'Los cuatro palos del tiempo'

'Los cuatro palos del tiempo' David Rubio

Álida Ares

En el prólogo de 'Los cuatro palos del tiempo', el editor, Gregorio Fernández Castañón, advierte al lector que se encuentra frente a un juego literario con todos los elementos que este conlleva: se trata de 48 capítulos y cada capítulo corresponde a un naipe de la baraja que han sido distribuidos al azar. De estos capítulos, el lector solo ha de respetar el orden del primero y el último, el resto los podrá combinar a gusto, sin que por ello la obra deje de tener sentido. La posibilidad que el libro nos ofrece de combinar los naipes al azar recuerda otro famoso juego literario, el de 'Juego de cartas' de Max Aub (1964), un libro compuesto por ciento ocho naipes, en cuyo dorso van escritas otras tantas misivas en las que los firmantes hablan de un personaje Máximo Ballesteros, fallecido misteriosamente. También se construye sobre las posibilidades combinatorias de un juego de cartas 'El castillo de los destinos cruzados' (Il Castello dei destini incrociati ) de Italo Calvino (1973), en el que un grupo de personas que han perdido la palabra debido a sus experiencias, se encuentran refugiadas en un lugar (un castillo en la primera parte y una taberna en la segunda) y proceden a relatar sus historias a sus compañeros, utilizando una baraja de tarot.

Al inicio de Los cuatro palos del tiempo, el narrador, que se identifica con uno de los personajes al que motejan de juntaletras, nos introduce en un bar, donde él mismo se encuentra sentado a una mesa, y nos muestra a los clientes habituales, los cuales juegan a las cartas, escuchan las previsiones del tiempo que emiten por televisión, conversan entre ellos o leen el periódico. No sabemos dónde está el bar ni quiénes son los parroquianos, y enseguida nos encontramos jugando con el autor, tratando de averiguarlo a través de las cartas que va echando, una a una, sobre el tapete. Pero aunque el orden depende de nosotros, debemos estar atentos y llevar por cuenta las que han salido, porque el autor usa algunas artimañas, oculta algunos triunfos en la manga: a menudo creemos que hemos descubierto algo importante y nos damos cuenta en el lance sucesivo de que nos habíamos equivocado.

Parece un bar de pueblo con sus parroquianos; nos lo hacen pensar los nombres de los personajes, todos españoles −excepto el dueño−, su interés por las previsiones del tiempo y los comentarios relacionados con las sequías y las cosechas. Pero, por los indicios que nos proporcionan las cartas siguientes, averiguamos que está en una ciudad y que la mayoría de los clientes proceden de diferentes regiones españolas. Podría ser Madrid o Barcelona, pero eso no lo sabremos hasta después de algunos lances, y el nombre no lo descubriremos fácilmente. La lectura se vuelve cada vez más entretenida, atenta e interesante. Enseguida nos encontramos con él mirando por encima del hombro de los jugadores, escrutando los gestos, las miradas y los detalles que nos van descubriendo el carácter de cada uno, su comportamiento ante la vida. A medida que avanza el juego tratamos de confirmar nuestras hipótesis, reflexionamos sobre lo que han dicho, averiguamos quiénes son, cuál ha sido su vida, qué circunstancias los ha juntado y lo que buscan allí.

David Rubio. Imagen: Manuel Cuenya

Se viene a saber así que son personas que llevan muchos años viviendo fuera, que han cortado sus raíces y que, cuando podrían haber regresado a su tierra no lo han hecho, no se han atrevido a hacerlo. Han dejado de tener una identidad definida reconocible: en el país donde están no se han integrado nunca, y en su tierra se sienten extranjeros o considerados como tales. Sienten miedo de los recuerdos dolorosos, del retorno, de la indiferencia o el rechazo. Los sueños que nos cuenta el juntaletras son muy reveladores: en uno de ellos se ve a sí mismo en la plaza del pueblo con un montón de billetes en la mano mientras unos niños lo miran con desprecio; en el otro, sueña que está en el bar de siempre y que unos amigos españoles vienen a preguntar por él, pero el dueño, que es extranjero, lo mira sin reconocerlo.

En ese bar de españoles se refugian de su nostalgia: jugar una partida de cartas con otros españoles y escuchar las previsiones del tiempo en español es lo que les produce la ilusión de que, aunque en el extranjero, de algún modo continúan vinculados a su país, al menos durante el tiempo que están juntos, aunque no los una nada más que el juego. En realidad, una vez que su misión allí ha terminado y que han renunciado a volver, se encuentran sin alicientes, atrapados en la rutina. Para ellos los días transcurren iguales, es como si el tiempo se hubiera detenido, como si se encontraran en 'el día de la marmota'. Pasan cada tarde jugando a las cartas con los mismos rivales, repitiendo las mismas palabras, gastándose las mismas bromas, contándose las anécdotas consabidas. Pero esa partida con los compañeros de siempre es como un ritual que les permite reconocerse, que les da una identidad, aunque se limite a aquel espacio. Las ligeras variaciones del tiempo que revelan las predicciones meteorológicas y el azar, que hace que ganen o pierdan la partida, dependiendo de la suerte y la habilidad para aprovecharla, es lo único que rompe la monotonía de los días. Y es la reiteración de ese ritual lo que les produce un sentimiento de seguridad. Cuando alguien no aparece, se teme lo peor.

Pero tratándose de un juego, no queremos descubrir todas las cartas, cada lector debe jugar esa partida con el narrador e ir interpretando por sí mismo los gestos, las palabras. La de David Rubio es una obra abierta, un juego que sorprende, donde la forma y el contenido se funden, se complementan: la monotonía de los días viene subrayada por la repetición de la estructura de cada capítulo, que empieza con las previsiones del tiempo y prosigue con la narración de lo que sucede en el bar, con pocas variaciones, aunque siempre significativas. Pero, como en las novelas de Aub y Calvino, el libro no es un mero juego de inteligencia con el lector, es mucho más que eso, requiere su colaboración. Interesa todo aquello que nos relata el autor, pero también lo que podemos leer entre las líneas, lo que nosotros ponemos de nuestra parte en ese juego, esa reflexión íntima que nos provoca su lectura; porque el autor no juega con todos a la vez sino que nos propone un juego a cada uno de nosotros.

Un libro, en resumen, construido con ingenio, con una prosa límpida y precisa, que divierte, intriga y que nos hace reflexionar sobre temas sociales y existenciales.

Hay que destacar también el diseño y cuidado de la edición: la encuadernación recuerda la de piel con dorados de los libros antiguos, y el papel couché satinado nos hace sentir como si tuviéramos las cartas entre las manos; las ilustraciones reproducen los naipes originales de una baraja neoclásica española y el color de las hojas imita los libros envejecidos por el tiempo. El lector que tenga la suerte de hacerse con uno de los pocos ejemplares de la edición, puede sentirse realmente afortunado.

  • David Rubio (León, 1977) es periodista y director de 'La Nueva Crónica' de León. Desde hace años ha compatibilizado su profesión con la literatura. Ha ganado el premio Los nuevos de Alfaguara y publicado dos libros de relatos ('El aplauso de los chopos' y 'La fuerza de los días. Historias de estudiantes Erasmus'). En colaboración con otros periodistas ha escrito 'Personajes leoneses' e 'Historia de Ademar'. Varios de sus relatos han sido incluidos en antologías de autores leoneses.
  • Reseña de Álida Ares (Licenciada en Filología Hispánica, PhD en Didáctica de la Lengua y la Literatura, profesora de lengua española en la Universidad de Trento)
  • 'Los cuatro palos del tiempo', de David Rubio, (Ed. Camparredonda 2015, 242 págs., 24 euros).
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