El día más feliz del año (‘Yellow Day’) se ha instaurado el 20 de junio. Esta fecha, se presenta como contraposición del tristemente célebre ‘Blue Monday’ (tercer lunes de enero), ya que combina factores como el aumento de horas de luz, la cercanía del verano, temperaturas agradables y la anticipación de las vacaciones (así como las señalas fiestas de San Juan en la ciudad de León y en tantos otros sitios) para coronarse como el momento del calendario en el que más felices nos sentimos. ¿Casualidad o ciencia emocional? Lo cierto es que, con la serotonina en alza y el sol acompañando, el cuerpo y la mente se alinean para disfrutar más intensamente de la vida.
Y con este contexto buen rollista, queremos saber si esa sensación se puede alargar en el tiempo. Por suerte, hablar de salud mental ya no es tabú, de hecho, cada vez son más las voces profesionales que miran más allá del diván. Una de ellas es la de Ruth Fernández Matía, directora y psicóloga sanitaria del Centro Matía desde 2005. Con casi veinte años de experiencia clínica, Fernández Matía analiza no sólo al paciente, sino el mundo que lo rodea. En ese caso, concretamente la provincia de León. Porque sí, el lugar donde vivimos influye en cómo nos sentimos, aunque no lo determine todo.
Felicidad con vistas
En palabras de esta profesional leonesa, la felicidad es un constructo subjetivo, una suma compleja de elementos emocionales, conductuales y sociales. Según la Psicología Positiva, especialmente bajo el modelo PERMA de Martin Seligman (2011), el bienestar personal se compone de cinco pilares: emociones positivas, compromiso, relaciones significativas, sentido vital y logros. Pero, ¿qué papel juega el entorno en esta ecuación? Mucho más del que se pensaba hace unas décadas.
“La naturaleza actúa como un ansiolítico natural. Vivir cerca de zonas verdes no sólo mejora el estado de ánimo, sino que reduce el estrés, la ansiedad y la depresión. Además, invita al movimiento, y el ejercicio físico es una herramienta terapéutica potentísima”, apunta Fernández Matía.
Estudios como los realizados por la Universidad de Exeter (Devon, Inglaterra), han demostrado que las personas que viven cerca de vegetación y en zonas de baja densidad poblacional reportan mayores niveles de satisfacción vital. Esto se explica, entre otras cosas, por la mayor facilidad para mantener rutinas placenteras: caminar por el bosque, respirar aire puro, o simplemente escuchar el canto de los pájaros. Rutinas que, además de simples, son muy reconfortantes.
En la misma línea, otros expertos como el Dr. José Luis Marín han difundido la llamada regla 3-30-300, una fórmula sencilla para evaluar el bienestar urbano: ver al menos 3 árboles desde tu ventana, vivir en un barrio con al menos un 30% de cobertura verde y estar a menos de 300 metros de un parque grande. Este estándar, que parece casi una receta de cocina, reduce hasta siete veces el riesgo de malestar psicológico, según investigaciones recientes. Lo preocupante es que sólo entre el 30 y el 40% de la población en España tiene acceso a estos beneficios naturales. “La salud mental no se juega solo en la consulta, también se cultiva en el entorno”, recuerda Marín.
Felicidad localizada
La vida urbana tiene lo suyo: oportunidades laborales, acceso a servicios, oferta cultural... Pero también acarrea sobrestimulación, contaminación, ruido, prisas. Y todo eso deja huella. “No se trata de demonizar las ciudades. Muchas personas viven plenamente en ellas. La clave está en si ese entorno es coherente con tus valores”, aclara la psicóloga.
Aquí entra en juego el concepto de alineación: vivir de manera coherente con lo que uno valora. Si alguien aprecia la tranquilidad, la conexión con la naturaleza y los ritmos pausados, pero se ve atrapado en una gran ciudad sin acceso a espacios verdes, su bienestar puede resentirse.
Sin embargo, no todo está perdido para los urbanitas. Ruth pone como ejemplo a León, una ciudad que ofrece lo mejor de ambos mundos: “León tiene un tamaño humano. Puedes cruzarla andando y en pocos minutos estar en contacto con la naturaleza: el río Torío, los senderos de Carbajal, los bosques de la Candamia… Aquí practicar el ‘mindfulness natural’ no es un lujo, es casi parte del día a día.”
No es el lugar lo que nos hace felices, sino la posibilidad de crear un estilo de vida coherente con nuestros valores. El entorno importa, sí, pero como catalizador, no como solución mágica. “Cuando tus rutinas y decisiones están alineadas con lo que realmente valoras —ya sea la paz del campo o el dinamismo urbano—, entonces la percepción de felicidad tiene más probabilidades de aflorar”, concluye Fernández Matía. Y es que tal vez la verdadera pregunta no sea ¿Dónde se vive mejor?, sino ¿Dónde vives tú más en sintonía contigo mismo?