, denominado popularmente como el médico de los pobres, presidente de la Real Sociedad Económica de Amigos del País y presidente de la Caja de Ahorros y Monte Piedad de León; Santos Sánchez León; el ingeniero jefe de Obras Públicas de la Diputación leonesa Manuel Diz Bercedoniz, hombre fundamental en la historia del urbanismo leonés y su ensanche; el médico Isaac Balbuena Iriarte, quien ejerció como presidente de esta asociación (y quien residía en la calle Claudio Coello de Madrid y había heredado una pequeña parte de las propiedades adquiridas en las diferentes desamortizaciones por su abuelo Gabriel Balbuena, marqués consorte de Inicio); Gerardo García Alfonso y Florencio Alonso González, este último de Villada (localidad de la que fue su alcalde), que sería el primer lugar donde la máquina perforadora y de sondeos trabajaría durante 25 días antes de llegar a León. En el protocolo número 484 de 28 de diciembre de 1905 ante el notario de León Mateo García Bara se da buena cuenta de todos estos avatares por los que pasaron una buena parte e los principales burgueses de la época para conseguir el agua…
No fue hasta la segunda década de 1900 cuando se acometieron las infraestructuras modernas para el suministro de agua y construcción de alcantarillado en una ciudad que se extendía rápidamente. El consumo de agua en León, en 1861 era de 5.690.000 metros cúbicos, de los que 2.251.000 se utilizaban para consumo doméstico, 276.000 para uso industrial y 3.163.000 para las fuentes públicas, con 9.271 abonados para consumo doméstico y 392 en industrias.
En la zona vieja de intramuros ya existía una red de alcantarillado creada a finales del siglo XVIII muy mejorada y ampliada entre 1882 y 1886, compuesta de más de 1.990 metros de alcantarilla y 2.853 atarjeas. No quedó más remedio, durante el primer tercio del siglo XX, que sondear hasta capas profundas del Terciario, pues la tecnología del momento lo permitía. Así que entre 1920 y 1930 se perforaron hasta 44 pozos artesianos con mayor o menor éxito, los diez primeros costeados por el Ayuntamiento, otros dos por la Diputación y el resto por particulares como José Eguiagaray Pallarés, Miguel Gutiérrez Díez Canseco, Santiago Alfageme o José Botas, aparte de los ya mencionados en 1905: Fernando Merino, Ramón Pallarés, Isaac Balbuena, Manuel Diz…
Una vez que el Ayuntamiento concedió en 1923 y adjudicó a Antonio García Ballesteros la traída de aguas a la ciudad desde el río Torío, el industrial leonés se comprometió a suministrar un caudal de al menos 200 litros por segundo. Enseguida se creó una empresa llamada Aguas de León, en quien delegó el Ayuntamiento sus responsabilidades. El agua llegó a León en 1924 y comenzó a suministrarse ese mismo año.
El cambio fue notable. Garantizando aquellas obras de hace cien años poder ampliar sólo con otras medio siglo después (con la traída del Porma) el consumo que tenemos hoy en día. La misma empresa, Aguas de León –que sigue siendo pública en manos del Ayuntamiento leonés–, mantiene a día de hoy 405 kilómetros de alcantarillas, al que se acceden a ellas por más de once mil registros y calculó que en 2020 la capital leonesa consumió 14 millones de metros cúbicos. El doble que hace más de un siglo.
Instalar calefacción para una media de 15º en casa en el frío León de 1908 costaba más de 3.700 pesetas
En cuanto a la calefacción, el auge de las instalaciones se produjo precisamente a comienzos de la segunda década del siglo XX, pero la alta burguesía ya había introducido estos adelantos años antes, como en el caso de Secundino Gómez o Catalina Fernández-Llamazares, propietarios de innumerables propiedades en nuestra ciudad (y en otros muchos puntos de España y el extranjero). Estos propietarios querían habitabilidad en sus propiedades, porque hermosos edificios modernistas, como los de Gaudí, habían carecido de funcionalidad práctica precisamente por la completa ausencia de calefacción instalada.
Para muestra, los siguientes documentos de la casa de este matrimonio sobre presupuesto de instalación de calefacción en una de sus propiedades de la Plaza del Conde fechado en 1908, con presupuesto de 3.720 pesetas. Un proyecto de instalar 14 radiadores (quitándo los proyectados en el baño para poder poner “dos más en la planta principal”), con una garantía de temperatura de la casa marcada así: “La temperatura que hay que alcanzar en los despachos, comedor, gabinetes y capilla es de 18 grados centígrados y en el pasillo y dormitorios de 15 grados centígrados, admitiéndose como base una temperatura exterior de cuatro grados bajo cero”. Las obras tenían una garantía de un año, por los materiales, y se acordaba que “las diferencias que pudieran ocurrir entre ambas partes contratantes serán zanjadas por vía amistosa nombrándose a este efecto dos amigables componedores y en caso de discordia entre ellos nombrarán de común un tercer componedor a cuyo fallo se someterán”.
Con una peseta se podía comprar a primeros de siglo cuatro kilos de pan, o cinco litros de leche, o diez kilos de patatas, o una docena de huevos, o diez kilos de cebollas, o dos tortillas de patatas para cuatro cada una, o dos litros de aceite de oliva, o tomar diez cafés en un bar, o diez viajes en tranvía. Podemos calcular cuánto sería en la actualidad sabiendo que comprar unos zapatos en aquella época supondrían 8 pesetas, con lo que podemos colegir que podrían comprarse 465 pares de zapatos. A una media de 80 euros hoy en día, comprando calzado de calidad, la instalación podría haber costado a precio actual la nada despreciable cifra de unos 216.200 euros.
Y es que, mientras la mayoría de los propietarios leoneses contaban en reales (25 céntimos de peseta), otros pocos contaban en duros (5 pesetas)…
El problema del abastecimiento de agua y calefacción fue —y siguió siendo hasta la mitad del siglo XX— serio y constante. En 1950 había aún barrios a los que no les quedaba más remedio que acudir a las fuentes públicas para conseguir el imprescindible elemento vital. Claro que tampoco debemos olvidar que este no fue un exclusivo problema de nuestra ciudad. Grandísimas y bellas ciudades, como París, mucho más pobladas y consecuentemente mucho más hacinadas, conservaban los mismos problemas…
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