Estamos en tiempo de cónclave, un espacio vacante lleno de rumores para acertar con el futuro de una Iglesia repleta de corrientes internas que pugnan por imponerse. También al pontificado del Pescador llegan los tiempos convulsos.
Nuestros prelados de León y Astorga han desfilado durante siglos por las rutas de la Iglesia, al compás que ha marcado Roma. Hemos tenido obispos relevantes y otros menos influyentes. Por la silla de León pasaron San Froilán, San Alvito, Joaquín Abarca, Luis María de Larrea o Luis Almarcha. En Astorga, por ejemplo, Diego Álava Esquivel estuvo en el Concilio de Trento, Félix Castro Velicias celebró sínodo en su diócesis, Jesús Mérida fue procurador en las Cortes franquistas y consejero nacional de Educación, y Fernando Arguëlles Miranda participó en el Concilio Vaticano I, incluso un IES de Villablino lleva su nombre, tras haber nacido en Caboalles de Arriba.
Argüelles fue un obispo de nombre sonoro pero poco conocido en su labor. En estas líneas trataremos de dar unos brochazos a su desconocida biografía, especialmente con el candente recuerdo del papa Francisco como pastor de pobres y minorías marginadas, vertiente que también practicó el lacianiego. Argüelles vivió de 1797 a 1870. Fue obispo de 1858 a 1870. El XIX fue un siglo de convulsiones entre el Estado y la Iglesia, de recelosos acercamientos y profundos desencuentros.
Infancia, juventud y labor de un cura
Fernando Argüelles Miranda fue el quinto de una familia de siete hijos nacidos en Caboalles de Arriba. Este apellido poseía una tradición de aristocracia local, con vástagos en puestos representativos del poder local y el concejo. Una familia ilustre dedicada a la ganadería que destacaba en el panorama social de la comarca de Laciana. Quién le iba decir a aquel niño que acabaría enterrado entre los muros de la catedral de Astorga.
Fue un niño feliz, con el revés de tener que afrontar pronto la muerte de su madre por unas fiebres malignas. Su padre, el patriarca de los Argüelles, falleció en 1817 y el clan lacianiego unió sus dos apellidos, Argüelles y Miranda, provenientes de los linajes de Caboalles y Orallo.
Con un sistema escolar en precario, al cumplir seis años, Fernando asistió a la escuela 'temporera' del pueblo para instruirse en las primeras letras, centro que sólo funcionaba en invierno, pues en el resto del año había tareas agrícolas y ganaderas para todos los miembros. Al quedarse huérfano, su tío clérigo les acogió en Oviedo, donde se trasladó toda la familia. En la capital adquirió conocimientos de Latinidad y Humanidades, estudios preparatorios para matricularse durante once cursos seguidos en Filosofía y Teología en la Universidad de Oviedo: tres de Filosofía, seis de Teología y dos de Moral. Estudió en medio de la Guerra de la Independencia, pero su expediente era inmaculado, por lo que el decano le propuso como sustituto de una de los catedráticos encargados de explicar la Suma Teológica de Santo Tomás, un compendio de enseñanzas de teología. Probó la docencia universitaria, pero la abandonó para ordenarse presbítero, con destino en Taramundi, Asturias. Corría el año 1825.
Sacerdote y magistral: un hombre de Dios
Celebró su primera misa en junio de 1826. Luego fue designado párroco de San Martín de Oscos, con 4.000 reales de asignación anual. Bajo su acción pastoral estaban inscritas 1.800 almas. Ocupó la casa rectoral junto a tres sobrinas suyas y se planteó desde el primer momento reedificar la iglesia debido a su lamentable estado. Ahí empezó a ser un verdadero cura de feligreses, pues arrimó el hombro acarreando piedras y otros materiales de construcción. Durante aquellos meses en su mesa se servía pan de centeno y no de trigo, destinando la diferencia de precio para las obras, privación que duró dos años, hasta ver inaugurado el templo. Los curas de calle y no de sacristía han gozado de popularidad por mantener un contacto más directo con su rebaño. Argüelles se preocupó de los desfavorecidos, socorrió a pobres y necesitados y dispensó auxilio material y espiritual. No se trataba de una práctica para mejorar su prestigio sino una táctica “para atraer a los rezagados y pecadores al buen camino”.
Predicaba desde el púlpito, pero también acudía a las 'casas de vicio' para sacar de allí a sus feligreses, tratando de proporcionarles distracciones sanas para los días festivos. Un coetáneo suyo escribió que practicaba “un celo apostólico ejemplar”.
A este cura le tocó vivir los ecos carlistas en Asturias, que no fueron graves, aunque tuvo que impartir confesión y comunión a reos destinados al pelotón de fusilamiento. Por aquellos años, la desamortización de Mendizábal tuvo escasas expropiaciones en Asturias, aunque sí afectó a foros y fincas rectorales, un sustento del que se vio mermado Argüelles tras 1836. La muerte de su tío Tomás le produce un hondo dolor, pero había sido nombrado albacea y heredero en el testamento del finado, con lo que puso acometer gastos de parroquia y de sustento diario.
Se mantuvo rígido en sus principios y no mostró debilidad al mantener posiciones delicadas dentro de la jerarquía, como el hecho de negarse a aceptar como obispo de la diócesis a Joaquín Pérez de Necochea “por juzgarlo contrario a los sagrados cánones”. La negativa tuvo respaldo de otros clérigos y provocó un cisma dentro del obispado de Oviedo, prolongándose hasta 1844. Tras saldarse las diferencias, Fernando Argüelles fue perseguido y encarcelado por ello. Subsanado el conflicto en fechas posteriores, sería nombrado Vicario Apostólico por Roma, que premiaba de esta manera su honestidad y coherencia.
Durante varios años había estado al frente de la parroquia de San Martín de Taramundi a la vez que cura ecónomo de San Martín de Oscos, dos feligresías que le convirtieron en modelo de 'cura nuevo' cuando empezaba a tomar forma el Concordato del Estado con la Santa Sede, tras superar la ruptura de relaciones a propósito de la desamortización de bienes eclesiásticos.
Argüelles predicó mucho desde el púlpito, pasó largos ratos en el confesionario, animó a sus parroquianos a practicar los sacramentos y ayudó a los necesitados. Una línea de trabajo que ocupó su vida a lo largo de los años. En el obispado ovetense se debieron de fijar en él, porque en 1851, tras investigar minuciosamente su trayectoria pastoral, le nombraron magistral de la catedral de Oviedo, el mismo puesto de aquel personaje que Clarín nos retrata en su Regenta, por tanto de inmejorables dotes oratorias y buenos conocimientos de teología. Como magistral colaboró con el obispo Díaz Caneja (también leonés, de Oseja de Sajambre), quien le nombra al año siguiente gobernador eclesiástico, luego examinador sinodial y rector del Colegio de San Pedro de los Verdes.
Un obispo que practicó la caridad y la beneficencia
Desde su mullido sitial de magistral no dejó de practicar la beneficencia con pobres y necesitados, recibiendo la estima general de los implicados en aquella caridad. Imposible no hacer la comparación con el papa Francisco, que visitó encarcelados, lavó los pies de presos y se mezcló con las minorías marginadas. Fernando Argüelles dedicó la mayor parte de su dotación económica como magistral (14.000 reales al año) a la caridad, de hecho “nunca tenía un cuarto”, según testimonios. El caso extremo fue el de las malas cosechas de cereales en Asturias en 1852 y 1853. En esos años Argüelles distribuyó grano y donativos, formando parte de todas las juntas de caridad que se fundaban a su alrededor. Su filantropía le granjeó la admiración y el reconocimiento públicos.
En Asturias, con la penuria y la insalubridad, llegó en 1854 el cólera-morbo, ocasión en la que el prelado ayudó y consoló a afectados, hasta el punto de caer enfermo él mismo. Formó parte también de la fundación de dos instituciones caritativas: el Banco Agrícola de Oviedo y las Conferencias de San Vicente Paúl.
Obispo de Astorga en 1858
En 1858 fue nombrado obispo de Astorga. Tenía 61 años y una frágil salud. Quiso renunciar al cargo, pero la reina Isabel II no aceptó su renuncia. En Astorga trató de reformar y modernizar el obispado, atendiendo a todos su frentes: feligreses, clérigos, seminarios vocacionales, piedad al pueblo, limosna y caridad a los necesitados, ejercicios espirituales del clero, misiones en los pueblos. Donó 3.200 reales al Hospital de La Bañeza y 24.000 reales a las obras del antiguo convento de San Francisco.
Una nota de involución en su credo católico fue la Revolución Gloriosa de septiembre de 1868. Había sido fiel a la corona y a sus gobiernos, pero no aceptó el Gobierno Provisional del 68, pese a haber reconocido que la junta revolucionaria constituida en Astorga no había provocado desatinos ni desmanes. Argüelles quedó desbordado con el programa del Sexenio Revolucionario, especialmente con las medidas anticlericales del Gobierno de Serrano. Firmó con más obispos su férrea oposición a las libertades de imprenta, asociación, religión y enseñanza. Llegó a afirmar que se estaba jugando con la conciencia de las personas en lo referente al derecho al voto y el texto constitucional de 1869. Pidió a sus subordinados que no se enrolasen en ningún partido político, que dieran buen ejemplo y que evangelizaran: “instruir a los fieles para que no cayeran víctimas de las heterodoxas doctrinas que pululaban”. Sus prelados le obedecieron, aunque alguno tomó partido por los carlistas. También reguló la vida en comunidad de las monjas, ayudó a paliar sequías que afectaron a las cosechas, creó una preceptoría de Latinidad en Las Ermitas, y dos más en Villafáfila y Puebla de Sanabria. Creó la fundación de las Hijas de la Caridad en el Hospicio que se ocupaba de niños expósitos, distribuyó grano y semillas para evitar a usureros y especuladores, practicó la caridad con los afectados por el terremoto de Manila, las inundaciones de Valencia y los desastres naturales de Las Antillas.
El Concilo Vaticano I y la enfermedad
Como obispo, asistió al Concilio Vaticano I, sin descuidar los acontecimientos nacionales que él veía catastróficos: matrimonio civil, obligación de jurar la Constitución, libertad de conciencia…
En aquel viaje, el tren le acercó hasta Venta de Baños y de allí a Bayona, para llegar a Roma. Su participación en el concilio fue discreta y la enfermedad se agravó durante su estancia en Roma. Padecía retención de orina, una patología prostática destructiva, o sea, cáncer de próstata. Regresó a Astorga precipitadamente, pues su salud se deterioraba por momentos. Nueve días duró el viaje de regreso. Murió pronto, en Astorga, y fue llorado, sobre todo, por los pobres. Se llegó a promover un proceso de canonización de su figura que hoy está parado.
Argüelles fue un predecesor del papa Francisco. Un hombre de Dios con labor pastoral, social y caritativa reconocidas. Como Francisco, dio consuelo material y espiritual. No fue un gran intelectual, tampoco un abierto dialogante, pero se entregó en cuerpo y alma a su ministerio. También recuerda al papa “en su locución y modales poco lucidos, con el candor y la sencillez de un niño”. En una visita a su pueblo natal fue recibido con un pasillo y un arco floral mientras sus antiguos vecinos y familiares le cantaron unos versos populares: Señor obispo de Astorga, // hoy tiene una corona de flores //, también tiene otra en el cielo // porque protege a los pobres.
Bergoglio y Argüelles fueron libres, no aspiraron a hacer carrera, no respondieron a críticas, vivieron con el ejemplo y fueron claros en sus mensajes. El Papa Francisco fue, además, asertivo y tolerante, cercano y reformador, el Loco de Dios, como le ha llamado Javier Cercas.