Historia de dos poemas de Leopoldo María Panero

Poema Leopoldo María Panero

Astorgaredaccion.com

Un dieciocho de diciembre, nuestro tío Leopoldo nos envió dos poesías muy especiales. Era el año 1957, llegaba la Navidad y ya teníamos nuestro regalo. En Madrid, todo brillaba y con seguridad caerían copos de nieve. En esos días tan entrañables nos imaginábamos a nuestro tío sentado en el ya famoso comedor de su casa de la calle Ibiza de Madrid, (famoso porque allí se reunían grandes artistas: poetas, pintores, escultores... y se hacían tertulias interminables según nos contaba nuestra tía Felicidad).

Tío Leopoldo había mecanografiado en su máquina Olivetti los poemas que con tanto cariño nos había escrito nuestro primo Leopoldo María, por entonces un niño de muy poquitos años. Hasta ese momento nuestro tío no se había atrevido hacer pública esta faceta tan temprana de escribir poesías de Leopoldo María. El 'niño poeta' le inquietaba. Pero, lleno de ternura por la iniciativa de dedicarnos esas preciosas poesías, nos las enviaba a Santa Cruz de Tenerife en la Navidad del año cincuenta y siete. Nosotras éramos unas niñas de siete años, y Leopoldo María tenía nueve. En Santa Cruz, también había muchas luces y árboles de Navidad, y belenes. Lo Divino se cantaba por las casas, y salíamos a dar el aguinaldo: dinero, comida y bebida. En lugar de la nieve, lucía siempre un sol brillante, y las Ramblas estaban llenas de palmeras y flores de pascua. En nuestra casa de Martín Bencomo todo era alegría, a nuestros padres les encantaba que celebráramos la Navidad y los Reyes Magos. La casa se llenaba de buenísimos aromas que salían de la cocina, y llegaban unas cestas preciosas con grandes lazos repletas de cosas buenas: jamones, salchichones, turrones, peladillas, polvorones... Y ese año llegaron también nuestras poesías; las que le inspiramos a nuestro primo uno de esos veranos que fuimos a pasar con ellos a la 'Casa del Monte' en Castrillo de las Piedras, muy cerquita de Astorga, con nuestros padres y nuestro hermano Juan. Recordamos que hicimos una excursión preciosa junto al río; yo me entretenía con los rosales –el aroma de las rosas nos encantaba– y Marisa, mi hermana, metía las manos en el río y jugaba con el agua. Entonces, un pececito le mordió un dedo. Todos reíamos al ver su cara de asombro. Leopoldo María retuvo en su memoria todos esos momentos, y más tarde dedicó a Charito su poema Las Rosas y a Marisa su poema El Río.

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