Reconócelo: tú también le has puesto nombre a tu Roomba

Un roomba limpiando la alfombra de un salón.

Lucía Caballero / Agencia SINC

Durante el 2020, mientras muchas empresas vieron caer sus ventas debido al parón económico y los confinamientos, iRobot, el fabricante de las aspiradoras Roomba, experimentó un aumento de la demanda. Pasar más tiempo en casa hizo que la limpieza se convirtiera en una prioridad.

Pero, además de tragar pelusas, estos aparatos pueden llegar convertirse en un objeto de entretenimiento o, casi casi, un nuevo miembro de la familia.

Merodean por las habitaciones y obedecen órdenes. No es raro que sus dueños los vean como una especie de mascota o una compañía y que incluso les pongan nombres, como Dora, Rosswell, Roombert, Rosie, Alice o Alfred.

Estos aparatos merodean por las habitaciones y obedecen órdenes. No es raro que sus dueños los vean como una especie de mascota o un compañía y que incluso que les pongan nombres

Las personas han otorgado atributos humanos a animales, objetos e incluso a ideas (como los dioses) durante cientos de años. Los robots son probablemente la entrada más reciente en esta lista.

El hecho de que tengan características que nos resultan familiares “genera una atribución de esencias biológicas a las máquinas, es decir, las vemos como entidades personificadas o animadas”, explica a SINC la investigadora de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC) Marta Díaz, especializada en la interacción entre personas y robots.

Solemos antropomorfizar especialmente aquello que está vivo o que parece que tiene rostro. La aspiradora autónoma Roomba no cumple estrictamente con ninguno de esos requisitos, pero tiene dos características que le acercan bastante: presta un servicio a los habitantes de la casa y sus movimientos se parecen mucho a los de un animal.

Vínculos con tu robot de limpieza

Dos investigadores de la Universidad Carnegie Mellon (en Pittsburgh, Estados Unidos) comprobaron que tener una Roomba puede hacer que una familia cambie la disposición de su mobiliario o modifique sus patrones de limpieza. Y también observaron que sus dueños desarrollan vínculos con su robot aspirador: le ponen nombre y le asignan rasgos de personalidad.

Según otro estudio publicado en el 2020, el movimiento es determinante a la hora de conferir esos caracteres humanos al robot. Sus autores programaron a tres máquinas para trasladarse siguiendo diferentes patrones de aleatoriedad y velocidad para representar una conducta alegre, somnoliento o irritable. Los participantes en el experimento fueron capaces de identificar ese supuesto estado de ánimo de la Roomba según la forma en que se desplazaba.

Marta Díaz: Uno de los atributos que nosotros como especie consideramos una esencia de vida es el movimiento autónomo y con propósito

“Uno de los atributos que nosotros como especie consideramos una esencia de vida es el movimiento autónomo y con propósito”, confirma Díaz. Además, este tipo de aspiradoras son capaces de encontrar por sí mismas su punto de carga (para “alimentarse”) y de orientarse y dirigirse de forma autónoma a su objetivo. “Experimentar necesidades y actuar para satisfacerlas se parece mucho a lo que hacemos los seres vivos”.

Las investigaciones sugieren, además, que esa antropomorfización incrementa la confianza que los dueños tienen en los aparatos —algo que ocurre también con los coches autónomos—, pero también aumenta su bienestar y la simpatía que sienten por ellos, incluso cuando se quedan atascados. A pesar de que no reducen el tiempo de limpieza, sus dueños están contentos de tenerlos en casa.

Asistentes de voz y ¿amigos virtuales?

Otra compañía tecnológica cada vez más habitual son los asistentes de voz como Alexa (Amazon), Siri (Apple), Google Assistant y Cortana (Microsoft). El hecho de que puedan hablar hace que la interacción sea mucho más fácil y que podamos dirigirnos a ellos como lo haríamos con otra persona. Según Marta Díaz, la voz es una de las cualidades de un robot que nos resulta “familiar” y “natural”.

Un equipo de investigadores del Social Media Lab de la Universidad de Cornell analizó cientos de opiniones sobre Alexa en la web de Amazon para evaluar el grado en que sus dueños la personificaban. Sus resultados revelaron que la mayoría se dirigían al altavoz inteligente como a un objeto y que lo usaban principalmente para darle órdenes, como poner música o buscar noticias.

Sin embargo, algunos de ellos aseguraban emplear al asistente con propósitos más sociales, asemejándolo a un amigo, un compañero de piso o alguien con quien entablar una conversación. Aquellos que vivían en familia y que estaban más satisfechos con los servicios prestados tendían a humanizarlo más.

Un equipo de la Universidad de Cornell analizó cientos de opiniones sobre Alexa en la web de Amazon para evaluar el grado en que sus dueños la personificaban

La experta de la UPC señala que podemos atribuir a los robots capacidades como “emociones, inteligencia, intenciones, empatía, comprensión e incluso amistad o apego”. Pero ¿podrían realmente llegar a ser nuestros amigos o amantes, como ha sugerido el cine?

El filósofo de la tecnología John Danaher pone el listón alto, pues considera la amistad (basándose en principios aristotélicos) como una relación entre dos o más individuos que comparten valores e intereses y cuyas interacciones suponen un enriquecimiento mutuo.

Si bien las máquinas no cumplen actualmente estos requisitos, Danaher argumenta que podrían hacerlo si aumenta su complejidad en el futuro. Y que, por otro lado, tampoco es necesario. Basta con que finjan. “Si nos parece que comparten nuestros valores e intereses, y que tienen algún tipo de vida interior, que son, más o menos, como nosotros, es suficiente”.

Según este investigador de la Universidad Nacional de Irlanda, ni siquiera sabemos si un amigo humano comparte realmente nuestras inquietudes, ni conocemos sus pensamientos. El problema con los robots actuales es que todavía no saben actuar del todo bien. “Si se consigue que sean lo suficientemente buenos, serán indistinguibles de los comportamientos humanos. Entonces seremos capaces de tener amistades aristotélicas con ellos”.

La tecnología nos confunde

Los robots sociales ya están diseñados, en cierta manera, para confundirnos. Estas criaturas artificiales “desdibujan las fronteras entre el mundo animado y el inanimado, entre lo inerte y lo vivo, lo artificial y lo biológico”, dice Díaz. Y añade: “Nos desafían intelectual y emocionalmente en nuestras creencias más arraigadas”.

El objetivo es conseguir una interacción atractiva y fluida con los usuarios para que la máquina pueda cumplir con su cometido. “Para llevar a cabo de forma eficiente su tarea en campos como la educación y los cuidados, es muy interesante que se pueda desarrollar un cierto vínculo emocional que dé soporte a esa interacción, que nos sintamos unidos afectivamente a ese autómata que desarrolla su función desde su posición de amigo, compañero, ayudante”, describe la investigadora.

Los robots sociales “desdibujan las fronteras entre el mundo animado y el inanimado, entre lo inerte y lo vivo, lo artificial y lo biológico”, dice Díaz

En el desarrollo de este lazo emocional, además de las características del robot, influyen variables como la edad y la personalidad. En general, los niños son más propensos a relacionarse y a jugar con él. Aunque puede tener finalidades como la terapia o la educación, esa interacción es una actividad lúdica “más inmersiva y con mayor impacto emocional que ver una película o jugar a un videojuego”, indica Díaz.

Pero, si bien tienen efectos positivos, los expertos también advierten sobre los riesgos de estos vínculos afectivos entre la tecnología y los humanos y sus consideraciones éticas. Los más críticos, como el filósofo de la ciencia Daniel Dennett, señalan que no debería considerarse a las máquinas como seres sociales, que los robots sociales son una forma de “publicidad engañosa” y que las relaciones que inspiran son también falsas.

Las emociones o gestos de las máquinas son “artificiales y fingidas” mientras que las nuestras “son auténticas y no correspondidas”, corrobora Díaz. Los robots capaces de manifestar empatía “la fingen, y eso nos hace sentir bien, escuchados y acompañados, pero son relaciones falsas”.

Desarrollo de habilidades sociales

Además, se ha alertado sobre la posibilidad de que contribuyan a la pérdida de contacto humano y de la capacidad y deseo de socializar. Los niños, además, pueden identificar a los robots con roles que normalmente desempeñarían las personas, como el de una niñera.

Los expertos advierten sobre los riesgos de estos vínculos afectivos entre la tecnología y los humanos y sus consideraciones éticas. Los más críticos señalan que no debería considerarse a las máquinas como seres sociales

Frente a todos estos argumentos, se oponen los que defienden que los robots pueden fomentar el desarrollo de habilidades sociales y mejorar la autoestima, lo que promueve la búsqueda de nuevas relaciones.

Para la investigadora de la UPC, mientras se utilicen en un contexto de juego, el desafío intelectual o la diversión “son maravillosos y tienen un potencial enorme”. Pero desde el punto de vista ético, podemos preguntarnos hasta qué punto la sociedad pretende emplear los robots para sustituir relaciones entre personas o con animales de compañía. Una reflexión profunda que, según la experta, deberíamos hacer entre todos para no dejar las decisiones en manos del mercado y los tecnólogos.

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