Gregorio Martín: “Más digitalización significa menos empleo”

Gregorio Martín

asturias24.es

A la asociación cultural Cauce del Nalón deben los langreanos pequeños lujos como la visita desde Valencia de Gregorio Martín Quetglas, catedrático jubilado de Ciencias de la Computación e ingeniero de robótica, y la posibilidad de escuchar en la Casa de la Buelga una lúcida reflexión sobre las transformaciones económicas y sociales que lleva aparejadas la era digital. El fin de la destrucción creativa de la que hablabaJoseph Schumpeter es una de ellas: si gigantes empresariales de la era industrial como la General Motors daban empleo a centenares de miles de trabajadores, los gigantes de hoy, como Facebook o Instagram, apenas necesitan un centenar para serlo. El deber de actualizar radicalmente nuestras definiciones de conceptos como empresa, obrero, salario,productividad o impuestos, además del de empleo, para que sigan teniendo sentido en un mundo postindustrial es otra. A Martín le apasiona el tema, y no tiene inconveniente en repetir su conferencia para asturias24 en forma de conversación en el hall de su hotel de La Felguera un par de horas antes de tomar el avión de regreso a Valencia.

Más digitalización significa menos empleo: tal es la idea fundamental de sus conferencias y artículos.

Indiscutiblemente. Hasta ahora, históricamente, toda innovación ha producido felicidad y mejora del nivel de vida de las personas, pero hoy estamos comprobando que ésa no es una ley universal, o al menos que esa mejora del nivel de vida tiene una serie de contrapartidas. Hoy no sólo tenemos máquinas que, gracias a desarrollos robóticos extraordinarios y a un mejor aprovechamiento de la energía, producen mejor desde el punto de vista industrial, entendiendo como industria su sentido etimológico y el que tuvo en la primera y segunda revolución industrial: la transformación de una materia en otra, sino que también tenemos otras máquinas que dan como resultado un producto inmaterial de carácter cognitivo. La máquina hace cosas que impactan en un sector del empleo actual mucho mayor que aquél en el que impactaban antes. A ese producto inmaterial de carácter cognitivo no vamos a renunciar, porque es muy bueno y muy interesante, pero que por el camino va laminando muchísimos más empleos que los que antes destruía la aplicación de la robótica a la producción industrial. La prensa es un paradigma de esto. El periódico tradicional era un periódico que pesaba en el PIB: había un señor que trabajaba como periodista, otro que imprimía el periódico, otro que lo distribuía y otro del que nos olvidamos, pero que es el que más está sufriendo estas transformaciones, porque no encuentra alternativas para adaptarse a la nueva situación: el quiosquero. La prensa digital tiene una capacidad de desintermediación tremenda: vuestro producto va directamente de vuestro ordenata a la pantalla del lector.

Otros ejemplos paradigmáticos de esa desintermediación son la desaparición de las agencias inmobiliarias y de viajes.

Sí. La gente se organiza a sí misma y ya no va a la agencia inmobiliaria, sino que cuelga y lee los anuncios de venta o alquiler de pisos en Internet. Hay más ejemplos, empezando por el primero cronológicamente, que fue la desaparición de puestos de trabajo en el sector bancario causada por la generalización de las tarjetas de crédito y los cajeros automáticos.

Joseph Schumpeter llamaba destrucción creativa al proceso por el cual las grandes revoluciones tecnológicas destruían unos empleos viejos pero generaban otros nuevos que reequilibraban la balanza. La revolución digital, ¿no crea empleos nuevos a la vez que los destruye?

La revolución digital genera nuevos empleos, pero no los suficientes para equilibrar la balanza. Una red social no genera diez veces más puestos de trabajo por que pase de estar constituida por 400 personas a estarlo por 4000. El año pasado, Facebook compró WhatsApp por 19.000 millones de dólares. Una inversión de ese tipo en la era industrial habría dado lugar a miles de puestos de trabajo; sin embargo, WhatsApp tiene hoy la misma nómina de ingenieros, menos de cien, que cuando era una startup que daba sus primeros pasos.

¿Algún otro ejemplo?

Uber, el tema de los taxis. Uber fue creado en 2009 con una tecnología muy depurada, pero por otro lado nada del otro jueves, por unos señores de San Francisco que no inventaron nada, sino que simplemente dieron por hecho que la gente tenía teléfono móvil y estaba dispuesta a estar geolocalizada y que se iba a establecer una confianza entre el software y el usuario; que el cliente iba a estar dispuesto a calificar al chófer y el chófer al cliente. Acertaron y Uber se extendió por todo el mundo. Se ha multiplicado por una burrada, pero no por ello está creando empleo. El sistema que se instala en Sydney es en un 95% igual que el que nació en San Francisco. Dicho esto, el producto digital genera un bienestar indiscutible. Podemos discutir si la gente está alienada detrás de sus aparatos o no, pero lo cierto es que la gente se siente muy satisfecha y que en ningún caso quiere prescindir de estas novedades. Claro, eso va a dar lugar a un nuevo orden económico bastante complicado.

Keynes ya hablaba en los años treinta del desempleo tecnológico.

Sí. Lo hace en 1930 y en un escrito que, además, es anterior a su gran obra, la Teoría general del empleo, el interés y el dinero, que publica en 1936. Este otro escrito ni siquiera era un texto teórico, sino que algo de tipo más bien sentimental, una especie de carta a sus nietos, a los queKeynes anima a que se alegren extraordinariamente del avance tecnológico, porque para principios del siglo siguiente —es decir, para la época actual— la tecnología habrá avanzado tanto que será posible implementar una semana laboral de 15 horas. Keynes no ve esa reducción de la jornada laboral con alarmismo, sino con alegría, porque entiende que esa reducción supondrá el fin de la maldición necesaria que para la humanidad es el trabajo. No hace énfasis en las 15 horas, sino en el aumento del tiempo libre que supondrán. ¿Qué estamos viendo hoy? Que efectivamente hay más tiempo libre, pero un tiempo libre muy mal repartido: está el durísimo tiempo libre del parado, el tiempo libre del prejubilado y el tiempo libre del trabajador a tiempo parcial. Keynes esperaba —y no lo esperaba por una visión comunista, sino por un tema de orden académico— un reparto del trabajo y del tiempo libre que no se ha dado. Muere en 1946 y no tiene tiempo de oler el cruce, la retroalimentación, de dos fenómenos que marcan el mundo de hoy: la digitalización y la globalización.

¿Juzgaba comprensiblemente Keynes, y juzgamos nosotros menos comprensiblemente, con mente industrial un mundo postindustrial? ¿Sucede hoy lo que ha sucedido siempre: que la economía avanza más velozmente que las instituciones políticas y jurídicas y éstas más velozmente que las mentalidades?

Sin duda. Juzgamos con mente industrial un mundo postindustrial igual que en el siglo XIX se juzgaba con mente agrícola un mundo industrial. Cuando Malthus hizo su famosa profecía sobre el desequilibrio entre el crecimiento geométrico de la población y el crecimiento aritmético de los alimentos, lo hizo pensando que el hecho de que la gente del campo se fuera a las ciudades buscando un mayor nivel de vida iba a provocar la desaparición de los alimentos que esos nuevos trabajadores industriales producían como campesinos, y por tanto una insuficiencia de alimentos para nutrir a la población. Se equivocaba, porque no tenía en cuenta el factor tecnológico, la capacidad de producir más con menos personas a que iba a dar lugar la revolución industrial. La industria no se cargó la agricultura, al contrario: aunque el sector primario haya pasado de ocupar al 35% de la población a ocupar al 3, hoy tenemos más y mejores alimentos que antes. Pensemos no ya en la agricultura en sí, sino en las piscifactorías. Hoy hay muchísimos menos trabajadores que antes empleados en producir pescado, pero tenemos más pescado. ¿Que no es el mismo pescado? De acuerdo, pero tenemos más pescado, al contrario de lo que predecía Malthus.

La revolución industrial industrializó la agricultura y la revolución digital terciariza la industria.

Hay una sociedad industrial superada por lo digital, sí. Y no es que la sociedad industrial conviva con la digital, sino que la sociedad digital transforma sustancialmente la sociedad industrial. El problema es que, como tú apuntabas, nuestra organización económico-jurídica está formada por normas de la época industrial, y eso crea diversos problemas. Por ejemplo, dificultades para sujetar a impuestos el producto digital. ¿Por qué? ¿Porque son muy espabilados y se van a Luxemburgo a tributar menos? En parte sí, pero no sólo por eso. También, por ejemplo, porque en un mundo con cada vez menos intermediación uno de los impuestos fundamentales, el IVA, se basa precisamente en la intermediación. Yo compro el trigo y lo convierto en harina. Otro compra la harina y la convierte en pasta para hacer pan. Otro compra esa pasta y hace unos dulces estupendos con ella. Y a lo mejor los vende por Internet, pero antes de ser vendido por Internet ese producto ha pasado por varios intermediarios que han ido añadiendo valor al producto inicial. Cada uno de esos intermediarios hace una aportación a la fiscalidad, y el IVA funciona bien.

¿Y qué pasa con el producto digital?

Con vuestro periódico por ejemplo: que va directamente de un sitio a otro. Antes un periódico, tuviera o no éxito, generaba, además de puestos de trabajo, ingresos para el Estado, porque tanto el redactor, como el impresor, como el distribuidor, como el quiosquero pagaban impuestos por serlo. Hoy el periódico llega directamente de tu ordenador al mío, pero ni siquiera yo como consumidor pago el IVA, porque el periódico es gratuito. En resumen, hay unas normas que están siendo superadas por nuevos procedimientos, y hay que decir a las élites que las cosas ya no funcionan como funcionaban antes; al menos, que no todas funcionan como funcionaban antes. Y no es una cuestión sólo de leyes, también de determinadas decisiones económicas. Por ejemplo, la asunción de que basta poner dinero en la cartera de cada ciudadano para que las cosas se reactiven. Si tú ahora le das 500 euros a cada persona para que se los gaste en lo que quiera, pero hay una mayoría de gente que decida que le apetece comprarse un iPhone y que le apetece comprárselo a través del comercio electrónico, lo que estás haciendo es transferir dinero a China o a California, pero no crear actividad económica aquí. Antes estaba claro: si la gente tenía más dinero se iba al mercado, al restaurante o al cine y creaba riqueza. Ahora la gente no se va al cine, pero eso no quiere decir que deje de ver películas.

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