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'Indiana Jones y el dial del destino': hasta siempre Indy

Cartel de 'Indiana Jones y el dial del destino'.

Han pasado cuarenta años desde que Indy se enfundara, por primera vez, su sombrero de ala ancha y su chaqueta de cuero para correr mil aventuras y depositar en los ojos abiertos como platos del niño que fuimos una inolvidable y vibrante emoción. Y aunque sabemos que es imposible recuperar aquel hechizo infantil, cuando volvemos a ver su inconfundible silueta sobre la pantalla mientras se elevan los acordes compuestos por John Williams, uno casi consigue regresar a aquel chaval de doce años. 

Con esta quinta entrega, las nuevas generaciones descubren a un Indiana Jones que está bastante más cascado y con pocas ganas de recorrer el mundo en busca de artilugios mágicos y misteriosos para evitar que caigan en manos de los malos malísimos de siempre, los nazis. Pero no teman, nuestro socarrón e intrépido arqueólogo sigue en forma, tanto como para sortear todas las trampas y oscuros secretos que podrían cambiar el curso de la historia. 

Steven Spielberg delega en James Mangold para dirigir este notable epílogo de nuestro héroe de cabecera y el estupendo director de En la cuerda floja (2005), El tren de las 3:10 (2007), Logan (2017) o la más reciente Le Mans ’66 (2019) arma su película con los nuevos paradigmas formales que marcan la infografía y los efectos digitales. Y aunque el refrescante sentido del espectáculo y los cánones narrativos del cine de aventuras clásico siguen presentes, uno no puede evitar echar de menos ese cine tan físico que firmaba Spielberg, esa manera analógica de rodar que te hace sentir los puñetazos en la cara y que transmite una veracidad que huele, sabe, suena y duele.

Uno de los condicionantes que lastran el cine actual es la dificultad de sorprender a un espectador que ya lo ha visto casi todo en la gran pantalla, algo que se percibe especialmente en unas escenas de acción que por muchos malabares y espectaculares coreografías que tengan, siempre transmitirán la sensación de ser nuevas versiones de algo ya digerido por nuestra mente. En ese sentido, y lejos de ser un hándicap, la película es un homenaje a todo el cine de aventuras que nos ha visto crecer y especialmente autorreferencial con las anteriores peripecias de Indy, un regalo para nostálgicos y un hermoso cierre para este colosal y entrañable personaje que ya forma parte de la cultura popular contemporánea.

Lo de Harrison Ford merece punto y aparte, porque sin este actor de ademanes clásicos y sonrisa burlona sería imposible entender el carisma de un Doctor Jones por el que no parecen haber pasado los años y en el que perviven la ironía, el ingenuo encanto de sus hazañas, ese aire de héroe por casualidad o su seductora torpeza de intelectual.

Hasta siempre Indy.

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