Una excursión a Murias de Paredes

Murias de Paredes.

Luis Álvarez Pérez

Dedicar una mañana de domingo a viajar hasta Murias de Paredes desde Villablino, con intención de disfrutar, puede parecer una insensatez a primera vista, pero cuando analizas el resultado de la excursión, te convences que la decisión alocada en principio resulta ser de lo más cuerdo y atinada. Porque Murias tiene cosas distintas que enseñarte.

A media mañana, nada de madrugar, porque desde Villablino, llegar a Murias es poco más que un “paseo”, en coche por supuesto, apenas 17 kilómetros. Eso si, como todas las salidas de Laciana sin ser la que sigue el curso del río Sil, exige superar un puerto.

Desde Villablino, nada más pasar La Venta de las Perras, el paisaje se vuelve blanco a la derecha, no por nieve, ni por casas y muros encalados; si no por las heladas acumuladas una sobre otra, que convierten los prados y parajes de este lugar en capas de escarcha gélida, para ofrecer una refrescante humedad a las lenguas cálidas de los habitantes no humanos de estos parajes, corzos, ciervos, lobos, zorros, osos y cualquier otro tipo de alimañas, “de cavernia cualquiera”, que como decía el Arcipreste de Hita, “como el hombre, gustan de juntarse con fembra placentera”.

En Rioscuro, que no en valde lleva ese nombre, hay tres meses de invierno en que el sol no alcanza con sus rayos directos la mayor parte de de la localidad y más aún las márgenes izquierdas del Sil y el río del Puerto; tomamos la carretera hacia la derecha para comenzar la subida hacia el último pueblo del Ayuntamiento de Villablino, El Villar de Santiago, antes Villarquemado.

Superado el pueblo, a la izquierda, la salida de la carretera hacia Carrasconte y el Campo de la Mora, que nos lleva a la comarca de Babia. El recuero de los años de juventud, cuando recorríamos estos parajes en bicicleta, por el simple placer de disfrutar luego en la bajada. Llegar al final de El Villar era todo un alivio, aquí aparecen los falsos llanos cómodos en el pedaleo hasta llegar al pueblo de Los Bayos.

Antes de llegar, una parada obligada en la cascada de “Los Fumos”, para contemplar desde el borde de la carretera el hermoso discurrir del agua saltado de altura en altura entre los bordes de hielo que la flanquean y el rumor sordo de la entrada al pozo final del recorrido saltarín, de un río que a estas alturas no llega a adolescente, porque aún no ha superado el carácter infantil de su escaso recorrido.

Los Bayos pueblo, casi aldea, tiene un acogedor camposanto sobre un soleado teso en la parte norte. En más de una ocasión, al pasar por el pueblo, me ha surgido la idea de pedir en mis últimas voluntades, que den sepultura aquí a mis restos mortales. Porque creo ofrece unas características idóneas para un largo y merecido descanso.

Dejemos las disgregaciones necrológicas, para centrarnos en el objeto principal de este relato. La excursión continúa ascendiendo desde Los Bayos hasta el puerto de La Magdalena. El valle circunscrito a un estrecho margen entre laderas, con el riachuelo pocos metros más abajo de la carretera. Y a la izquierda el talud de la montaña convertido en unas continuas cascadas de regueritos de agua congelados. Ya poco antes de coronar el alto del puerto, el desvío a la derecha hacia Vivero, un poco más allá se divisan dos o tres casas y algún tejado de esta aldea recóndita alejada de las rutas ordinarias y aún viva. Ya es el segundo pueblo del ayuntamiento de Murias y aún no hemos pasado de la cuenca fluvial del Sil a la del Duero, lo que hacemos apenas tres centenas de metros más adelante casi a la altura de la ermita de Santa María del Puerto de La Magdalena.

Si no sabes que esa construcción es una ermita pasarás creyendo, que se trata de una simple cabaña de montaña. Desde la carretera, ni espadaña, ni ventanas, ni ningún otro símbolo te hacen pensar, que es un edificio de tipo religioso. Así son los omañeses, discretos y prudentes hasta en las manifestaciones sacras.

Pasado el alto del puerto nada más comenzar el descenso hacia la extensa Omaña, a la izquierda unas ruinas nos recuerdan la antigua casilla de los camineros. Ya olvidados en el tiempo y que eran indispensables, viviendo en lugares tan aislados como este, para mantener acondicionados los caminos por los que transitar el resto.

Ya pronto a la vista Murias de Paredes desparramado el caserío sobre el llano del amplio valle del río Omaña. Accedemos desde la carretera general al pueblo por esta entrada norte, en la avenida del Puerto, que obliga un descenso rápido hasta llegar a la plaza del ayuntamiento. Allí está el objeto de nuestra visita, el Palacio de los Condes de Luna, recientemente restaurado y convertido en un centro de interpretación.

Está cerrado y en la puerta un aviso, si quieres visitarlo llama al número de teléfono allí indicado. Mientras llega Pilar Alvarez, que así se llama la encargada de abrir el Palacio, un paseo frente al edificio consistorial y la iglesia parroquial de San Juan Batista con un centenario tilo en el patio, también recién restaurada, y unos instantes para hacer fotografías.

La fotografías son difíciles, por el tamaño de la fachada del palacio, y aún las estropea más la prepotencia de Telefónica, que sigue utilizando su anacrónico “derecho de pernada” (en su caso de fachada), para llenar de cables las paredes recién remozadas. Con lo fácil y económico que sería volar sobre dos columnas al otro lado de la calle todo el cableado, que como sanguijuelas sanguinolentas se amarra a cualquier fachada que se ponga en su camino. Para cuando alguna autoridad, si la hay y existe, va revocar ese derecho de la compañía para hacerse dueña de nuestras fachadas.

En tanto suenan las campanas del templo parroquial convocando a los feligreses a la misa dominical y sirviendo para apaciguar nuestras iras por la ejecución al patrimonio de todos realizada por la compañía de telefonía (que ahora les llaman así).

Pilar, nos abre las puertas y comienza a explicarnos lo que vamos a encontrarnos allí, recorriendo las aulas y disfrutando de los audiovisuales que explican la geografía, orografía, caminos y sendas de la Omaña Alta, los atractivos y valores, que le han permitido ser una reserva de la biosfera, la sala del “filandon”, casi museo etnográfico con voces de “filandon” entre mujeres y hombres, el aula escuela, que recrea una escuela rural de mediado el siglo pasado, la muestra de miniaturas de construcciones típicas o la exposición de pintura en el pasillo inferior.

Este recorrido por el centro es una perfecta clase práctica de geografía, ciencias naturales y hasta historia reciente (que ahora creo tienen otros nombres en el panorama educativo nacional). Para promocionar entre las visitas educativas de nuestros menores, que además podrán gozar de una jornada agradable, por una de las comarcas más desconocidas de nuestra geografía provincial, si es que alguien es capaz a enseñarles con que mentalidad se debe acudir a conocer un lugar.

Pilar, todo amabilidad y paciencia, nos explica que la posesión del edificio es de la Fundación Octavio Alvarez Carballo, no en vano la calle en la que se asienta tiene el nombre del fundador, que se lo ha cedido al ayuntamiento por un período de 50 años, con el compromiso de su restauración ya ejecutada y su mantenimiento. Aunque bien podía haber sido más generosa la fundación en la amplitud de la cesión a tenor del dinero invertido en recuperar una ruina.

Eché en falta en la visita un poco más de la historia de esta tierra y un homenaje a lo que esta comarca de Omaña más ha exportado después de las patatas y antes que ellas; los cerebros. Las numerosas eminencias en distintas ramas del conocimiento humano, que estos lugares han dado el resto de sus congéneres de la humanidad. Creo que aún nadie ha hecho la lista de los omañeses ilustres, no por su riqueza o poderío, si no por la fuerza y calidad de su pensamiento.

El viaje ha merecido la pena. Me llevo una nueva sensación de esta tierra y sus gentes, y muchas reflexiones, quizá alguna de ellas algo arbitraria. El despoblamiento de esta comarca de Omaña, en la que sus 72 localidades distribuidas en cuatro municipios, Murias, Senra, Valdesamario y Soto y Amío ocupan el 3,6 % del territorio provincial con algo más de 500 kilómetros cuadrados de superficie y que sólo albergue a un 0,4 % de la población total provincial. Me provoca una última reflexión, que me sigo haciendo ya en casa: ¿qué tipo de sociedad estamos construyendo, para permitirnos el lujo de abandonar la mayor parte de nuestro territorio y concentrarnos como hormigas en torno a unos supuestos becerros de oro e impedir a los que desean sobrevivir en su tierra, disfrutar de ese privilegio?. Creo que no va a ser sostenible a largo plazo nuestro desvarío habitacional.

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