El complicado reto de alquilar películas

Videoclub Casablanca

Isabel Rodríguez

Llegaron en los años 80 y se han adaptado a un ritmo vertiginoso a los nuevos formatos y a las diferentes estrategias de venta. Dejaron atrás el VHS, incluyeron los cajeros automáticos, se sumaron a la calidad que aporta el Blue Ray. Los videoclubes han sabido amoldarse a los avances tecnológicos a pasos agigantados. A todos excepto a uno, al que permite bajar sus productos desde la red sin pagar un euro por ello. Las descargas ilegales han provocado desde 2005 un declive de usuarios cuya última consecuencia en León es el cierre del videoclub Casablanca ubicado en la calle Miguel Castaño. Su propietario centrará ahora el negocio en las otras dos tiendas que tiene en la capital, en La Palomera y Eras de Renueva, que tienen más afluencia.

La que ahora cesa su actividad fue la primera en abrirse del grupo en León. Se inauguró un 12 de diciembre de 1986 y las otras dos no llegaron hasta después del año 2000, con las que se introdujo el formato multitienda en el que ahora quieren incidir para garantizar su supervivencia. Películas, pero también libros y chucherías para disponer de una oferta global de ocio.

Desde su apertura, Casablanca ha llegado a registrar a 80.000 clientes, lo que supone –contando que en cada familia suele haber un solo usuario- que han llegado a prácticamente todo León. De esta forma no resulta raro que en cuanto se han visto los carteles de liquidación, muchos ciudadanos les hayan enviado mensajes de apoyo y ánimo.

El propietario, José Luis Carrera, y también presidente de la Asociación de Empresas del Vídeo a nivel nacional, agradece todas esas muestras de cariño. “No nos rendiremos”, advierte aunque reconoce que no sopla el viento de cara, ni mucho menos. El cierre de este establecimiento en León coincide en el tiempo con el anuncio de otra pésima noticia para el sector del cine, el fin de Altafilms. “Perdemos una entrada de aire fresco”, lamenta Carrera.

No titubea a la hora de señalar las razones. “La piratería pura y dura”, manifiesta. El año pasado el cierre de Megaupload, la detención del enorme Kit Dotcom y la página precintada digitalmente por el FBI pareció tambalear el negocio de las descargas ilegales durante unos días, pero el espejismo duró poco y los usuarios encontraron otras formas de conseguir las películas en internet.

“Aquí el Gobierno lo permite. Zapatero tuvo una intención clara de acabar con ello, pero resulta que Sinde tenía al enemigo en el mismo Consejo de Ministros y Sebastián le hacía vudú por las noches”. Carrera subraya el abismo que separa los presupuestos destinados al Ministerio de Cultura y al de Industria y asegura de este último que “está gobernado por las grandes empresas de telecomunicaciones”.

Por eso, asegura, en España pagamos el doble o el triple que lo que abonan en otros países europeos por disponer de una conexión de ADSL. “En Holanda por 10 euros la tienes, aquí nos están incluyendo en el precio las descargas ilegales que, además, no estamos pagando a quien realiza ese trabajo”.

En su opinión, “España no necesita nuevas leyes, con las que hay sobra, pero hay que aplicarlas”. El problema es que no ve que haya disposición por parte del Gobierno. Es más, habla de desinterés y desprecio a la cultura. Algo que no logra comprender cuando hay ejemplos fuera de España de que esta también aporta beneficios. Habla de Islandia, donde en plena crisis duplicaron los esfuerzos en la cultura porque es dinero que repercute en el país; o de Francia, que gracias a películas como 'The Artist' o 'Intocable' ha conseguido lucrarse. Señala que nuestro país tiene un mercado latinoamericano inmenso que está desaprovechado. “Aquí hay desprecio hacia el cine español, pero es que dentro de este hay grandes películas, medianas y malas; criticar el cine español sería como criticar la naranja española en general, a nadie se le ocurre porque es un producto nacional”, comenta.

A Carrera le duele el abandono de un sector que, alerta, “va a ser muy difícil reconstruir”. Y comprende que los autores están en su derecho de poner en internet sus obras de manera gratuita, pero considera que “el Gobierno tiene que permitir que la gente pueda comercializar con sus productos”. Él está dispuesto a reinventarse. Lo hizo cuando de un viaje por Estados Unidos trajo la idea de la multitienda y lo aplico a su negocio. Su problema no es como en otros sectores que ya no interese lo que él ofrece, sino que la gente lo consigue sin pagar.

En otros países europeos, explica, los videoclubes se mantienen y conviven con las descargas legales de internet. Pero, aquí, ¿cómo convivir con descargas legales si todas son ilegales?, se pregunta. “Nosotros nos adaptamos, pero si nos roban el producto, es complicado”.

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