La transición en León

Transición es el intervalo de tiempo entre un régimen político y otro, un lapso de tiempo en el que las reglas no están definidas. No hay acuerdo en cuándo comenzó la Transición en este país, aunque todos coinciden en afirmar que se acabó con la puesta en práctica de la Constitución de 1978, ese texto que necesita una revisión y nadie se atreve a hacerla. Salir del franquismo y entrar en democracia fue un salto en el que intervinieron dos dinámicas que acabaron por adoptar la misma horma: la reforma 'desde arriba' y la presión 'desde abajo'. El poder y la sociedad.

La reforma se pudo hacer desde arriba porque el franquismo estaba fracturado y en retroceso social. Existió la presión desde abajo porque la oposición política demandaba señales claras a los reformistas del franquismo, sin olvidar una sociedad que se alejó de los radicalismos y se inclinó por la moderación en el proceso. En cada paso hubo excepciones, naturalmente.

Con Franco enfermo, se aprobó en 1974 la Ley de Asociaciones de Acción Política, contando a la muerte del dictador con una decena de asociaciones dentro del Régimen, entidades descafeinadas que no llegaban a ser partidos políticos. En aquel barco estaban subidos Fraga, Fernández Cuesta, Silva Muñoz, Areilza, Oriol, Forcadell, Camuñas, Pío Cabanillas, Herrero Tejedor, Martínez Esteruelas…

Desaparecido Franco, el asociacionismo se vería desbordado por nuevas leyes que permitían convocatorias electorales y todos se echaron a la piscina para pescar votos –todos–, los franquistas y los de la oposición. Las dos Españas machadianas claudicaron un poco para que el resultado fuera un escenario nuevo. Ceder para avanzar.

Leoneses que estaban integrados en este asociacionismo franquista como Julio César Rodrigo de Santiago (alcalde de León), Emiliano A. Sánchez-Lombas (presidente de la Diputación), Rodolfo Martín Villa y Afrodisio Ferrero (procuradores en Cortes), se dejaron querer por Adolfo Suárez al proponer la Ley de Reforma Política de 1976 (LRP), verdadera llave para instalar una nueva España con sufragio universal, bicameralismo y multipartidismo. Hubo muchas asociaciones dentro de las familias del Régimen, pero quizás destacara entre ellas GODSA, empresa creada en 1973 y embrión de lo que luego sería AP, capitaneada por Fraga Iribarne. Abierta la veda, los políticos se fueron posicionando en los nuevos y viejos partidos: nuevos eran los franquistas y viejos los históricos que perdieron la Guerra Civil. Unos pilotaron el cambio; otros vigilaron el camino. 

Javier Cercas llama 'héroes de la traición' a los tres protagonistas indiscutibles de la Transición: un falangista (Suárez), un militar (Gutiérrez Mellado) y un comunista (Carrillo). Traidores a sus grupos respectivos, pero muy valientes, con el coraje suficiente para luchar por un bien común, en un momento en el que era más importante y decisiva la traición que la lealtad al pasado. Qué curioso que sean los mismos que no escondieron la nuca tras su escaño en el 23-F. Y más curioso aún que fueron desahuciados a los pocos meses: Carrillo y Suárez se quedaron en minoría parlamentaria y Mellado despareció del panorama político. 

La sopa de letras

Todo confluyó en un momento trascendental y acabó en éxito. El rey utilizó su posición para desmantelar el franquismo institucional de los dinosaurios, mientras los reformista del régimen fundaron partidos políticos (UCD, AP y demás) y la oposición apoyó el proceso dirigido por Suárez (PSOE, PCE, PSP y otras siglas olvidadas). Los extremismos de izquierdas (ETA y GRAPO) y de derechas quedaron noqueados (FN y FE-JONS), aunque no fulminados. El éxito fue la moderación y el consenso; la reforma, no la ruptura. Fraga y Carrillo se daban palmadas en la espalda, fraternidad que hoy se ha cambiado por el navajazo y la inquina.

De la Ley de Reforma Política de 1976 –verdadera llave del cambio– a las elecciones municipales de 1979 se sucedieron cinco convocatorias a las urnas. En las primeras votaron 276.237 leoneses, el 77,2%. El 73,3% de las papeletas decían a la reforma de Suárez, cifra incontestable y casi imbatible. Sólo poblaciones de predominio minero y corte salarial (Ponferrada, Villablino, Boñar) bajaron de la media provincial, y eso que PSOE, PSP, PCE, ORT y carlistas pidieron abstención.

León daba su apoyo al aparato reformista, ya en manos de la UCD de Suárez. La mayoría social leonesa intuyó en quién era bueno confiar para aquella travesía. Ni las huelgas mineras, ni las tractoradas, ni los parones de los profesores PNNs, ni las protestas por el pantano de Riaño hicieron descarrilar el proceso en esta provincia. Involucrar al mayor número de sectores sociales fue una consigna derivada de Madrid. Había que implicar a los más posibles. A la juventud leonesa se le dio un caramelo el 26 de junio de 1976, el primer Enrollamiento Internacional del Rock Ciudad de León, que contó con cuatro mil jóvenes. Tiempos nuevos, para la lírica y la diversión.

Legalización y urnas

El siguiente paso era legalizar lo que las leyes franquistas tenían como ilegal: para que el proceso fuera creíble había que “elevar a la categoría de normal lo que en la calle era normal”; o sea, dar luz verde a los partidos políticos de viejo cuño. La primera tanda de legalizaciones se hizo en febrero de 1977, donde figuraban PSOE (Felipe González), Partido Liberal (Larroque), PSP (Tierno Galván), Partido Social Demócrata (Fernández Ordóñez), Partido Demócrata Popular (Ignacio Camuñas), Izquierda Democrática (Joaquín Ruiz-Jiménez). Todos venían funcionando como asociaciones de hecho, pero ahora lo eran de derecho. Lo mismo ocurrió con centrales sindicales como UGT, CCOO y USO, entidades que celebraron el Primero de Mayo de 1977 en la calle, lo que significaba la muerte del sindicalismo vertical franquista.

Después de cuatro décadas, León se encontraba desvertebrado en el campo de la política, hecho que facilitó la calma del proceso, permitiendo el manejo de la nave a la UCD. En todo caso, la sociedad leonesa mostró su heterogeneidad: izquierdas en las cuencas mineras, derechas en el campo, clases medias con voto moderado y predominio derechista en el ámbito urbano. La UCD, aplastante triunfadora, sacó 137.495 votos, cifra superior a la suma de votos de PSOE, AP y PCE. Por esas fechas se legalizó el sindicalismo agrario leonés, la UCL (Unión de Campesinos Leoneses), con 10.000 carnés, cubriendo el vacío que dejaban las Hermandades Agrarias y Ganaderas del anterior Régimen. 

Las tractoradas supusieron un hito de movilización campesina, colectivo que había estado callado desde la República, pero que ahora estallaba ante el ridículo precio de sus productos en los mercados. En abril se legalizó el PCE, él ultimo eslabón para convocar elecciones con garantía de pluralidad. Por esos días también se legaliza el SIM leonés (Sindicato Independiente Minero).

En 1977, casi como nota pintoresca, el GRAPO robó 250 kilogramos de explosivos en Laciana y, andando el tiempo, asesinó a un suboficial de la Guardia Civil de León. Los desacuerdos laborales empezaron a salir a la calle y se tradujeron en huelgas sectoriales sonadas: Standar Eléctrica y sector de la construcción en 1976, la huelga de transportes en 1977, tractoradas de agricultores en ese mismo año. Se estaba encubando el sindicalismo agrario de UCL, de la mano de líderes como Gerardo García Machado y Matías Llorente, reunidos clandestinamente en la iglesia de Cabreros del Río en una asamblea tensa, rodeada de fuerzas de orden público. Aquella UCL acabaría vinculada a COAG, con influencias de partidos de izquierdas.

A nivel nacional, Suárez era el producto final del Movimiento, la última generación del franquismo en el poder, joven, entusiasta y dispuesto a reformar el país. ¿Hasta dónde? Esa fue la magia de la Transición: ni él mismo lo sabía, como tampoco sabía cómo hacer ese recorrido. Eso sí, supo rodearse de políticos aperturista y trasladar ese impulso a las provincias. Funcionaba aún el clientelismo político de corte secular, práctica que supo ejecutar Rodolfo Martín Villa, el alfil de Suárez en la provincia de León. El paramés se había convertido en líder indiscutible de la UCD leonesa, un partido-archipiélago, producto de una coalición de quince partidos, pero que a los leoneses les sonaba bien. La intuición mandó tanto como el raciocinio.

León votó moderación

A partir de ese momento, los líderes políticos visitaron León y perfilaron sus listas electorales. La gran cantidad de nombres exige cierto resumen: Manuel Núñez Pérez por UCD, Antonio del Valle por AP, Baldomero Lozano por el PSOE, Dionisio Llamazares por Alianza Socialista Democrática, Manuel Pastor por el PSP, Manuel Azcárate por el PCE, Estrella García Robles por Democracia Cristiana, Blanca Manglano Torres por Frente Democrático de Izquierdas. La sopa de letras tenía sustancia. Ocho listas se presentaron para el Congreso y once nombres para el Senado.

Todos poseían algo en común: ausencia de sólidas estructuras y sobrecarga de maniobras personales para buscar situaciones ventajosas. AP disponía de recursos financieros para hacer una campaña sólida y contaba con Emiliano Alonso Sánchez-Lombas en el sillón de la Diputación Provincial. Muchos alcaldes se apuntarían a UCD, que trabajó con éxito su captación en la red de Hermandades Sindicales de Labradores y Ganaderos. El PCE de Juan Manuel Azcárate, sobrino del republicano Justino Azcárate, era de una familia muy conocida en León. Baldomero Lozano, natural de Albacete, resultó ser un brillante mitinero. Fuerza Nueva no presentó lista, pero llevó a cabo unas ruidosas y rimbombantes puestas en escena. Resumiendo: se disputaron el voto los franquistas evolucionados y la oposición que había sufrido el ostracismo de la dictadura. 

La campaña en León fue entusiasta por lo novedoso (mítines, carteles, saludos en la calle, megafonía) y los comicios electorales del 15 de junio de 1977 se bañaron de absoluta normalidad, con afluencia notable en las urnas y meteorología primaveral. Los candidatos y los grupos ideologizados habían llevado el ascua a su sardina, incluso el obispo de León, Larrea y Legarreta, que mostraba su preocupación por “la desorientación de los fieles y los problemas de compaginar la fe cristiana con opciones partidistas”. 

Pero los leoneses iban por delante de su Iglesia, así que –injerencias aparte– los resultados dieron escaños a las opciones moderadas, contribuyendo a consolidar la tendencia nacional: cuatro diputados para UCD, uno para PSOE y uno para AP. Cuatro senadores salidos de las urnas y tres de designación real, con hombres de prestigio como Cordero del Campillo, Rodrigo de Santiago o Justino Azcárate. Con aquellos mimbres se fue configurando la correa de transmisión política, trasvasando órdenes desde Moncloa a León. Se encargaba de engrasar la maquinaria Martín Villa, buen conocedor de las instituciones.

León, una vez más, acató la dinámica cocinada en las altas esferas. La Diputación siguió en manos de Sánchez-Lombas, empresario minero reconvertido del viejo sindicato vertical. La tendencia que imprimía UCD dejó en el desierto a organizaciones como el frente de izquierdas o el socialismo popular de Tierno Galván. Y eso que en León sólo se había presentado unas pocas formaciones de las doscientas a nivel nacional, pero aquel escrutinio aclaró y redimensionó la oferta política. Un chiste gráfico de Chúmy Chúmez presentaba a un ciudadano votando tan atribulado por la sopa de siglas que acabó por votar a Renfe.

Un 'Sí' a la Constitución

El siguiente paso era elaborar una Constitución. Mientras en Madrid se redactaba, discutía y aprobaba el texto, en León los cargos de extracción franquista fueron sufriendo modificaciones, remodelaciones y cambios de sillón. Pero todo sin brusquedades. Julio Camuñas, gobernador civil, era sustituido por Luis Cuesta Jimeno, un ejemplo de cambio extrapolable a muchos otros: Jimeno pasó de haber sido un cargo de sindicatos verticales leoneses a ser un afiliado de UCD con responsabilidad en la provincia. UCD utilizó los cuadros franquistas más proclives a sus intereses. Otro antiguo gobernador de esta tierra, Francisco Laína, era requerido para el cargo de director general de Seguridad del Estado. Muchos de los nuevos cargos en León (gobernadores civiles, IRYDA, delegados ministeriales, cargos técnicos…) venían de la estructura sindical vertical del franquismo. En este contexto se ha dicho, con acierto, que la Transición tuvo mucho de transacción.

El texto de la nueva Constitución se sometió a referéndum el 6 de diciembre de 1978. En León se simplificó muchísimo el vidrioso espectro político de otras zonas, pues aquí no existía una raigambre nacionalista, aunque el viejo León empezó a mostrar su garra leonesista. Todo quedaba asegurado si se votaba a favor del texto, según pidieron UCD, PSOE, PCE y AP, no sin tensiones internas en alguna de estas formaciones. 

Excepto un par de agresiones físicas entre jóvenes de Fuerza Nueva y fogosos militantes contrarios, todo transcurrió con normalidad, votando el 65,4% de los casi 400.000 electores leoneses. Bajaba la participación por la frecuencia de las consultas electorales, pero votaban 'Sí' al texto el 88,1% de los que acudieron a las urnas. Otro episodio más de normalidad; incluso de cierta inercia al dejarse llevar por la ola más poderosa. Tampoco se separaban los resultados en León de la media nacional. El absentismo era más acusado en el marco urbano que en el rural, y más en el sector terciario que en el secundario. Los sociólogos dicen que la tendencia ha ido creciendo en parámetros económicos: a niveles altos de desarrollo y renta se resiente el nivel de participación, tendencia que ha crecido en el siglo XXI.

La democracia va en serio

Aprobada la Constitución, se disolvieron las Cámaras y se fue a unas nuevas elecciones el 1 de marzo de 1979, para competir dentro del nuevo marco legal. La participación fue más reducida. En León, además, se dieron episodios de nieve, posponiendo la votación en algunos colegios de montaña. Los resultados fueron casi idénticos: cuatro diputados de UCD y dos del PSOE. Antonio del Valle, un veterano franquista, empresario minero, ahora apuntado a AP, no consiguió escaño.

La quinta consulta electoral fueron las elecciones municipales de 3 de abril de 1979, poniendo fin al mandato de alcaldes casi vitalicios. Ahora había que presentar candidatura y pasar por las urnas. Fue una elección con menos ideología y más popularidad de los candidatos, especialmente en los núcleos rurales. Había ilusión, proyectos, ganas de contribuir. La democracia municipal sentó en la misma mesa a ateos y creyentes, liberales y comunistas, posfranquistas y antifranquistas, pero no hubo pistolas sobre el tapete ni llegó la sangre al río. La cordura fue más espléndida que la venganza. 

Votó el 65% del censo leonés y se eligieron 1.915 concejales, formando 27 diputados para sentarse en la mesa de la Diputación Provincial, que quedó copada por UCD, la gran ganadora en León, poniendo en marcha el Hospital Princesa Sofía, la estación de San Isidro, el acondicionamiento del palacio de los Guzmanes. También se habló de la Universidad y del aeropuerto para León.

Con aquellas elecciones se cerraba un ciclo que había empezado el 12 de abril de 1931, las última municipales libres. Ucedistas, socialistas y populares tomaron los bastones principales, sin olvidar a UCL, que sacó 130 concejales. Ahora se empezaría a hablar de polígonos de construcción, jardines, polideportivos, limpieza, asfaltado, alcantarillado, alumbrado, etcétera. Que se lo pregunten a Juan Morano en León, apadrinado por Martín Villa, piloto y sobrecargo de la Transición leonesa.

Un logro colectivo, aunque dirigido

¿Se han exagerado los logros de la Transición? No lo parece a juzgar por los derroteros por los que transcurre hoy la vida pública, enfangada, radicalizada y falta de acuerdos. Tras la muerte de Franco se hizo un cambio gradual para saltar hacia adelante. No se trataba de practicar la amnesia sino crear el ambiente del reencuentro, dispuesto a echar a las alforjas el pasado que ahoga y arrasa horizontes nuevos. 

Fue, por tanto, una etapa corta y fructífera, con logros y con ocasiones más o menos aprovechadas. La Transición ofrece un buen balance en la historia contemporánea de España y de León, pero no fue la panacea ni la Arcadia. Hubo muertos y faltó impulso económico, competitividad, memoria histórica, reconversión, modernidad, espíritu europeista… 

 No hay hecho o etapa histórica que se preste a un revelado completo de sus luces y sombras. En todo caso –pese al desencuentro político actual– celebrar el 50.º aniversario del comienzo de la Transición debería ser un punto en común en nada discutible.