Libertad, igualdad, fraternidad

Acta de Nacimiento de los años 30 en el Páramo Leonés, con el nombre de 'Libertad' tachado.

De un tiempo a esta parte cuando me miro en el espejo no me reconozco. Lo que antes me resultaba inconcebible ya no me lo parece tanto y hasta los principios básicos que el sentido común recomienda a la hora de escribir, ya no me parecen tan obligado precepto. Supongo que al llegar a cierta edad no sólo se pierden las facultades físicas, también se pierden valores como el decoro y la vergüenza. Con tal motivo voy a mencionar una anécdota que por haberle ocurrido a un familiar muy próximo, voy a cometer la intemperancia de narrarla.

Sucedió que en un pueblo del Páramo leonés, en los años treinta del siglo pasado, un vagido anunciaba que había llegado al mundo una nueva boca que venía a sumarse a una prole ya de por sí numerosa, concretamente una hija que venía a establecer la paridad de géneros entre los ocho hermanos. El padre, socialista convencido, quizá persuadido que la Segunda República recién proclamada, había llegado para quedarse, decidió inscribirla en el registro con el nombre de Libertad. Fiel a sus principios, consideró que no era necesario pasar el trámite de pasarla por la pila bautismal y así la niña se quedó sin acristianar.

Pero sucedió que cinco años más tarde la convulsión política dio paso a una guerra y el bando al que pertenecía el cabeza de familia, resultó perdedor y las consecuencias de la derrota no se hicieron esperar. Uno de los ocho hermanos regresó del frente para morir en casa, víctima del mal de Pott, una tuberculosis ósea para la que no había remedio, otros dos siguieron en el frente hasta el final de la contienda con el bando vencedor. En el Sur de León no hubo frente de guerra pero se impusieron, como en el resto del país, las normas de los vencedores.

De este modo el patriarca, impedido por una artrosis que le comprometía seriamente sus desplazamientos, conoció lo que era el miedo a previsibles represalias –un maestro, conocido suyo, fue ejecutado en un pueblo vecino– y dado que escapar estaba fuera de sus posibilidades, quedaba sujeto al albur de las nuevas autoridades. Pero no se contó entre los represaliados. Para recordarle su condición de perdedor, un vecino, que hacía honor a su nombre, Amable, pasaba a recogerlo todos los domingos, hasta pasados unos cuantos años, para que asistiera religiosamente a misa. Como gesto de rebeldía le quedó el consuelo de contemplar una foto de Pablo Iglesias que guardaba oculta en el pajar.

Quedaba un asunto por resolver, la hija no podía seguir llamándose Libertad y hubo que corregir su nombre en el Registro Civil pasando a llamarse Agustina, si bien toda la familia deformó el nombre primigenio y pasaron a llamarle Tucha o Zucha. El funcionario del ayuntamiento, a saber por qué, tachó superficialmente el nombre con que había sido inscrita y todavía es legible el nombre original. Pero aún restaba otro aspecto que había que subsanar, la vertiente religiosa seguía pendiente y había que actualizarla. Y así resultó que Libertad, ahora Agustina, fue de las pocas personas en España que acudió a pie a su propio bautizo, cuando ya contaba seis años.

Esta historia de abuelo cebolleta contiene algunas enseñanzas que noveles seguidores de partidos políticos, a derecha e izquierda, deberían interiorizar. Para los primeros, una de ellas es que la entronización del franquismo como una etapa gloriosa para España, distó mucho de ser tal. 'Libertad' era palabra tabú que hería la sensibilidad de los salvadores de la patria y hasta su mismo concepto fue perseguido con saña. Quien no vea clamorosas analogías con los encendidos seguidores de Fernando VII –a su regreso a España desde el exilio dorado en Francia con los gritos de: “¡Vivan las cadenas!” y “¡Muera la libertad!”–, tampoco entenderá que años más tarde alguien de similar catadura gritara también: “¡Mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!”

Para los segundos decirles que hoy Libertad – o Agustina– tiene noventa y tres años, se sigue considerando una mujer de ideología progresista, en línea con el socialismo que conoció en su casa y que aún perdura entre algunos miembros de su familia, pero ferozmente crítica con las insólitas transmutaciones que han asumido las nuevas hornadas socialistas y todos aquellos que sepultaron al PSOE histórico de Rodolfo Llopis. Esta mujer ante todo se siente leonesa, no por razón de nacencia sino de forma vocacional, y suspira por llegar a ver a su tierra gobernada por paisanos de cualquiera de las tres provincias que componen este país nuestro.

Esta mujer es mi madre y la foto que acompaña este texto es la prueba de cuanto aquí se ha señalado. Era mi intención que viera colmada su aspiración de ver un León autonómico como regalo, no como homenaje póstumo, si es que algún día llegamos a conseguirlo, pero para mi desgracia, y la suya, a una gran mayoría de nuestros paisanos les da absolutamente lo mismo ser considerados leoneses que castellanoleoneses –algunos parecen preferir la segunda opción– y la minoría restante tiene tal cúmulo de obligaciones que a lo más que alcanzan es a hacer pucheros o, llegado el caso, alardear de pasado y hacer solemnes demostraciones de encendido patriotismo, que tan rápido se inflama como se desvanece de pura inconsistencia.  

Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata

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