Premios mercenarios

Un momento de la gala del premio Planeta de 2025.

Hubo un tiempo, no lejano, pero olvidado con rapidez, en el que los actos necesitaban aparte de su esencia, la presencia. La costumbre se apoyaba por regla general en la firmeza de una frase corta que, con el sedimento del tiempo, evolucionaba a refrán. Una de buen encaje con la frase inaugural es: “A la mujer del César no le basta con ser honrada, tiene que parecerlo”. Hecha la limpieza del sexismo implícito e injusto, habrá que convenir que el mensaje, ya filtrado, es un aviso a la necesidad extraviada de acometer las actuaciones de liderazgos personales e institucionales con la complementariedad obligada de una fachada convincente.

La apariencia no es la parte endeble del ser. Junto al parecer, ha de convivir en cualquier manifestación de decisiones o intenciones. El proceder en lo externo es acompañante de la actitud. Ciertas etiquetas, sobre todo en materia de vestimenta, pueden parecer incómodas para la unidad, incluso decimonónicas, pero son una demostración de respeto a la colectividad de una organización, fundación o institución que también se reviste del derecho a arbitrar sus rituales si la individualidad persigue la afiliación al selecto club. A modo de patrón, un discurso de ingreso en la RAE, compagina, en perfecto acorde, la magnificencia intelectual del nuevo miembro con el ceremonial inherente del chaqué. Todos se avienen.

El problema reside en que la apariencia se ha difuminado en confusiones de espontaneidad personal, por no decir provocación. Esta práctica ha calado en el orden social, y hoy la palabrería, la berrea, conforma el todo en el debate social. No es de extrañar que la declaración oral a rienda suelta cale en la conciencia colectiva hasta formar el lodazal.

Acudo a un patrón de la calle. Acaba de fallarse la edición anual del Premio Planeta, el mejor dotado en la literatura en español: un millón de euros, cifra suficiente para el relevo de la buhardilla al salón en la actividad creativa. La espectacularidad de esta recompensa, imán atrayente, es, a su vez, el cordel de la atadura.

Mercado versus literatura

Con esa dotación, la editorial convocante desvía el espíritu de un certamen de estas características, de la calidad creativa a la operación mercantil. Apuesta tan cuantitativa no puede dejarse al albur de un nombre sin relevancia social o mediática. Y si el elegido de antemano es tertuliano de la cadena televisiva de la que es accionista la editora, todo encaja en la cultura del pelotazo. Por cierto, la misma táctica con el premio de hace dos años. La significación del premio queda en el entredicho, porque la apariencia de la creatividad ha sido dinamitada por la pragmática mercadotecnia, nula en la imaginación de las letras y poderosa en la de los números.

Con semejante estrategia, Planeta lo único que ha dejado en claro con los fallos de sus premios es la falta de pudor hacia lo que se supone una clientela de lectores. Por un lado, desprecio hacia esa nómina a la que trata, con dosis de soberbia, como una burricie que traga todo lo que se le eche con el solo argumento de ser un rostro conocido. No hay noticias de la literatura, que ni está, ni se la espera. Por otro, contamina una más que apreciable catálogo bibliográfico con su sello, obligado a convivir con creaciones narrativas, cuando menos discutibles, en un olimpo de buenos escritores y escritos. 

Y un tercer vértice, el desprestigio de un jurado con nombres ilustres en la ciencia de contar historias que, o bien andan despistados en coger el punto a una estética narrativa, o bien asumen el papel de la apariencia de usar y tirar. Que yo recuerde, Juan Marsé, un galardonado en el pasado, y miembro de este tribunal, se retiró de ese cometido con una carta en la que salieron ampollas a los destinatarios, confirmando a la opinión pública el secreto a voces del pasteleo. De verdad, resulta inconcebible que en más de mil obras presentadas a concurso, no haya tres, dos, siquiera una, superiores en calidad de relato a la galardonada, por ende, con el sello de la casa y el loable mérito literario de ser autoría de una cara de pantalla. La fiabilidad del fallo es del todo cuestionable que sea y parezca. 

Por simple justicia, quiero descartar cualquier opinión sobre la trama, nudo y desenlace del relato ganador. No lo he leído, y hacer prejuicios sobre el mismo es un ejercicio de osadía. Sí anticipo que no lo compararé, y lo leeré si opiniones autorizadas me mueven a ello. El corpus argumental se enfila hacia las muchas sospechas de esta elección. 

El premio Planeta es un premio unidireccional. Solo una cantidad. Por eso no necesita más etiqueta que el cheque entregado al ganador. Seguirá la parafernalia de los lanzamientos como carnaza para el lector no literario que tan bien disecciona el escritor C.S.Lewis. La reserva espiritual de los galardones con el ser y el parecer está todavía a resguardo en los Nobel, y en clave patria, en el Cervantes o Princesa de Asturias, de reconocimiento a una trayectoria, no a una obra, junto a la grandeza indisociable de su entrega en discursos y atrezos que perpetúan la fama del autor y del premio, escondiendo el buen pellizco de la pasta gansa, que también la hay. El debate inducido entre las élites y las masas literarias queda desactivado con esta distinción.

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