En los anales de la historia española, hay un capítulo que resalta por la lucha de las libertades: la Revolución de los Comuneros. Aquel movimiento, liderado por Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, acabó derrotado en 1521 en los campos de Villalar. Aquella revolución, catalogada por muchos historiadores como la primera revolución de la era moderna en Europa, se erigió para los liberales del siglo XIX en un símbolo romántico para enfrentarse al absolutismo real.
En aquellos tiempos tumultuosos, los comuneros se alzaron contra el poder absoluto y las políticas caprichosas del monarca Carlos I. Inspirados por el deseo de una mayor autonomía y justicia social, lucharon valientemente por el establecimiento de un gobierno más participativo y menos abusivo. Aunque la revuelta no alcanzó sus objetivos finales, dejó una huella imborrable en la conciencia colectiva española y sentó las bases para futuras luchas por la libertad.
En el siglo XIX, los liberales adoptaron a los comuneros como uno de sus mitos. Joseph Pérez, historiador e hispanista francés, señala que el liberalismo activo de esa época rescató la figura de los comuneros, los elevó a la categoría de mártires y utilizó su nombre como estandarte en la lucha contra el absolutismo. Manuel Azaña, décadas más tarde, expresó que los comuneros aspiraban a ser liberadores, anhelaban deshacerse del despotismo imperial, del gobierno influenciado por favoritismos y de la supremacía de una clase específica.
Tal fue el poso histórico de aquellos acontecimientos que Karl Marx, uno de los pensadores más influyentes de la historia, escribía lo siguiente sobre aquella derrota: “Carlos I intentó transformar esa monarquía aún feudal en una monarquía absoluta. Atacó simultáneamente los dos pilares de la libertad española: las Cortes y los Ayuntamientos. Aquellas eran una modificación de los antiguos concilia góticos, y estos, que se habían conservado casi sin interrupción desde los tiempos romanos, presentaban una mezcla del carácter hereditario y electivo característico de las municipalidades romanas”. En esta cita se deja entrever que los pilares de la libertad española, según el filósofo alemán, eran las Cortes y los Ayuntamientos. ¿No estamos viendo aquí el poso histórico leonés en los ideales comuneros?
Aquí cabe mencionar que el Reino de León se caracterizó por ser avanzado a su tiempo, donde a través de los fueros (es decir, la ley) se aseguran derechos y libertades impensables en otras partes de Europa occidental. Así fue como con el Fuero de León de 1017, promulgado por Alfonso V, se legisló por primera vez unos Derechos Fundamentales y se concedían libertades a las ciudades del reino, de esta manera, se las aseguraba un autogobierno. Y 171 años después, se culminaba un proceso que se venía gestando desde hace siglos con la celebración de las Cortes Leonesas de 1188 –según la Unesco reconocidas como la 'Cuna del Parlamentarismo'– donde se convocó por primera vez en la historia al pueblo llano a Curia Regia, es decir, se hacía partícipe al pueblo de los asuntos del reino.
Por lo cual, si para muchos historiadores los comuneros, con las Leyes Perpetuas de Ávila, se adelantaron a las ideas que imperaron durante la Revolución Francesa, no es descabellado pensar que el desarrollo de una serie de normas legislativas dentro del reino leonés entre 1017 y 1188 –conocido como la Carta Magna Leonesa, pues se contemplaban derechos, garantías y libertades, obligando a todos los estamentos sociales a cumplir la ley, incluido el rey– fueron también un precedente histórico a los ideales comuneros.
Hoy, en el siglo XXI, mientras reflexionamos sobre su legado, surge una pregunta relevante: ¿Qué significado tiene ser comunero en la era moderna? Para muchos, ser comunero es más que una mera referencia histórica; es un compromiso con los principios de democracia, autonomía y justicia social.
En este contexto, dentro de la autonomía de Castilla y León, emerge la voz del pueblo leonés, que reclama su derecho al autogobierno y a la formación de una comunidad autónoma propia. Durante siglos, el País Leonés ha mantenido una identidad cultural e histórica, con una idiosincrasia particular, donde en el seno de su sociedad se mantienen unas formas de organización política democráticas y participativas, los concejos y juntas vecinales, haciendo de todo ello al pueblo leonés merecedor de ser reconocido y respetado en el ámbito político.
Al defender la causa comunera en el siglo XXI, estamos abogando por las libertades, y así es como el pueblo leonés tiene derecho a decidir su propio destino. Por consiguiente, reivindicar lo comunero es reivindicar el legado de aquellos que lucharon por las libertades y se alzaron en armas en busca de un gobierno más justo y participativo. Estamos afirmando el derecho fundamental de cada comunidad a tener voz y voto en los asuntos que le conciernen.
Por todo ello, la creación de una comunidad autónoma leonesa no solo sería un acto de justicia histórica, sino también un paso hacia la construcción de una España más inclusiva y diversa. Reconocer la singularidad del País Leonés y otorgarle la autonomía que merece sería un tributo apropiado a la memoria de los comuneros que lucharon por unos ideales cargados de justicia.
En conclusión, ser comunero en el siglo XXI es abrazar un legado de resistencia y esperanza. Es defender los principios de igualdad, justicia y soberanía en un mundo que sigue luchando por alcanzar su pleno potencial democrático. Es hora de que el pueblo leonés reciba el reconocimiento y la autonomía que merece. Y, por último, es hora de reivindicar las raíces comuneras y honrar su legado en la lucha por un futuro más justo y equitativo.
Javier Miguélez Rodríguez es conocido en la Red Social X como @javiermigrod.