'La vida a través de la ventana'

La ventana de Luis Álvarez en Villablino, comarca de Laciana 2

Luis Álvarez

Hoy, domingo de Resurrección, se cumplen 30 días de confinamiento. 30 días sin poner un pie más allá del umbral de la puerta de casa. 30 días de convivencia intensa con los miembros más directos de mi núcleo familiar, mi esposa y mi hijo.

Nunca a lo largo de mis más de 23.000 días de vida había experimentado una situación similar. Si lo analizamos ciñéndonos solo al aspecto contable o numérico la cantidad, no pasa de ser una bagatela, una tontería sin importancia apenas un 0,13% del total.

Lo realmente importante, lo que nos produce una mayor zozobra es la excepcionalidad de la situación. No soy yo solo el que padece el inconveniente, somos casi todos los ciudadanos los que nos vemos sometidos a esta reclusión domiciliaria.

Estas ideas repetidas una y otra vez a lo largo de estos días, me han llevado a proponerme la posibilidad de contar a los demás, mi experiencia personal.

Se me plantean ante este hecho, al menos dos posibilidades a saber. Ser sincero y desnudarme emocionalmente o guardar un cierto pudor de mi intimidad personal y hacer un relato cargado de ficciones convenientes.

Me he decidido por la primera de las opciones. La que en ciertos momentos puede llegar a producir dolor, desasosiego e inquietud. Creo que es la más honesta, además me planteo, que una vez finalizado el relato, nadie me obliga a hacerlo público si no quiero yo, lo que se suele decir “me guardo un as en la manga”.

Si analizo mi experiencia personal de estos 30 días de reclusión, el balance general es bueno, agradable y satisfactorio. Hay un único inconveniente, no salir a pasear y saludar a la gente por la calle, hablar con amigos, conocidos o simplemente con quiénes coincidimos a diario, para comentar, discutir o reírnos.

Y soy persona de salir todos los días del año de casa, haga frío o calor, llueva o nieve. No más de cinco días en un año natural permanezco sin salir de casa y casi siempre por motivos sanitarios.

Esa carencia he tratado de compensarla a través de las ventanas, que te permiten una visión del territorio vetado, que no prohibido.

Durante los primeros días de reclusión puse en práctica un ejercicio de indagación. Conté y anoté la cantidad de personas y vehículos que podía ver desde mi ventana durante 15 minutos del medio día, las horas de mayor afluencia.

Puedo constatar, que a medida que han ido transcurriendo las semanas ha disminuido bastante el número de viandantes y vehículos. Y desde mi ventana alcanzo a divisar los exteriores de un supermercado, un consultorio médico, una carnicería, una farmacia, un kiosco, un despacho de combustible en gas, una tienda de alimentación animal, dos talleres, dos bancos y dos despachos de pan. Elementos necesarios y suficientes para excusar la presencia de personas, que necesitan de esos servicios indispensables.

Superado ese factor exterior. El aspecto interno del encierro es bueno. Las dos personas con las que convivo me han regalado un confinamiento total, encargándose ellas de los trabajos de abastecimiento.

Las labores de casa las compartimos, lo mismo que hacíamos antes de esta situación anómala. Por lo que no ha supuesto alteración. Nos respetamos nuestros espacios individuales y los comunes los compartimos sin estridencias notables.

Yo en lo personal distraigo el tiempo con actividades que me agradan. Leo, escucho música, busco y descargo información y datos de internet. A ratos escribo y tomo notas sobre lecturas o pensamientos. Veo la televisión, cada vez menos, más adelante explicaré el porque.

En la alimentación también hay valoración positiva. Como muy agradablemente, porque en casa no se nos dan mal las labores de cocina. Con el inconveniente que si tengo algún “antojo”, me toca cocinar a mi, pero ya se sabe “sarna con gusto no pica”.

Y como estos tormentosos tiempos no son propicios para andar en mudanzas de las buenas costumbres. Sigo madrugando y enfrentándome a cada nuevo día con la ilusión de superar el reto que el tiempo físico nos plantea a cada momento. También sigo durmiendo mis adorables y relajantes siestas, que me dulcifican el carácter y amainan el ánimo, para afrontar con jovialidad las horas duras del atardecer y la noche más negra.

Estas son a grandes rasgos las pinceladas físicas de la vida de clausura que me toca vivir. Seguramente poco diferenciadas de las de otros muchos convecinos.

Queda otro aspecto, el del pensamiento y los sentimientos, más íntimo y personal. Aquí cada uno tenemos nuestro pequeño mundo individual, y es en este apartado de nuestra personalidad, donde nos comportamos y somos mucho mas singulares.

Confieso que no he salido un solo día a aplaudir desde la ventana a las ocho de la tarde, tampoco a mirar a esa hora para no incomodar u ofender a quienes si lo hacen. Respeto su decisión, pero no la comparto.

Sabía ya antes de esto, de que madera están hechos los trabajadores de la sanidad y el resto de servidores públicos y ya les estaba agradecido desde antes y lo seguiré estando después.

Defiendo desde hace algún tiempo, que el principal valor contable del sistema sanitario son las personas que lo integran, su capacidad profesional, su calidad humana y la entrega a su trabajo.

Lo mismo se puede aplicar al resto de servidores públicos y trabajadores, que con su labor diaria nos permiten gozar de todos los privilegios de esta vida (comida, bebida, electricidad, calefacción, limpieza, medicamentos, información, medios para comunicarnos y desplazarnos si es necesario). El componente humano es en todos ellos y en todo el sistema el principal valor y engranaje que le permite funcionar como una máquina perfecta a pesar de las pifias o errores del propio sistema.

Porqué entonces me niego a aplaudir desde la ventana. Porque no me gusta el buenísimo organizado y casi obligatorio. Porque las personas realizamos actos de bondad o maldad individualmente. Este buenísimo colectivo impuesto sirve para tapar esas maldades individuales, que no se deberían ocultar. Porque no todos somos buenos o malos intrínsecamente, somos personas que según las ocasiones tenemos buenos o malos comportamientos y acciones.

Mi forma de agradecer es otra, cuando quiero dar gracias por algo a parte de decirlo personalmente, rezo. Si, aunque a alguien le parezca estúpido, me gusta rezar, me relaja y me hace sentir bien, como a otros el yoga o el deporte. Y mi forma de agradecerlo es también seguir dándole mi aprecio y gratitud a esas mismas personas, cuando toda esta situación anómala finalice

Cuando me acuerdo de los que se mueren y de cómo sus familiares más directos, padres, hermanos, hijos, tíos, sobrinos, abuelos o nietos, no pueden celebrar con normalidad sus exequias. También rezo por mí y por esas personas, pues son unas circunstancias, que no sé si sería capaz a sobrellevar de verme inmerso en ellas.

He dejado de ver la televisión, porque estoy saturado de noticias sobre la pandemia, de escuchar argumentos, análisis, valoraciones, explicaciones, mensajes de buenísimo y de ánimo colectivo, hasta en la publicidad.

Cuando quiero información, la busco a través de internet y leo lo que quiero o escucho solo lo que me apetece, de las voces que me resultan más agradables. No voy a detallar, aquí y ahora, mi lista de filias y fobias (muchas más de las segundas que de las primeras), pues convertiría este relato en una historia interminable. Me estoy haciendo bastante cascarrabias y muy selectivo, como me dice mi hijo. Y cada vez menos gregario, añado yo.

Quiero recordar que este alejamiento voluntario de la vida social, es para una gran mayoría de los que nos vemos afectados, un aislamiento virtual.

Podemos mantener una comunicación fluida a través de los medios técnicos actuales con nuestro entorno social más próximo. Yo mantengo comunicación con toda la familia, amigos, grupos sociales y laborales, médicos, incluso participo en un taller sanitario habitual y en un curso de formación “on-line”.

Mi conclusión personal es, por tanto, como decía al principio, positiva pese a los inconvenientes sobrevenidos. Y más teniendo en cuenta que hasta ahora he gozado de la fortuna de verme libre, yo y mi entorno, de la enfermedad, lo que sin duda es el factor más importante y de mayor empaque en la valoración final.

Soy consciente, que muchos miles de personas están viviendo experiencias personales muy distintas. Marcados por situaciones individuales, anímicas, económicas, sociales o de localización muy diferentes a las mías y para ellos este trance temporal merecerá otros calificativos bien distintos y posiblemente más agrios y amargos. Máxime si se han visto afectados por el virus, tanto ellos como en su círculo social o familiar.

Están en su pleno derecho y además les asiste la razón para calificar este texto como una solemne estupidez.

Mi relato no tiene más objetivo, que la simple narración de una experiencia muy personal, distinta de los miles y miles que se están produciendo. Contarlas, no todas porque es imposible, pero si algunas, nos permitirá al final de este ciclo temporal perfilar el dibujo del mosaico social que ha generado y de las alteraciones y modificaciones experimentadas en nuestra comunidad, así como los huecos provocados por las ausencias irrecuperables.

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