Es el día de San Froilán, el 5 de octubre, el de todos los leoneses de la provincia cuya capital fue la Corte del reino más importante de Europa entre los siglos XI y XII, el que llaman 'Cuna del Parlamentarismo'. Y también es ese día el más importante de uno de los 'hijos' de aquel reino. El 5 de octubre de 1143 Alfonso VII reconoció como rey a Alfonso Henriques, naciendo Portugal del Reino de León y en la misma fecha de 1910 terminó la monarquía en el país vecino con la proclamación de su primera república.
Sí, Portugal nació de León. Y lo llevan a gala los portugueses. En el tratado de Zamora de Enríquez (grafía leonesa) con el Emperador Alfonso VII de León en ese año de 1143. También nació el Reino de Castilla (esto ya les molesta más a los castellanos, que no asumen que su verdadera independencia fue a partir de 1157 tras la muerte de Alfonso VII, no con Fernán González ni con Sancho el Fuerte). El caso es que León es muy respetado en el país luso, hasta tal punto que es el único lugar del mundo en que una lengua de la familia asturleonesa es oficial de un Estado: el Mirandés.
Pues Alfonso Enriquez, hijo de Enrique de Borgoña (que murió en sus dominios de Astorga cuando su vástago tenía 3 años) era primo del que llegó a ser 'Imperator Legionense totus Hispaniae' y se enfrentó a su madre Teresa de León (hija natural de Alfonso VI, hermanastra de la Reina Urraca I de León) porque tenía bastante tirria a su nuevo padrastro. Conde Portucalense, se las lió al rey (y en 1135 emperador) leonés desde 1127, cuando éste le asedió en Guimaraes. Terminó prometiéndole lealtad y el monarca legionense desistió de conquistar la ciudad. El 24 de junio de 1128, las tropas de Teresa de León se enfrentaron en la batalla de San Mamede con las de Henriques y éste venció, afirmando su autoridad en el territorio portucalense.
Tiras y aflojas por aquí y por allá, los propios de los condes medievales con su rey (nada nuevo bajo el sol) terminaron con el tratado de Zamora, cinco años después de que el portugués no honrara vasallaje en la Proclamación como Emperador de Alfonso Raimundez en León al no asistir al evento; lo que era un desplante gordo, ya que hasta el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV se postró como vasallo ante Alfonso VII en aquella cita.
Así que para no liarla más —ya que después de una gran victoria de Enríquez en la batalla de Ourique en junio de 1139, fiesta litúrgica de Santiago, contra un potente contingente del Imperio almorávide, había sido aclamado rey de Portugal por sus tropas; aunque nunca antes lo había hecho él, ya que en la diplomática se llamaba príncipe o infante—, el monarca legionense prefirió 'crear' el Reino de Portugal bajo la órbita de su corona imperial. A su muerte, luego, también separó León y Castilla, quizás pensando que tanto territorio era muy difícil de gobernar y no quierendo que sus hijos tuvieran tanto jaleo.
No salió muy bien el asunto. Al igual que le pasó a su tatarabuelo cuando dividió el reino y creó el reino de Castilla (en este hilo de Twitter se cuenta la guerra civil entre Alfonso VI y su hermano mayor Sancho, que fue muerto un 6 de octubre de 1072 en más que ignominiosas circunstancias cuando asediaba Zamora; más complicado todo que un culebrón, el verdadero Juego de Tronos fue León).
Muchas cosas daría después aquella circunstancia. Guerras entre León y Portugal. Entre Castilla y Portugal. Entre los tres reinos. Y circunstancias como que por un momento León pudo haberse asumido al estado luso. Pero no. Los Reyes Católicos ganaron en la batalla de Toro en 1476 a los portugueses y todo aquello se desvaneció.
Gracias al Reino de León Felipe II fue rey de Portugal
Lo más destacable es que Portugal y España volvieron a estar unidos poco más de un siglo después, gracias, precisamente, a la relación del Reino de León con la monarquía lusa. Ocurrió en 1580 cuando murió sin hijos en batalla el joven rey Sebastián I de Portugal.
Dice la Wikipedia: “Las cortes portuguesas debían decidir quién de entre varios reclamantes debería ocupar el trono portugués, pero antes de que la elección fuera hecha Felipe II de España se anticipó a la decisión, y amparándose en sus derechos a la sucesión a la corona portuguesa, ordenó la invasión militar del país. Antonio, prior de Crato se autoproclamó rey, pero sus escasas tropas fueron superadas por el ejército español en la Batalla de Alcántara (1580), y al año siguiente Felipe II fue reconocido como rey de Portugal”.
Para garantizarse la sucesión dinástica, la chancillería de Felipe II (que fue también rey consorte de Inglaterra entre 1554 y 1558, imagínense todo junto) no se cortó un pelo y sacó del polvo el Reino de León para hacer valer sus garantías políticas. Las de las armas terminaron hablando más tarde a favor en la apabullante victoria de la batalla de la Isla de Terceira (una de las mayores victorias navales de la historia que a día de hoy es completamente desconocida porque no la ganaron los ingleses o franceses), pero es importante que los soldados sepan perfectamente por qué luchan y lo tengan meridianamente claro para combatir con fiereza.
En este artículo del blog de Ricardo Chao 'Corazón de León' explica perfectamente cómo se hizo: “el monarca español pudo hacerse con el país legítimamente porque era el heredero directo de los reyes de León. Pero no se quedaba aquí: justificaba que Portugal se había independizado de forma ilegal de León, porque según él Afonso Henriques se había rebelado injustificadamente contra su señor natural, Alfonso VII”. Vaya lo que hace la política en todas las épocas.
Pues bien. La península ibérica, y todos los territorios de ultramar en América, África, la india y las indias orientales (incluidos los holandeses) configuraron aquel Imperio donde no se ponía nunca el sol... de Felipe II, Felipe III y Felipe IV hasta la crisis de 1640. Ahí se le rebelaron Cataluña y Portugal (que se sumaron a los levantiscos holandeses, que reiniciaron la guerra) al Guzmán Conde Duque de Olivares.
La Guerra de Restauración portuguesa de 1640
Los tercios españoles, exhaustos y en decadencia militar a partir de 1643 tras Rocroi, no pudieron con los portugueses en una lamentable guerra entre 1640 y 1680 en que la monarquía hispánica reconoció la independencia iniciada por el duque de Braganza conocido como Juan IV de Portugal y culminada por el monarca luso Alfonso VI.
En realidad desde casi el principio Portugal consiguió la secesión de facto, porque las tropas españolas lo hicieron rematadamente mal; y se prefirió conservar Cataluña. Los catalanes sublevados cometieron el tremendo error de nombrar conde de Barcelona a Luis XIII, y tras un año, intentaron salir corriendo de sus garras asustados e indignados por su centralismo (cosa que sería importante para la guerra de Sucesión española contra los borbones y crear la Diada en el siglo XX recordando cansinamente la derrota de 1714 como si hubiera sido otra cosa distinta que una guerra civil dinástica en la que luchaban por el Rey de España, pero de la Casa Austria).
Tan sólo 120 años después ocurrieron la Guerra de las Naranjas de Godoy y ocho años después la invasión Napoleónica. Con los reyes portugueses huídos a Brasil y los ejércitos españoles y lusos luchando hasta 1814 contra las fuerzas francesas bajo el mando de los ingleses en lo que se llamó por ellos la Guerra Peninsular y por los españoles Guerra de Independencia. Y a partir de ahí, los dos estados se pusieron de espaldas y dejaron de mirarse, con el consecuente daño económico producido a las regiones de frontera (Galicia, León, Extremadura y Andalucía Oriental, y por ósmosis, Asturias). En el siglo XX algún iberista sugirió la reunión de los dos países en una República Iberista, que de vez en cuando sale en los medios; pero que parece un canto al sol.
La Revolución del 5 de octubre de 1910 y la Primera República Portuguesa
Casualidades de la vida, Portugal acaba con la monarquía que le dio vida como Estado Moderno reconocido por la comunidad internacional (no le pasa lo mismo a Cataluña, pero sí a Escocia) otro día de San Froilán, pero esta vez en 1910. Antes la monarquía lusa ya pasaba por circunstancias más que difíciles, en 1908 unos republicanos mataron al rey Carlos I de Portugal en un atentado muy similar al del presidente americano JFK.
“El coche de la familia real cruzó el Terreiro do Paço, donde fue disparada por al menos dos hombres, uno de ellos un exfrancotirador del ejército. El rey falleció en el acto, el príncipe Luis Felipe quedó gravemente herido y Manuel tuvo un impacto en el brazo. El príncipe heredero falleció veinte minutos después por lo que Manuel fue proclamado rey días más tarde”, dice la Wikipedia al hablar del rey que les sustituyó, el joven Manuel II.
El caso es que en otro San Froilán se produjo la Revolución del 5 de octubre de 1910 en la que depusieron al joven y desgraciado rey, al que llamaron 'el Desventurado'. El último de Portugal tras 767 años.
La verdad es que se inició el día anterior con una pequeña revuelta militar en Lisboa, la cual se amplió a unidades de la marina de guerra que bombardearon el palacio real desde el estuario del Tajo.
Aunque la revuelta republicana no disfrutaba de apoyo popular masivo, los monárquicos tampoco gozaban de simpatías suficientes para sostener una oposición armada a la sublevación. Pero cuando vio que hasta unidades militares en teoría fieles a la corona no le apoyaban, el monarca decidió exiliarse al Reino Unido donde vivió hasta su muerte en 1932.
Pero tampoco es que a los portugueses la Primera República Portuguesa les arreglara las cosas. Fue un desastre, sobre todo al incorporarse a la Primera Guerra Mundial (España se mantuvo neutral), y terminó tan mal que en 1926 los militares se alzaron y tomaron su control en una dictadura que derivó en la Segunda República lusa, más conocida como el 'Estado Novo' de tintes fascistas del que su más conocido líder fue Salazar.
Duró este régimen de derecha ultramontana hasta 1974, cuando sería derrocado por la Revolución de los Claveles y se instauraría la Tercera República portuguesa y se asentaría la democracia en el país. Aquella vuelta a la democracia ya no fue en San Froilán, sino el 25 de abril, abriendo la primavera a la libertad del país vecino. Como se dice muchas veces: “Menos mal que nos queda Portugal”.