Roberto González-Quevedo vuelve a dinamizar el patsuezu con la publicación de un libro sobre la “che vaqueira”

Hay lenguas que viven su propia paradoja. El patsuezu tiene su supervivencia en el día a día “amenazada” por la progresiva desaparición de las generaciones que lo emplearon para comunicarse oralmente. “De chaval me decían: eso no se puede escribir”, rescata el filólogo y escritor Roberto González-Quevedo, que a principios de los años ochenta protagonizó junto a su madre, la escritora Eva González, el milagro de llevar aquellos sonidos al papel de los libros. Hoy esta variante del asturleonés es, sin embargo, una “lengua viva” tanto en lo académico como en lo literario, subraya González-Quevedo, que viene a contribuir a este dinamismo con la publicación de su libro Sobre la llamada “che vaqueira”, que se presenta este sábado a las 18.00 horas en la Casa de la Cultura de Villablino junto a la concejala del ramo, Mercedes Fisteus, en el marco de una jornada organizada por la Asociación Cultural Amigos de Sierra Pambley bajo el título Día de la nuesa tsingua / Día de la nuesa l.lingua.

La dualidad en el título se enmarca en dos de las maneras de trasladar esa “che vaqueira” al papel, a su vez la manera de adaptar la l- y ll- latinas en zonas de León y Asturias, pero también en otras partes como el Alto Pirineo, el suroeste de Francia, el sur de la península italiana o las islas del Tirreno. De un viaje por Europa tan largo surgieron hipótesis como la que sugiere que la toponimia de Salentinos (localidad del Alto Sil perteneciente al municipio de Páramo del Sil) estaría emparentada con “el pueblo de los Salentini, en el extremo meridional de la Apulia”, en el tacón de Italia, según la apreciación de Ramón Menéndez Pidal trasladada a un mapa que ilustra la portada del libro Sobre la llamada “che vaqueira”. Resultados apicales y retroflejos de l- y ll- latinas en Asturias y León: estudios y uso literario.

El título también tienen su explicación. El empleo de “la llamada” no es casual ya que el autor tiene sus reservas sobre denominación “che vaqueira”, que, sin embargo, utiliza al reconocer que “continúa siendo muy popular”. “Provocaría probablemente más confusiones el no utilizarla”, escribe este filólogo nacido en Palacios del Sil que es miembro de la Academia de la Lengua Asturiana para señalar a renglón seguido que la definición más precisa sería la de “africada retrofleja sorda”. Lo hace antes de introducirse en la primera parte del libro en una catarata de estudios realizados tanto por filólogos como por aficionados y citar algunos hitos como la publicación en 1949 de El habla de Babia y Laciana por parte del autor babiano Guzmán Álvarez o la polémica desatada en 1982 por Melchor Rodríguez Cosmen, un experto en el folclore de la zona cuya estirpe familiar había ocupado el cargo de provisor del Puerto de Leitariegos, al apostar por la grafía chx.

La representación gráfica de la llamada “che vaqueira” conforma la segunda parte del libro, en la que se confrontan soluciones como la ts y la l.l para adaptar la -l y -ll latina. La tercera son unas conclusiones del autor, que se muestra “ecléctico” al reconocer que “una sola teoría no puede explicar todo”. “Me gustan las hipótesis radicales, pero en este caso no podemos quedarnos ahí”, admite Roberto González-Quevedo sin dejar de alertar sobre la extensión del “cheísmo”, la “tendencia a sustituir la africada retrofleja sorda por la palatal africada sorda” hasta, por poner un ejemplo, confundir el sonido de tsingua (lengua) con el de fichu (hijo). La desviación tendría un paralelismo en castellano con el “yeísmo”, la progresiva desaparición de la diferencia fonológica hasta no distinguir en el habla las palabas con ll y con y (como callado y cayado).

Aun reconociendo la existencia de “mucha bibliografía académica” en torno al fenómeno de la “che vaqueira”, González-Quevedo la circunscribe fundamentalmente al formato de artículos para remarcar el valor de esta nueva publicación y hablar de un libro pionero en el estudio detallado de las diferentes teorías sobre el origen y grafías. Y ahí es donde se enmarca la “vitalidad” en términos de investigación científica y de producción literaria de lenguas como el patsuezu, el glotónimo que acabó prevaleciendo para englobar lo que en zonas de la provincia de León como el Alto Sil, Laciana o Babia varias generaciones de paisanos se denominaba como na nuesa tsingua.

Roberto González-Quevedo vivió en primera persona con Eva González (a la que dedica este libro) a partir de 1980 el Surdimientu, el “movimiento que busca la construcción de una literatura autónoma” hasta “encontrar en la propia lengua los recursos para la estética literaria”, escribe en esta publicación hasta precisar que “no fue una iniciativa individual, sino que correspondía a un movimiento popular y a una nueva mentalidad cultural que aparecía en la población”. Lo hace en el capítulo de referencias bibliografías con el que cierra el libro y en el que constata un interés que va más allá del territorio de referencia tras subrayar la existencia de una voluntad por “mantener la identidad”. Y así el autor pone una nueva pica en la dinamización una lengua vernácula muy viva en las academias y las publicaciones y amenazada de muerte en la calle.