Servicio contra negocio

Rastrojos en la Maragatería.

Duele en la carne de los leoneses la quemadura de su tierra con los incendios pavorosos de agosto. La naturaleza es sabia y avisó en bosques y campos que el follaje de una primavera extraordinaria en pluviosidad, iba a convertir el vergel pasajero en el inmenso rastrojo que haría de combustible de altísimo octanaje, del fuego que ha arrasado hectáreas, llevándose a su paso enseres de un paisanaje al que ya no le queda ni el esbozo de un entorno como lo conoció en su vida.

No hacía falta ser un especialista en materia forestal. La intuición ya decía que si el verano venía de malas, y llegó así, el alimento de las llamas estaba servido en bandeja de plata. Las sospechas razonables y legítimas del pueblo, una vez más, fueron desoídas en los despachos del poder. Este poder líquido, dimitido de la solidez argumental, no supo o no quiso responder a las preguntas y preocupaciones que con bastante antelación estaban en la inquietud de la población llana.

La dana del pasado octubre en la Comunidad Valenciana ya dio el primer clarín de aviso. No se actuó ni en el antes ni en el ahora. Y ya conocemos el después, excusas con las cortas patas del engaño, las contradicciones y el tapado de la realidad. Los incendios actuales han seguido la misma pauta en pasado, presente y llevan las mismas trazas en la conjugación de futuro: el triste e infantil recurso de culpar al otro. Demasiadas veces visto y oído para nuestro hartazgo.

Tanto en el territorio mediterráneo como en el castellano y leonés, las responsabilidades de gobierno recaen en el mismo partido, el PP, el principal de la oposición en la órbita de la Administración Central. Los principales dirigentes del grupo opositor se han dejado seducir por los modos y maneras de la baronesa de la comunidad capitalina, conocida por sus hechos y trayectorias de entrega a los dineros y plusvalías. Las mayorías absolutas hipnotizan a este partido, quizás por las muchas semejanzas que tienen con las dictaduras, como manifestó Churchill.

En Díaz Ayuso, y en casi todos los barones de este partido, es fácil detectar una política de escepticismo, incluso desprecio, hacia la parte social de la economía. Contrapone la rendición sin condiciones hacia la vertiente de la inversión especulativa de los millonarios. La ciudadanía de a pie, y no digamos la de la España vaciada, son un obstáculo para sus delirios de grandeza que hay que superar por la vía del ninguneo, cuando no del olvido. Sirva esto como punto de partida para explicar, por ejemplo, el porqué de que en los últimos años se haya recortado un acumulado del 50% la dotación de atención y prevención de incendios en la España forestal, la menos desarrollada y la más necesitada de los servicios hacia los que el liderazgo político atiende con el enjuague, como en el caso de Castilla y León, de una privatización de las tareas. Si el servicio no es negocio, que no lo puede ser, tenemos este ejemplo de pan como unas hostias.

El guirigay legislativo

En el entramado aparecen las interpretaciones legislativas a conveniencia, otro motivo de desconcierto para el sufrido contribuyente. Estos territorios no cejan en la demanda de transferencias de la Administración Central. Parece claro que la normativa en la gestión de catástrofes está entregada a las autoridades autonómicas, y que el paso a la emergencia nacional debe ser solicitado al Gobierno de la nación por las autoridades territoriales. El COVID, la Dana y los incendios han fabricado una polémica estéril con los grados de responsabilidad entre unos y otros, que no obedece a más interpretación que evadir responsabilidades de gobierno cuando vienen mal dadas. ¿Puede tener fiabilidad cara al ciudadano un modelo territorial que no se atiene al espíritu de la letra legislativa que el mismo reclama o exige para tener razón de ser su autogobierno? Si no se aplica la coherencia con lo que se ha pedido y asumido, será el sistema el que haga crisis.

La cuestión queda incompleta, si a esta hambre no se asocian las ganas de comer de la otra acera. El gobierno socialista abandera como bálsamo curalotodo el estandarte del progresismo. Pero sigue en el olvido de la máxima de C.S.Lewis, relativa a que el mejor progresismo es el que da dos pasos atrás cuando se bordea el abismo. El ecologismo y otras reivindicaciones llamadas tangenciales se han abonado a la casuística de una religión laica asentada en dogmas que han hecho perder la perspectiva. Para recuperar el sentido auténtico del debate, asuntos como este tienen que instalarse en la esfera civil de dar y tomar.

Ese dogmatismo ha provocado una paralización de actuaciones en el entorno forestal que hubieran ayudado a atenuar los efectos destructivos de esta cadena ígnea. Por supuesto, sin menoscabar que la protección de la naturaleza es una urgencia para la humanidad que necesita de actuaciones rápidas, pero no apresuradas. Esta cirugía exige manos tranquilas en el bisturí, nunca nerviosas.

Las catástrofes no van a desaparecer del planeta. La naturaleza tiene su orden. Pero no la enfademos más. Cabreada es temible. Lo acaba de demostrar a poca distancia de nuestros cinco sentidos.

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