El libro que honra a Eva González, la pionera en convertir en literatura la tradición oral del patsuezu
El homenaje a las escritoras leonesas por el Día Internacional de la Mujer aborda en este 2024 la figura de la autora de Palacios del Sil, clave en la significación literaria de la lengua variante del asturleonés
Sin haber cumplido la veintena, Eva González (Palacios del Sil, León, 1918-2007) ya había oscilado entre el cielo y el infierno. Tenía 11 años cuando vio por primera vez casas de más de dos pisos en Vigo. “En Mondariz pasé los quince días mejores de mi vida”, dejó escrito sobre un viaje del que regresó convencida de querer ser maestra. Acababa de cumplir 18 cuando, descartada por su padre su vocación y tras regresar de formarse en corte y confección, estrenó un vestido en Cuevas del Sil. “Fue la primera y la última vez que fui de fiesta”, anota sobre el día de San Blas de 1936, con España preparándose para un gran funeral. Y no había llegado a los 20 cuando, en medio de la Guerra Civil en Santander, le recomendaron no regresar al Valle del Sil por la dura represión militar: “Pasé la noche más triste de mi vida”. Había cumplido ya los 60 cuando se ganó la trascendencia: fue al convertir una infancia marcada por la oralidad y las lecturas en una carrera literaria pionera en patsuezu. Y ahora es la protagonista del homenaje a las escritoras leonesas de ayer a través de otro libro coordinado por Mercedes G. Rojo al hilo del Día Internacional de la Mujer.
Eva González Fernández. Garante de la tradición y de la lengua asturleonesa es el título de lo obra que en este 2024 quiere poner el foco sobre una vida y una obra. La primera comenzó en 1918 en Palacios del Sil, en un valle que se preparaba para ser atravesado por el ferrocarril entre Ponferrada y Villablino, el comienzo de un siglo de desarrollo industrial vinculado a la minería del carbón y las centrales térmicas. Sus padres se dedicaron al sector primario y tuvieron cantina. A Eva, la menor de una familia numerosa, le tocó muchas veces subir a la braña con las vacas. Y en casa se refugiaba en torno a los mimbres que muchos años después hicieron despegar su carrera literaria: la asistencia a los calechos y filandones que sostuvieron la tradición oral hasta la Guerra Civil primero y la irrupción de la televisión después, así como la incesante lectura de los libros que se acumulaban en un arca.
Su madre, Felicidad Fernández, fue la artífice tanto de la oralidad como de las lecturas. “Su memoria era tan extraordinaria que historias que había leído nos las relataba con palabras idénticas al texto. No hubo cuento, historia ni romance que hubiese olvidado”, cuenta Eva González a través de la traducción de Hestoria de la mía vida, las memorias que dejó escritas en 1988 en patsuezu (el glotónimo que acabó triunfando para aglutinar lo que en zonas como el Alto Sil, Babia o el suroccidente asturiano definían como 'na nuesa tsingua') y que no quiso que se publicaran hasta después de su muerte (se editaron en 2018 en las dos lenguas coincidiendo con el centenario de su nacimiento). “Mi madre”, dice en otro pasaje de esta obra en la que recrea su infancia, adolescencia y juventud, “compraba todos los libros que llegaban al pueblo: tenía un arca llena de ellos”.
Fue a su madre a quien quiso hacer cómplice de su deseo de aparcar las vacas y estudiar para maestra, la vocación con la que regresó de aquel viaje a Galicia en el que se subió por primera vez a un tren. Su padre, Teodosio González, dijo que no apelando a la necesidad de trabajar en casa. A ella le quedó una espina clavada. “Pero asumió que no era culpa de su padre, sino de la mentalidad de la época”, cuenta por teléfono su hijo pequeño, Roberto González-Quevedo, al subrayar que “la barrera del género” le hizo “tener menos oportunidades por ser mujer”. Fue precisamente González-Quevedo quien luego la animaría a publicar hasta lanzar conjuntamente durante la década de los ochenta la colección Na nuesa tsingua.
Resignada a no poder estudiar para maestra, tenía 17 años cuando un día se plantó frente a su padre: “Tengo que decirle algo ahora mismo. Le pedí permiso para hacerme maestra, no quiso que lo fuera y lo comprendo, pero yo no nací para brañera, estar sola me enferma, es una vida dura que no me gusta. Se me da bien coser y bordar y por ello no le pido mucho: mándeme un invierno a aprender a coser”. Su padre transigió, ella volvió a coger el tren con destino a casa de una de sus hermanas en Santander y regresó formada e ilusionada, dispuesta a ser “una buena modista”: “Tenía la cabeza tan llena de pájaros que todo me parecía de color rosa”. Era febrero de 1936. El color del país fue desde esa fecha tiñéndose de negro.
Sin haberse significado políticamente, su familia quedó identificada como roja. Y en el verano de 1936 hubo que volver a la braña, esta vez para esconderse y pasar luego a Asturias, llegar a Santander y regresar, primero a Villablino con la casa familiar ocupada por los sublevados. “No las queremos, no las queremos / las rojas de Santander, / con las de Rusia, con las de Asturias, / que se vayan otra vez”, cantaban con crueldad las falangistas. Acabado el conflicto fratricida, recuperada la casa familiar (“para entrar en mi casa, que es mía porque me la dejó mi padre como herencia, no necesito permiso de usted ni de nadie”, se plantó su madre a una autoridad) y con su padre primero encarcelado y luego liberado, Eva González se casó en 1943 con Enrique González-Quevedo para llevar una vida itinerante en función de los trabajos de su marido hasta su jubilación para asentarse de nuevo en Palacios en la década de los setenta.
Había algunas cosas sueltas (en patsuezu), pero nada con una pretensión literaria. Ella no fue la primera en hacer escritos, pero sí la primera en tener un proyecto
Ella se había criado hablando la lengua vernácula y leyendo en castellano. “Conocía toda la tradición oral. Y, como era muy buena lectora, manejaba los dos sistemas. Participó de los dos códigos”, expone Roberto González-Quevedo, que, con el paso de los años, fue dándose cuenta de la potencialidad de la cultura que atesoraba su madre. Los investigadores del Seminario Menéndez Pidal también lo pudieron constatar cuando fueron a visitarla un día para recopilar romances populares y se quedaron seis días de pensión. “Autodidacta” a falta de oportunidades de formación, fue guardando en su memoria sin dejar nada por escrito hasta varias décadas después. Cuando su hijo menor la convenció para pasar su bagaje al papel, aquello fue como una revelación. “Ella escribió de forma espontánea; y yo la ayudé para adaptar los fonemas (...). Fue un impacto enorme ver aquello escrito”, señala González-Quevedo, filólogo miembro de la Academia de la Lengua Asturiana.
De la intuición al perfeccionismo
Madre e hijo exploraron entonces un camino prácticamente virgen en 'na nuesa tsingua'. “Había algunas cosas sueltas, pero nada con una pretensión literaria. Ella no fue la primera en hacer escritos, pero sí la primera en tener un proyecto”, precisa. Dotada de un “conocimiento literario intuitivo”, Eva González era muy perfeccionista a la hora de corregir poemas y cuentos en los que acababa privilegiando el efecto de “la sonoridad y los finales redondos”. La etnografía también tuvo protagonismo en una producción literaria que escribió un punto y aparte con Hestoria de la mía vida, donde “quiso ajustar cuentas con su propia memoria”. “Hay pasajes muy duros”, admite González-Quevedo, que cumplió la promesa de no publicar estas memorias hasta el fallecimiento de su madre, que tuvo que lidiar en la recta final con la enfermedad de Alzheimer. El hijo sí reconoce como una “pequeña traición” haber editado también una vez fallecida Cartas al fichu, el resumen de una correspondencia familiar no pasada por el tamiz de las sucesivas correcciones. Él, que la persuadió para convertir su universo en literatura, resolvió así el “dilema” sobre publicar o no estas cartas: “Al final siempre la convencía”.
Eva González logró despertar la curiosidad y apreciar una realidad que fue parte de nuestras raíces
La publicación en patsuezu se movió en una “ambivalencia”. “Los primeros libros generaron mucha sorpresa y también algún rechazo”, dice González-Quevedo tras evocar cómo en tiempos “la gente se burlaba de quien usaba el castellano” para luego considerar al patsuezu “como de segunda categoría”. “Y ahora la gente es más favorable. Las obras contribuyeron mucho. Pero hay más factores: ha habido un cambio de mentalidad y está revalorizándose esa cultura”, advierte. “Paez mentira”, le confiesa ella en una de esas Cartas al fichu remitida en septiembre de 1980, “que una tsingua cumu la nuesa tenga tantas palabras, ya tienlas, anque paeza que non”. Y él se queda con el convencimiento de que su madre “fue consciente de que lo que escribió era útil”, así como de la “repercusión” de su obra. “Y ella fue muy feliz”, resalta.
“La vida de una persona habla de su obra”, sostiene Mercedes G. Rojo, que encara ahora esta nueva publicación con un doble objetivo: que abra la puerta a que “se haga un estudio en profundidad sobre ella” y para que “se haga una revisión de su obra”, que llegó a reeditarse y poblaba escaparates en Asturias, pero en León se conserva fundamentalmente en bibliotecas. Rojo entronca su investigación con el renacido interés por lo leonés hasta instar a llevar a la práctica lo pregonado desde los púlpitos de las instituciones públicas y prestar más apoyo a la recuperación de figuras como la de Eva González, clave con sus trabajos etnográficos en “salvar lo que se estaba perdiendo”. “Logró así despertar la curiosidad y apreciar una realidad que fue parte de nuestras raíces”, subraya.
Páramo, Villablino y León, primeras citas confirmadas para la presentación de la obra
El libro que este 2024 servirá para conmemorar el Día Internacional de la Mujer se pondrá de largo una jornada después. Será este sábado 9 de marzo en Páramo del Sil, municipio vecino al natal de la protagonista de la obra. La Casa del Pueblo acogerá a las 18.00 horas un acto en el que la coordinadora literaria del proyecto, Mercedes G. Rojo, estará acompañada por Macu García González, Sara García de Pablo y Rosalía Álvarez.
Como en otras ocasiones, Mercedes G. Rojo ha implicado en esta iniciativa de un puñado de mujeres (y también algunos hombres) que ponen textos (algunos en patsuezu) e ilustraciones en la edición de una obra que, como en el caso de Cuatro poemas inéditos de Manuela López García para la BBC de Londres, se corona con varios audios de la propia Eva González recitando poemas a los que los lectores podrán acceder a través de un código QR.
El libro tendrá las siguientes citas promocionales el viernes 15 de marzo en Villablino a las 19.00 horas en la Casa de la Cultura y el miércoles 20 también a las 19.00 horas en el salón de actos del Ayuntamiento de León, con entrada por Alfonso V. A mediados del mes de mayo la obra llegará a Palacios del Sil, la cuna vital y literaria de Eva González, que da nombre a un aula del Centro de Interpretación de la Naturaleza y una plaza de su pueblo y a una calle en León capital.
Los ayuntamientos de Palacios del Sil, Páramo del Sil, Villablino, Carrizo de la Ribera, Valdefresno, Santa María del Páramo y Villaturiel, así como el Ministerio de Igualdad, la Cátedra de Estudios Leoneses y el Grupo Masticadores ponen su granito en una publicación que remarca el valor literario de una autora cuyos versos uno de los colaboradores, el poeta José Luis Campal, emparienta con los poemas de Rosalía de Castro.