Los Santos Inocentes

Una bandera autonómica.

Es costumbre inveterada en la prensa colocar algún gazapo entre las páginas de los periódicos el día 28 de diciembre como homenaje a las inocentadas. En nuestro caso, como quiera que no somos profesionales del ramo, obviaremos ese hábito y no incluiremos ninguna broma ni sarcasmo y prometemos no extendernos en exceso.

Hace ya algunos días se ha celebrado en León una comida de conmemoración del cuadragésimo quinto aniversario de la licenciatura en Biológicas a la que tuve el gusto de asistir. Como hacía tiempo que no deambulaba por el centro de la ciudad y la hora convenida me daba un cierto margen, troté por Ordoño II, arteria principal de León que en nuestros tiempos se denominaba el tontódromo, y recorrí la calle la Rúa para subir después hasta la plaza de abastos que en nada recuerda la imagen que retiene mi memoria de aquellos tiempos.

Con pesar de corazón he visto algo que resultaría insólito allá por los años setenta. Hay varios negocios cerrados en pleno Ordoño, algunos con notables signos de llevar bastante tiempo en esa situación. Quiero ser bien pensado y suponer que los alquileres de dichos negocios –o el precio de los locales– sean excesivos y por tal motivo permanezcan como están. Y digo ser bien pensado porque de lo contrario significaría que en el mismo corazón de León, la economía y el comercio ya empiezan a sentir las dentelladas de nuestro imparable declive.

Poco más adelante veo una pincelada que se me antoja cercana al humor chabacano. Mejor que pincelada sería decir capas de color verde que decoran con geometría de escaso gusto lo que antes era calzada. Pero lo verdaderamente descorazonador es un ecléctico conjunto monumental que fusiona el Paleolítico con las modernas tecnologías. Me refiero a los menhires con código Q, que más parece un homenaje al juego de bolos leoneses que a la estirpe regia de León. ¡Qué derroche de ingenio! ¡Qué imagen grandiosa!

Más adelante, en lo que era la Plaza de las Palomas, aparece un desdichado león que se aferra al empedrado porque el infeliz, con rictus simiesco, pugna en vano para no ser engullido por una hedionda alcantarilla en la que ha caído por hallarse la tapa abierta. No conozco mejor alegoría de nuestra situación actual ni escultura más grotesca. A pocos metros aparecen esculpidos los bustos de Alfonso V y Urraca de León que parecieran querer ignorarse. La composición escultórica es tan desafortunada que hasta un metálico Gaudí permanece sentado dándole la espalda.

De allí a la calle de la Rúa es un paso y rodar por ésta resulta lastimoso. La falta de vitalidad, la carencia de reposición y el abandono generalizado de aquellos pequeños comercios delante de los cuales deambulaba la gente corriente llegada de los pueblos que obviaba la zona 'chic' y evitaba la alta sociedad leonesa, con sus señoras embutidas en sus pellejos de vulpejas, de visones y de otras especies peleteras, y sus caballeros estirados y displicentes que parecían salidos de alguna embajada extranjera. Desgarra el alma ver tamaño nivel de desolación. La vida extinta en aquellos modestos locales deja un vacío que no alcanzan a llenar los numerosos transeúntes que pasan ante ellos.

De camino al refectorio, sumido en mis recuerdos, caigo en la cuenta de que el único sector boyante en la ciudad de León es el de la hostelería, fundamentalmente en su modalidad de tascas y bares y me malicio que tiene mal porvenir para una ciudad si carece de otras fuentes de ingresos. Bien es cierto que enfilando hacia el ágape veo numerosas personas haciéndose fotos frente a edificios señeros pero dudo mucho que con su contribución económica puedan suplir a un comercio escuálido.

Por fin la promesa de un opíparo menú alivia una sensación amarga. Pero es sólo un espejismo porque varios de los comensales, naturales de la corte y villa, reconocen sotto voce su mala conciencia ante el derrumbe social que les amenaza, aunque concluyen que nadie se decide a plantar cara a los caprichos del destino. Para redondear la faena, un zamorano me alegra el día confesándome que en Zamora y Salamanca, suena a chino hablar de una hipotética autonomía leonesa. Acabada la jornada, paso cabizbajo ante la figura egregia de Alfonso IX que sospecho me mira resignado. ¿No me podrán negar que todo ello supone un aliciente para volver pronto a la ciudad del Bernesga?

PD: También está la broma de las juventudes de UPL con Oscar Puente pero eso lo abordaremos otro día.   

Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata