La foto del puente
En democracia, se pueden hacer dos cosas para satisfacer a la opinión pública, que es la que vota y reparte el bacalao: o cambiar la realidad, de modo que el votante esté más satisfecho con lo que tiene, o cambiar la percepción de la realidad, que es mucho más barato.
Por cada euro que se invierte en propaganda, se ahorran al menos cien mil en gasto real, así que está claro por qué solución han optado los políticos de nuestro tiempo.
Conseguir que la gente acepte la foto del puente en vez del puente, o el prospecto del medicamento en vez del medicamento, es el mayor sueño de estos tahúres que nos imponen en las listas electorales.
Por eso, el sistema político y económico actual es perfectamente capaz de articular una educación muy superior a la que tenemos, pero una educación superior a la que tenemos sería absolutamente perjudicial para el sistema político y económico actual. El que piensa, exige. El que piensa, pesa y valora, y no se conforma con las cuatro chorradas que le cuenta el algoritmo.
En otros tiempos este sistema de adhesión y dogma era patrimonio de la derecha, que decía desde los púlpitos que el premio a la resignación en este mundo llegaría en la Vida Eterna. Ahora, en cambio, es la izquierda la que a base de concienciación, de educación para la ciudadanía y de mensajes puramente simbólicos trata de convertir sus ideas en normas morales para luego hacerlas leyes y meternos en una especie de parroquia laica en la que no estar de acuerdo con ellos resulte socialmente inaceptable.
El peligro llega cuando la realidad se convierte en algo tan apartado del mensaje que es imposible de conciliar con lo que se ve en las pantallas. Lo malo es cuando la gente, que creyó que hacer lo que hacía todo el mundo le iba a permitir quitarse de problemas, se da cuenta de que no puede creer en nada.
Y entonces es cuando viene el paso atrás, el rebobinar y empezar de nuevo, el volver al origen. Y el origen es lo más primario de nosotros.
Todos estos solidarios de pacotilla, estos mansos de salón que nos tratan de vender que aquí no pasa nada, que la gente no vive peor, que los pueblos no se mueren y que la sociedad es más justa que hace veinte años son, en el fondo, los que añaden presión a la marmita de la incredulidad y los que desprestigian palabras como diálogo, consenso y buen talante.
Porque la foto del puente, en vez del puente, vale para que te voten mientras la gente no tiene que cruzar el río.
Cuando llega la hora de la verdad y sólo hay una foto, triunfa el que hace el puente. Y el peligro es que a ese nunca le preguntan cómo lo va a hacer ni a qué precio.