Pensiones de autónomos y pensiones no contributivas

Pensionistas jubilados.

La cosa está bastante clara: la pensión mínima de un autónomo, después de haber cotizado un montón de años, por la base mínima, es de 765 euros, o ese es el último dato que tengo. La pensión no contributiva, que se paga incluso a los que no han cotizado nunca, es de 518 euros. Por tanto, la diferencia entre cotizar toda la vida y nunca, son 247euros al mes, a la hora de la jubilación.

No se trata aquí de hacer de justicieros, pidiendo que se retire la pensión no contributiva al que nunca cotizó, ni de decirle al autónomo que no cotice por el mínimo. Vamos a suponer, porque hoy estamos de buenas, que el que cobra la no contributiva es porque no pudo cotizar, y el autónomo que cotizó por el mínimo lo hizo porque no pudo cotizar por más. Y lo vamos a suponer para ambos casos, porque hay mucho partidario de la Ley del Embudo que sólo ve mala intención al otro lado del río.

La cuestión, lo que realmente importa, es la diferencia. Doscientos cuarenta y siete Euros. En eso se tasa la diferencia entre aportar al sistema y no aportar.

Siempre con datos aproximados, aunque la inexactitud puede ser muy poca, la cotización mínima de un autónomo es a día de hoy de 294 euros. Así que pagan 294 al mes durante treinta o treinta y cinco años para recibir, el tiempo que vivan tras la jubilación, 247 euros más que el que no pagó nada. Y recibirlo en dinero con menor valor que el dinero que se pagó, que para eso está la inflación.

Así las cosas, ya me diréis qué tiene de extraño que la gente trabaje en negro y meta el dinero debajo de una teja para cuando llegue el día de la jubilación. Es triste, pero el sistema está montado para evitar la cotización y pedir la no contributiva. De hecho, si se tira de matemáticas financieras, un autónomo que evitase cotizar, se jubilaría con la pensión no contributiva y alrededor de ciento diez mil euros en el bolsillo, que pueden ser más o menos según el modo en que haya escamoteado el dinero y el empleo que le haya dado.

Es una pena, es una vergüenza y es un escándalo. Y lo peor de todo es que es el Estado el que crea esta clase de incentivos perversos y el que enseña el camino hacia el fraude. Porque la gente lo tiene claro: está delante de sus ojos, lo ve a diario, y trata de resistirse como puede.

Como no se arregle ese tema, acabará explotando por alguna parte. Y no va a ser para bien.

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