El doble simulacro de ataque y defensa en el Cuartel del Cid en León en vísperas del golpe de estado de 1936

6 de julio de 2025 09:29 h

El 16 de febrero de 1936 se celebraron en España unos comicios en los que resultó ganador el bloque de izquierdas creado poco antes y denominado Frente Popular. Consecuencia de aquel triunfo, se formó un Gobierno de coalición entre los partidos Izquierda Republicana y Unión Republicana, presidido por Manuel Azaña Díaz.

El 8 de abril el presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, era destituido de su cargo.

El 10 de mayo, tras las elecciones de compromisarios para designar un nuevo jefe del Estado, accede Manuel Azaña a esta representación. Santiago Casares Quiroga lo sustituye en la presidencia del Consejo de Ministros.

Un cuartel y dos supuestos: defenderlo y atacarlo

En este contexto, en la noche del 9 al 10 de junio de 1936 se produjo en la capital leonesa un acontecimiento apenas conocido y que tuvo mucho de insólito, más que por lo infrecuente, por lo inusual del doble supuesto contemplado.

La sede de la 38ª Compañía del Cuerpo de Seguridad y Asalto destinada en León tenía su cuartel en la Plaza Torres de Omaña. Sus efectivos realizaron en tal fecha un ejercicio de adiestramiento para responder a las dos posibilidades que se consideraban, desconocemos en qué orden. Era una defender el Cuartel del Cid, situado en el actual parque del Cid o Jardín Romántico, en el caso de ser atacado -por elementos reaccionarios- el Regimiento de Infantería Burgos 36 que allí se alojaba. La otra consistía en asaltar y tomar aquel recinto una vez que dicho Regimiento se había sublevado, contra el Gobierno y a favor de la reacción.

Muy poco trascendió después de aquel suceso, inadvertido casi del todo por los estudiosos de la historia contemporánea de León. Tan solo una breve referencia en el libro “tres días de julio en León (2019) a ”la visita de un comandante de Asalto de Oviedo o La Coruña para dirigir el supuesto práctico“. A ”la conferencia que el mismo dio en el Gobierno Civil a los afiliados del Frente Popular“. Y a ”las suspicacias que aquello originó en el general Carlos Bosch, comandante militar de la plaza“.

De hecho, hemos conseguido ampliar el conocimiento de lo sucedido en la noche del sorprendente doble operativo acudiendo a las declaraciones realizadas en el Sumario 467/36 de la Auditoría de Guerra de León por algunos de los involucrados en el mismo.

En dicha Causa, por la que se condenó y fusiló el 21 de noviembre en Puente Castro a catorce de los más señalados republicanos e izquierdistas leoneses, afirma como testigo el teniente de Asalto Andrés González García que “actuando rígidamente despreció y mantuvo a distancia a primeros de junio a las milicias rojas movilizadas por la noche por el comandante Alfonso Ros Hernández, jefe del 10º Gru­po de Asalto radicado en Oviedo en visita de revista en León, frente a la sublevación militar entonces supuesta o inventada por aquel”.

Alude el oficial a “los dos simulacros de defensa del Cuartel del Cid y de ofensiva contra él para los casos de ser atacado o de sublevarse el Regimiento”. Se refiere además a una charla de aquel jefe en el Gobierno Civil a militantes frentepopulistas. Tales fueron -dice- las actuaciones realizadas en León por los guardias de Asalto dirigidos por quien mandaba su Grupo -desplazado desde Oviedo, no desde La Coruña- para contrarrestar el 9 de junio la intentona de golpe de las derechas que el Gobierno había conseguido abortar en dicha fecha.

La censura de prensa

Ayudó sin duda a que el original y peculiar acontecimiento leonés, y su contexto, apenas se difundieran la censura de prensa (“doña Anastasia”, la nombraban) que imperaba como consecuencia de las sucesivas prórrogas del estado de alarma que el Gobierno venía disponiendo y ratificaba el Parlamento, desde el día siguiente al de las elecciones generales de febrero.

Por eso no hemos encontrado más que veladas referencias en la prensa de izquierdas -La Libertad, Política, El Liberal, Claridad-, que El Diario de León del 10 de junio recoge de aquellos “periódicos zurdos”, sobre “intentonas, agresiones contra el régimen” y “viles maniobras de la reacción para boicotear y hacer fracasar a la República e impedir que se desarrolle el programa del Frente Popular”.

Más explícito resulta El Socialista, noticiando en la misma fecha en su portada que “el movimiento contrarrevolucionario que sigilosa y minuciosamente venían preparando las derechas españolas ha sufrido ayer un rudo golpe”.

También encubriría la censura el asalto a la emisora de Radio Castilla Valladolid que un grupo de fascistas realizaba el mismo día 9 de junio de 1936. En aquella acción, conectada seguramente con la conspiración desmantelada entonces, herían al gerente de la estación EAJ-47. Supimos de este episodio por el artículo “Como fue preparada la traición”, recogido en la edición del 14 de abril de 1943 en Panamá de la revista mensual Unidad.

Sí se difundió en la prensa nacional el hallazgo el 9 de junio en Madrid de cien uniformes de la Guardia Civil elaborados clandestinamente en Zaragoza, un hecho sin duda también relacionado con la conjura que el Gobierno desbarataba el mismo día, y el que parece que puso a la policía sobre su pista. Con no pocos detalles se comenta el 10 de junio en El Diario de León la nota que a propósito de este asunto hacía pública en la madrugada de tal fecha la Dirección General de Seguridad (DGS). El diario leonés La Democracia menciona además otros “cuantiosos depósitos de atuendos, armas y municiones destinados a la preparación de un movimiento extremista próximo a producirse y en el que estaba involucrado un significado tradicionalista al que no se pudo detener por haber huido a Portugal”. A mediados del mes eran cambiados de destino unos 60 mandos de la Guardia Civil sospechosos de conspirar contra la República.

Los abundantes estados de excepción

El estado de alarma que amparaba el ejercicio de la censura previa de los medios de comunicación era uno de los tres contemplados como supuestos excepcionales en la Ley de Orden Público de 28 de julio de 1933. El segundo por orden de gravedad, tras el estado de prevención y previo al estado de guerra, medidas todas ellas restrictivas de derechos constitucionales y que solo la autoridad civil y el Gobierno estaban legitimados para declarar.

En el periodo republicano y para la mayor parte del territorio nacional la situación del orden público hizo que fuera más el tiempo de vigencia de alguno de aquellos estados de excepción que el de plena normalidad. Sobre todo los de prevención y alarma. Ocasionalmente y en lugares puntuales se decretó el de guerra.

Después del 18 de julio de 1936, cuando los golpistas se impusieron, y a medida que iban tomando poblaciones, el estado de guerra que ilegalmente promulgaron duraría hasta abril de 1948.

Complots contra la República de principio a fin

Ayudará a entender lo sucedido en León en la noche del 9 al 10 de junio de 1936 retrotraernos a la larga serie de conspiraciones anteriores para poner fin al régimen republicano. En especial a las urdidas tras el triunfo electoral de las izquierdas el 16 de febrero de aquel año, y también a acontecimientos del que era entonces pasado reciente tanto en el país como en la provincia leonesa.

Prácticamente desde la proclamación de la Segunda República comenzaron las derechas españolas a maquinar para acabar con ella. Se fraguaron sucesivas conjuras y algunas llegaron a materializarse como insurrecciones contra los Gobiernos respectivos. Sucedió así con la monárquica de agosto de 1932 encabezada por el general José Sanjurjo, la anarquista de diciembre de 1933, con no poca transcendencia en El Bierzo y en lugares como Veguellina de Órbigo, y la socialista de octubre de 1934, de enorme resonancia en Asturias y notable eco de nuevo en las cuencas mineras leonesas.

En diciembre de 1935, al inicio y al final del mes, se tramaron sendos conatos de sedición contra la República en los que participaron el general Franco (“el hermano del aviador comandante Ramón Franco”, hasta entonces el más famoso de los dos) y otros generales, además de los políticos conservadores y monárquicos José María Gil Robles y José Calvo Sotelo.

Manejos reaccionarios volvieron a forjarse tras la convocatoria a primeros de enero de 1936 de los comicios de febrero. El general Villegas acaudillaba entonces desde Zaragoza un movimiento militar inspirado y apoyado por el también general Goded, entre otros. El 12 de enero los líderes de Renovación Española, Calvo Sotelo, y de la Comunión Tradicionalista, Manuel Fal Conde, hacían un llamamiento público al levantamiento del Ejército. El 5 de febrero surgen noticias de una militarada que irradiaba de Algeciras a Cartagena, con base en Marruecos. La primera relacionada con el general Mola.

Armas contra urnas

Las variadas redes conspiratorias antirrepublicanas se robustecen tras el triunfo electoral del Frente Popular, y convergen desde entonces en el Ejército y en el general Sanjurjo. En la noche del mismo día de los comicios, Gil Robles y el general Franco maniobraron, este desde su jefatura del Estado Mayor del Ejército, con otros generales para un golpe de fuerza que llevara a Portela Valladares, el derrotado presidente del Gobierno, a declarar la ley marcial sin aceptar el resultado de las urnas. Las negativas de Portela, del ministro de la Guerra, y de los generales al mando de la Policía y de la Guardia Civil, a secundar tales propósitos, y el fracaso de Goded y el general Fanjul para sublevar las guarniciones de Madrid, impidió que estos prosperasen.

El 8 de marzo Franco, Mola, ocho generales más y dos jefes militares se reunían en Madrid. En la casa de un amigo de Gil Robles y militante de su CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) decidieron organizar una sublevación. Nombraron al general Rodríguez del Barrio delegado de Sanjurjo, exiliado en Portugal, a quien designaron jefe del alzamiento. Se hallaba este de viaje en Berlín, tratando de adquirir armas de guerra de la Alemania nazi.

Mantiene alguna fuente que los integrantes de aquella Junta de Generales “acordaron rebelarse solamente si el Gobierno disolvía la Guardia Civil o el Ejército, entraba en el Gobierno Largo Caballero, o se producía la revolución comunista”, que muchos creían que se estaba preparando. La historiografía más solvente probó hace ya muchos años que de ninguna de aquellas presunciones hubo nunca preparativos ni propósitos.

Cuanto peor, mejor

Propagar tales falsedades formaba parte de la campaña de intoxicación de las derechas desde los primeros tiempos republicanos. Y aún antes, pues fueron profusamente difundidas en la campaña electoral de abril de 1931. Se combinaban ahora con la estrategia de la tensión y las provocaciones, disturbios y acciones desestabilizadoras que buscaban el “cuanto peor mejor”, a las que a veces respondían las izquierdas.

Especialmente activas en la agitación se mostraban las escuadras de Falange, organización que se ilegalizaba el 14 de marzo de 1936, tras atentar cuatro días antes contra el catedrático socialista Jiménez de Asúa causando la muerte de su escolta. En la misma fecha se detenía a José Antonio Primo de Rivera y a otros mandos falangistas por tenencia ilícita de armas.

Con las alteraciones del orden público y de la tranquilidad de la vida cotidiana se pretendía crear en la ciudadanía la sensación de caos total y permanente. De que el Gobierno no podía o no quería atajar la situación. Y que prendiera un estado de opinión pública favorable a la necesidad de que el Ejército interviniera para corregir tal estado de cosas y poner orden.

De todo ello, exagerado, tergiversado y falseado, hacían altavoz y lo amplificaban en sus discursos parlamentarios catastrofistas e incendiarios Gil Robles y Calvo Sotelo, propalados luego por la prensa reaccionaria. Mientras tanto, uno y otro participaban en las confabulaciones en marcha contra la República. Bien avanzada alguna, desde la formación que lideraba el segundo firmaban el día 1 de julio contratos de armamento pesado y aviación con la Italia fascista para tener ventaja y ganar la corta guerra que preveían como consecuencia de la rebelión que preparaban para dos semanas más tarde.

Conjuras antirrepublicanas por doquier

A finales de marzo se daba una nueva tentativa de insubordinación, surgida al parecer desde la Guardia civil y desestimada por el Ejército. Sería entonces cuando, según las memorias del general Ángel Ramos, destinado en La Coruña, “estuvimos esperando unos quince días la orden de sublevarnos, pero no llegó a producirse”. El 3 de abril “informaciones policiales señalan a Sanjurjo otra vez como caudillo de un nuevo movimiento militar, con apoyo del Gobierno portugués y de su Ejército”. Poco antes corrían rumores de otra militarada promovida por el general Queipo de Llano.

Los generales conjurados el 8 de marzo pusieron en marcha su plan para el 20 de abril, en contra de lo supuestamente acordado, y después de alertar para su participación en el golpe de Estado a Falange y al Requeté. La asonada se frustró tres días antes por la indecisión final de Rodríguez del Barrio, que lo encabezaba, por la estrecha vigilancia de la policía a los implicados, y por la delación de un complotado. Su fracaso causó numerosas detenciones de derechistas comprometidos con la sedición en multitud de lugares del país. También en localidades como León, Astorga, La Bañeza, Ponferrada, y otras más de la provincia leonesa.

Desde aquella fecha el general Emilio Mola, “el director”, coordinaba la conjura definitiva, la de los golpistas que a partir del 17 de julio, rebelándose para triunfar en unos lugares y fracasar en otros casi por mitad, desataban la trágica Guerra Civil y la ignominiosa y larga dictadura que la siguió.

El 8 de mayo el general masón Eduardo López Ochoa conspiraba con otros militares y civiles para que Alcalá-Zamora, el ya depuesto presidente de la República, nombrara a Sanjurjo al frente de un Gobierno provisional que impidiera dos días más tarde la investidura de Azaña como nuevo jefe del Estado. La negativa del removido don Niceto malogró el plan.

La Guardia de Asalto contra oficiales de Caballería

A la mitad de mayo se produjeron en Alcalá de Henares altercados que bien pudieran haber sido considerados a la hora de decidir el llamativo simulacro centrado el 9 de junio en el leonés Cuartel del Cid. El día 15 se enfrentaron allí militares de Caballería y paisanos. Dos fechas después circulaban rumores sobre una insurrección preparada por fuerzas de esta Arma. Por ello, el Gobierno decidía la sustitución de los dos Regimientos de Caballería que guarnecían la ciudad, el de Villarobledo 1 y Calatrava 2, enviados el 17 de mayo a Palencia el primero y el segundo a Salamanca.

Al cabo de tres días, desplazados desde una y otra capital, ocupaban sus cuarteles el Batallón de Infantería Ciclista y el 7º Batallón de Zapadores Minadores. El traslado de las fuerzas de Caballería se ordenó con premura, y muchos oficiales se negaron a marchar con las tropas a su cargo. Ante su insumisión se envió desde Madrid una Compañía de guardias de Asalto, que los detuvieron y evitaron nuevas alteraciones del orden en la población.

Algunos historiadores sostienen que la sublevación militar de julio de 1936 no fue el resultado de un único proyecto conspirativo. Existían en la primavera de aquel año al menos cinco contubernios, de muy diferente naturaleza y con objetivos también distintos. Persistían algunos desde abril de 1931, y acabaron integrados en mayor o menor medida en la trama tejida por Mola. Uno de ellos era el “Plan de los Tres Frentes” concebido a mediados de mayo por el carlismo para sublevarse en solitario o con el Ejército, con apoyo de Italia y Portugal. Encabezado por Sanjurjo, que capitaneaba a la vez el golpe de los generales, tenía parecidas hechuras al que definitivamente ejecutarían estos.

Desde mediados de abril se sucedieron diversos muertos en atentados de unos y contraatentados de otros. El alférez guardia civil Anastasio de los Reyes, por disparos socialistas. El falangista Andrés Sáenz de Heredia al enfrentar la Guardia de Asalto una escaramuza en el entierro de aquel. El capitán Carlos Faraudo, el 8 de mayo, y el teniente José Castillo el 12 de julio, ambos instructores de las milicias socialistas, los dos de Asalto, y por balas de Falange. El 13 de julio el diputado a Cortes José Calvo Sotelo, por guardias de Asalto que vengaban al teniente Castillo.

Gasear a los diputados en pleno

El Gobierno interrumpía el 14 de julio las sesiones del Congreso durante ocho días como muestra de respeto y homenaje al parlamentario derechista asesinado. Estaba previsto reanudarlas el martes 21, y sería aquella sesión, con todos los diputados reu­nidos, la que el exaltado extremista de derechas Eugenio Vegas Latapié pretendería aprovechar para gasear las Cortes con todos ellos dentro, como represalia por el asesinato de Calvo Sotelo. Un plan que, junto con el de atentar contra el presidente de la Repúbli­ca, era descartado por los militares conjurados porque podría frustrar el levantamiento cuyos detalles últimos concretaban ya en Madrid algunos oficiales.

Vegas Latapié, católico de misa y rosario diarios, más monárquico que el rey y más papista que el Papa, sucesivamente desengañado de Alfonso XIII, Juan de Borbón y Juan Carlos I, de quien fue preceptor en Suiza, habría pergeñado tan desaforado como insensato magnicidio para provocar la Guerra Civil. Pensó usar remanentes del gas asfixiante iperita empleado años atrás por el Ejército español en la campaña de Marruecos. Una atrocidad difícil de creer si no la contara él mismo en sus memorias.

Muerte, terror y ruina a falta de paciencia

El alzamiento militar que al cabo provocaría la contienda, además de inicuo y desatinado habría resultado innecesario. “Con un poco de paciencia las derechas hubieran conseguido sin guerra mucho de lo que querían, ya que desde mediados de mayo el Frente Po­pular se estaba desmoronando a causa de sus discordias internas, y las izquierdas habían intentado ya en octubre de 1934 su revolución, que había fracasado”. Tal afirmaban en 1943 y en 2006 los hispanistas Gerald Brenan y Stanley G. Payne. La reacción decidió, sin embargo, tras perder las elecciones de febrero, aniquilar a sus enemigos y para ello asaltar el poder a sangre y fuego.

Las rupturas entre las fuerzas del bloque de izquierdas se evidenciaban en el abandono desde entonces de las corporaciones municipales frentepopulistas por el partido reformista Izquierda Republicana. Así ocurría en los ayuntamientos leoneses de Bembibre, Valencia de Don Juan, La Bañeza, y otros, en cuyas Comisiones Gestoras continuaban la formación más conservadora Unión Republicana y el Partido Socialista.

Pero también los socialistas andaban escindidos, y en tres rumbos. Hasta el punto de que el 30 de mayo en Écija (Sevilla) militantes de la facción de Largo Caballero tachaban de fascistas y recibían con disparos y pedradas a Indalecio Prieto y a varios notables acompañantes de su tendencia, desplazados allí para celebrar un mitin. El mismo día se producían incidentes y se interrumpía con hostilidad a Largo Caballero en el que este daba en Zaragoza. La violenta acogida a Prieto era reprobada por numerosas agrupaciones. Una de ellas la de Jiménez de Jamuz, en nota firmada en El Socialista por su presidente y secretario. El primero sería uno de los 16 vecinos “paseados” en el otoño. El segundo habría de rebautizar a su hijo Progreso como Ignacio.

En León, antes y después del doble simulacro

Regresando a lo sucedido en la capital leonesa el 9/10 de junio de 1936, una fecha en la que parece que volvió a frustrarse uno más de tantos golpes de Estado como se preparaban contra el régimen legítimo, nos ocupamos ahora de las implicaciones que tuvieron en aquella peculiar simulación un par de personajes que no tardarían en ser perjuros, traidores y golpistas.

Desde febrero de 1934 mandaba la 38ª Compañía de Asalto establecida en León el capitán Ramón Rivero Mira (natural de Esgos, Orense, casado, de 36 años), tildado de fascista y calificado después de extrema derecha por sus propios compañeros sublevados. Realizaba en los años de la guerra labores de investigación para represaliar a los desafectos al Glorioso Movimiento Nacional.

El teniente Andrés González García (nacido en Ferreras del Puerto, de 32 años, casado), falangista y uno de los oficiales de la Compañía desde el pasado 10 de abril, había participado como legionario en la represión de la revuelta asturiana de octubre de 1934. Lo implicarían en agosto de 1937 en el complot hedillista leonés que llevaba al paredón a Marciano Pedro Durruti por oponerse a la unificación de Falange y Requeté. Todavía hoy lo honrran dando su nombre a una calle de León. No la tiene en Oviedo el comandante Alfonso Ros Hernández, ejecutado allí el 20 de julio de 1936 con varios de sus hombres tras rendirse después de defender la legalidad y enfrentarse a los rebeldes.

Alegará el teniente a su favor en la declaración que hace el 21 de agosto en la citada Causa 467/36, además de haber mantenido a raya a las milicias rojas la noche del 9 de junio, que “cargó despiadadamente el último 14 de abril sobre cuántos en León silbaron, levantaron los puños o cantaron la Internacional en el desfile de la fuerza pública, y con igual dureza contra los que después marcharon en manifestación al Cuartel de Infantería”. Hubo varios heridos leves en los alborotos de aquella celebración, y también se dieron vivas al fascio desde los balcones del Casino al paso del desfile, informaba La Democracia.

Añade el teniente González que “en una fecha posterior, con ocasión de otra sedición imaginada por el bien difunto comandante Alfonso Ros, cacheó a todas las milicias de la calle, no encontrando después de unos doscientos cacheados más que dos pistolas”. Pudo suceder en torno al 9 de mayo, cuando también La Democracia denunciaba la pasividad y tolerancia de las autoridades policiales a quienes andan armados, que contrasta con el celo siempre desplegado para cachear a los elementos obreros y de izquierda y para registrar sus domicilios.

Luis Gamonal Díez, fugado de San Marcos en diciembre de 1936, narra en Asturias la rendición de quienes el pasado 20 de julio defendían de los facciosos en León el Gobierno Civil: “Salimos del edificio desarmados y brazos en alto. Cuando nos tenían en tales condiciones nos lanzaron una bomba de mano que afortunadamente no causó ninguna víctima. Esta fue la primera canallada cometida con los prisioneros. Los jefes, oficiales y soldados, totalmente beodos, nos apuntaban con sus pistolas y fusiles y nos llenaban de improperios. El teniente Andrés González García colocó en el bolsillo de uno de los detenidos una pistola, ordenándole que gritara ‘Viva España’. El detenido dijo ‘Viva Azaña’, por lo que le fue machacada la cabeza con la culata de dicha pistola”.

Los cursillistas del Magisterio Primario en huelga

Afirma también el teniente de Asalto que “cuando la huelga de maestros cursillistas, en defensa del orden público, apaleó no solo a varones sino también a hembras”.

Parte de aquellos maestros comenzaban el 4 de julio en todo el país una huelga, en desacuerdo con el modo en que se convocaron los cursillos de acceso al Magisterio para cubrir 6.000 escuelas que acelerarían la sustitución de la enseñanza religiosa. El día 16 se suspendían en León los exámenes, a la espera de que el ministerio de Instrucción Pública halle una solución para incorporar al tercer ejercicio a los cursillistas que se habían negado a concurrir a los dos primeros. Se sucedieron a lo largo de aquellas fechas “ligeros incidentes de orden público”, de los que resultaron varios heridos contusos de uno y otro sexo y un cabo de Asalto.

Después, con la ciudad atestada de maestros y maestras, cuando los sublevados triunfan el 20 de julio ponen abrupto fin a los cursillos, deteniendo en las oficinas de La Normal a algunos docentes miembros de los cinco tribunales examinadores. Las protestas y algaradas de los cursillistas que aquello generó se acallaron encarcelando de inmediato a algunos de estos. Parte de ellos y el integrante de un tribunal, Enrique Esbrí Fernández (de 41 años, socialista de Jaén y profesor en la Escuela Normal de Murcia), terminaron asesinados y desaparecidos en fosas comunes en Santa Eulalia y Faramontanos, en las tierras zamoranas de Tábara, y en Albires. De las dos últimas fosas recuperaba la ARMH sus restos en octubre y septiembre del año 2008.

La huelga en El Diario de León que se quiso falsear

Con los cursillistas de Magisterio en huelga se solidarizaron los obreros de la Casa del Pueblo. También los linotipistas de El Diario de León, embarcados estos desde el 14 de junio en la suya propia, que interrumpieron para editar en los talleres del periódico un panfleto con las reivindicaciones de “los maestros estudiantes”.

El rotativo no volvería a publicarse hasta el 27 de julio, pero ya “saludando a la salvación de la Patria y al Ejército”. Sus tipógrafos suspendieron de nuevo la huelga en la mañana del lunes 20 de julio para imprimir por orden del gobernador civil octavillas anunciando que “El Ejército está en León al lado del Gobierno”, para que un avión las arrojara sobre la ciudad. Antes de que acabaran de estamparlas los rebeldes se echaron a las calles. Uno de aquellos tipógrafos, Agustín Brizuela Martínez, terminaba “paseado” con cinco leales más a mediados de noviembre en Mansilla de las Mulas.

Se había despedido a seis obreros de los nueve de la plantilla de El Diario para sustituirlos por otros, forasteros y mejor retribuidos, y todos a una fueron a la huelga el 13 de junio. En La Democracia del día 16 publican los huelguistas una nota contra “los piadosos y legalistas, amantes del prójimo, humanitarios, y ensotanados señores de El Diario de León” explicando los motivos del conflicto laboral.

La huelga en los talleres continuó y se mantuvo por la cerrazón patronal “al no avenirse la empresa a las fórmulas de arreglo del ministerio de Trabajo, y negarse a aceptar las vinculantes decisiones de los jurados mixtos y los tribunales de arbitraje”. Una vez que triunfaron los golpistas trataron estos, y los editores del periódico, de hacer pasar aquella suspensión a causa de la huelga por una arbitrariedad del Gobierno del Frente Popular, cerrando un diario de derechas y católico.

Confiamos en que haber añadido algo de contexto a los extraños sucesos de la noche del 9 al 10 de junio de 1936 en León los haya hecho más inteligibles.

José Cabañas González es autor del libro Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León. Con una Primera Parte: El Golpe de julio de 2022, y la Segunda Parte: La Guerra, de junio de 2023, ambas publicadas en Ediciones del Lobo Sapiens. Esta es su página web