'La casa del dragón: épica de interior

Imagen promocional de la serie 'La casa del dragón'.

Antonio Boñar

La primera idea que nos asalta al hablar sobre esta serie que adapta parte de la extensa novela de George R.R. Martin, Fuego y sangre (2018), es que su existencia no es más que una consecuencia directa del extraordinario éxito de Juego de Tronos (2011-2019). Esta evidencia no es algo que pretenda esconder la nueva saga que transcurre 172 años antes de los acontecimientos narrados en la serie madre, más bien al contrario es algo de lo que presume sin rubor y con orgullo. Por un lado, esta apuesta continuista asegura la atención de millones de espectadores casi sin necesidad de ninguna promoción, pero por otro las comparaciones se antojan inevitables y cuenta con la clara desventaja de  apelar a una capacidad de sorpresa más gastada, a una perplejidad de segunda mano.

La Casa del Dragón se centra en la dinastía de los Targaryen para contarnos las intrigas maquiavélicas y palaciegas que desencadena la decisión del Rey Virseys de nombrar como heredera al Trono de Hierro a su hija Rhaenyra, algo que provoca indefectiblemente celos y rencores entre todo aquel que también se considera con derecho a reinar: hermanos, tíos, sobrinos, hijos bastardos y demás especímenes que  integran el numeroso clan familiar. 

En el fondo estamos ante otra vuelta de tuerca sobre esa eterna pulsión humana que nos hace ansiar el poder, ante una digresión sobre las consecuencias o responsabilidades de ostentarlo, ante un pesimista tratado sobre su futilidad final. En este sentido La Casa del Dragón está más cerca del melodrama familiar que del relato épico, fantástico y rebosante de acción que veíamos en su predecesora. Y aunque también asistamos a espectaculares batallas y al fascinante vuelo de los dragones sobre las tramas de poder, esta es definitivamente una historia que transcurre de puertas adentro de palacio, más íntima y sosegada.

La segunda temporada de la gran apuesta veraniega de Max es otro derroche formal que sigue los pasos de la primera entrega con unos escenarios y una atmósfera apabullantes, que gustará a quienes les gustó Juego de Tronos y que cuenta con suficientes alicientes como para cautivar también a esos pocos recién llegados que esquivaron hace apenas diez años aquel histórico y global tsunami catódico que arrasó audiencias. Aunque menos, gustará y fascinará menos que aquella joya porque nunca podrá despojarse de la incómoda percepción de saberse artilugio televisivo armado para exprimir la gallina de los huevos de oro, porque nunca será dueña de aquel asombro primero.

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