En la capital leonesa, como en otras muchas del país, la primera quincena de julio transcurrió agitada por el conflicto planteado por numerosos maestros asistentes a los exámenes ante los tribunales calificadores de los cursillos de acceso al Magisterio nacional primario, iniciados el día 4 y saboteados con la huelga que desde entonces siguen la mitad de los casi 540 inscritos.
Leves alteraciones del orden público promovidas por los cursillistas, con carreras e intervenciones de los guardias de Asalto que causan algunos heridos, se suceden a lo largo de aquellas fechas (haber participado en la huelga, que apoyaron los obreros socialistas, no entrando a las pruebas; en los alborotos o en las asambleas celebradas en la Casa del Pueblo y en el Industrial Cinema, será luego motivo de agravación de las sanciones que se impongan a los enseñantes depurados).
A la altura del 16 de julio se suspendían los cursillos y se aplazaba el tercer ejercicio aún no realizado, a la espera de que el ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes encuentre una solución. A la postre, el día 21 aquel ministerio, “vista la situación anómala que atraviesan algunas provincias españolas”, posponía hasta nueva orden la celebración de todas las oposiciones y cursillos, tanto de Primera como de Segunda Enseñanza (el 13 de agosto se suspenderían definitivamente en la zona sublevada por disposición de la Junta de Defensa Nacional que ordenaba tres días antes la entrega por los tribunales de toda la documentación de lo actuado).
Bastantes de los maestros cursillistas, que atestaban aquellos días la ciudad, y de quienes en los tribunales los estaban evaluando, estamparon en el álbum que se le destinaba (caído en manos de los alzados luego) su firma de adhesión al homenaje que en la noche del mismo día 16 al 17, después de la exitosa representación de su aclamada obra 'Nuestra Natacha' en el Teatro Principal, la Asociación de la Prensa Leonesa tributaba en el Salón de Arte de los bajos del Café Central al también enseñante e inspector, además de reconocido dramaturgo, Alejandro Casona.
Autor al que los sublevados leoneses harán objeto, una vez que el día 20 triunfen, de una especial y contumaz persecución, intentando a toda costa detenerlo, sin que lo consigan, pues lo sorteará escapando disfrazado a su pueblo, Canales, para pasar luego a Asturias desde allí y dirigirse al exilio más tarde.
Muchos de aquellos maestros y maestras cursillistas, objetivo predilecto cuando se desaten el rencor y la venganza, sufrirían después particular o añadida represión por ello, y algunos duras violencias para hacerles confesar el paradero del huido.
Fuerzas escasas y mal equipadas para contener a los mineros
En los planes golpistas del general Emilio Mola, la Octava División Orgánica —la más débil del entramado militar español, con su cuartel general en La Coruña y que abarcaba Asturias, las provincias gallegas y León— no tenía como objetivo marchar sobre Madrid, sino contener a las masas revolucionarias asturianas de las cuencas mineras. En su Instrucción del 25 de mayo fijando “el objetivo, los medios y los itinerarios”, asignaba a esta División el cometido de asegurar la retaguardia de las columnas armadas rebeldes de las divisiones Sexta y Séptima que desde el norte, y con otras que lo harían desde el sur y el este, avanzarían sobre la capital de la República, ocupándola y haciéndose así con el poder en cuestión de pocos días.
Los oficiales y jefes militares de León en su gran mayoría habían decidido unirse al levantamiento programado para el domingo día 19, contando con las siguientes fuerzas [1] (escasas y mal equipadas): el Regimiento de Infantería Burgos 36, a cargo del coronel Vicente Lafuente Lafuente-Baleztena [2], con un batallón y la Plana Mayor del Regimiento guarneciendo la capital en el Cuartel del Cid —473 soldados mandados por el capitán Miguel Arredonda Lorza (nacido en Sevilla en 1886) en aquel recinto que seguiría siendo, como en 1934, “una cuadra sobre la que se alargaban los dormitorios de la tropa, más importante aquella que estos, y los caballos de los oficiales mucho más que los soldados”— y otro en Astorga, con 319 hombres acantonados en el Cuartel de Santocildes, que mandaba desde enero el comandante Elías Gallegos Muro (dispuesto a alzarse).
Sumaban entre ambos casi ochocientos efectivos, el capitán Antonio Martínez Pedrosa era su Jefe de Estado Mayor desde pocos días antes, y componían uno y otro la XVI Brigada de Infantería (una de las dos que con otra de Artillería y un Batallón de Zapadores completaban la División), con cuartel general en León y bajo el mando del general de brigada Carlos Bosch y Bosch, de origen mallorquín y de 63 años de edad, gobernador militar de la provincia y comandante general de la Plaza desde abril y el inicio de julio de 1934, favorable a la sedición.
Eran entre los militares la excepción los leales capitanes Juan Rodríguez Lozano y Eduardo Rodríguez Calleja, ambos del Regimiento Burgos 36, y el teniente Emilio Fernández Fernández, de Asalto; seguramente este también, como los otros dos, de ideología socialista y masón perteneciente a la leonesa Logia Menéndez Pallarés [3]. Se añadía a aquellas tropas la pequeña dotación militar de la Caja de Recluta número 56, cuyo responsable, el comandante de Infantería José Berrocal Carlier, era también afecto a la República (según alguna fuente) [4].
La Guardia Civil y los Guardias de Asalto
Existía en León una de las dos Comandancias de la Guardia Civil dependientes del Décimo Tercio, cuya sede radicaba en Oviedo, que acogía a la asturiana, integrada por 8 compañías, 32 líneas y 101 puestos, notablemente ampliada en personal después de octubre de 1934; mandada aquí desde el 13 de junio, en que toma posesión de su jefatura, por el teniente coronel Santiago Alonso Muñoz [5], el único que se mantendrá leal, con tres compañías que sumaban 605 efectivos para toda la provincia. 379 de ellos asentados en la capital, en la Comandancia y los cuarteles de San Isidoro y de la travesía de Don Cayo (la actual Capitán Cortés).
Los demás, distribuidos desde sus respectivas cabeceras de Ponferrada, León y Valencia de Don Juan en doce líneas y 57 puestos en total agrupados en torno a los que las encabezan. Contaba además la capital con una compañía del Cuerpo de Seguridad y Asalto —la 38.ª, dependiente del 10º Grupo de tres que en Oviedo mandaba el comandante Alfonso Ros—, con tres secciones y un total de 180 hombres [6] a cuyo mando estaba desde febrero de 1934, cuando se le destinó a León, el capitán Ramón Rivero Mira, tildado de fascista que no acataba el orden constitucional. Como tampoco lo hacía el teniente Andrés González García, mientras que si era fiel a su juramento y a la legalidad el teniente Emilio Fernández, en la misma desde su traslado a la capital y en el Regimiento Burgos 36 antes (de quien informarán después ser “de ideas avanzadísimas”, y “afín a las Juventudes Socialistas”).
La Fuerza Aérea del aeródromo de La Virgen del Camino
El Grupo de Reconocimiento y Bombardeo (o Escuadra de Aviación) n.º 21, con base en el aeródromo de la Virgen del Camino, formado por dos escuadrillas con 18 aparatos Breguet 19 cada una (un modelo sesquiplano que voló por primera vez en 1922), y una Unidad de Servicios (con unos 150 hombres en total entre oficiales, suboficiales, mecánicos y soldados).
Dependía de la Primera Escuadra Aérea y de la base de Getafe —días antes de la sublevación se había ordenado la concentración de gran número de aviones en Madrid, y allí se hallaba, con otras, una de las dos escuadrillas de León [7]—, y a su jefe, el comandante Julián Rubio López, se le presumía leal (no lo sería), pues había participado en la intentona prorrepublicana de Cuatro Vientos el 15 de diciembre de 1930.
Cabía sumar a tales recursos armados los miembros del Cuerpo de Investigación y Vigilancia [8] que con los del de Seguridad componían el civil servicio policial. Aquellos contingentes, y otros (unos dos mil hombres entre militares y fuerza pública en la provincia, con reducido armamento y escasa munición y por ello con limitada capacidad de fuego), se incrementarán notablemente después del triunfo del golpe militar con la incorporación de numerosos reservistas y voluntarios.
Falange en León y Guardia Civil en la provincia
Ya en el verano de 1934 la mayoría de los oficiales de Infantería en León, entre ellos el coronel del Regimiento, estaban vinculados a través de la Unión Militar Española (UME) con Falange, que era minoritaria y tenía su sede en un local alquilado por el abogado Luis Crespo Hevia, su dirigente, en la Casa Roldán de la Plaza de la Libertad (“por cuenta del inquilino correrían los daños en caso de producirse un atentado”, constaba en el contrato), siendo la tercera en importancia del país después de Madrid y Valladolid, con una veintena de militantes entre los que abundan estudiantes de Veterinaria.
Había menos de veinte camisas viejas falangistas en la ciudad en julio de 1936, pero en cuanto se sublevó el Ejército el día 20 sus filas aumentaron espectacularmente
Algunos menos (entre doce y diecisiete) eran los falangistas camisas viejas en la ciudad en julio de 1936. Según el informe que en octubre de 1939 firma Ramón Laporta Girón, Jefe provincial de Salamanca, preponderaba el partido Unión Republicana entre los republicanos de izquierdas, los partidos comunista y socialista tenían gran fuerza entre la población minera, por la CNT se inclinaba el elemento obrero de la capital, en el lado de las derechas era hegemónica la CEDA, y en cuanto a Falange, existiendo algunas Jefaturas locales en diversos pueblos de la provincia, su importancia era escasísima, y únicamente en la capital y en tres o cuatro localidades más había señales de su presencia.
El Bierzo, la Maragatería y la zona sur de la provincia
Fuera de León (con un total de 1.050 hombres armados) y Astorga (con unos 380), sólo era significativo el cuartel de la Guardia Civil de Ponferrada, con unos 20 números —se dice, pero debían de ser bastantes más, a juzgar por los presentes en Astorga, ahora de inferior categoría— y a cargo de una compañía: la primera, cuyo jefe era el capitán Román Losada Pérez, de la que dependen entre otros los puestos de Bembibre y Astorga (cabecera de línea, con 33 guardias).
Otra de las tres (la tercera compañía, comandada desde el cuartel de Valencia de Don Juan por el capitán Arturo Marzal Macedo) estaba desplegada en el suroeste de la provincia, en una serie de puestos de los cuales los dependientes de la línea de La Bañeza se asentaban en esta localidad: el cuartel contaba en noviembre de 1935 con 10 números, dos cabos y un teniente.
Y también había presencia de la Guardia Civil en Destriana, Santa María del Páramo, Alija de los Melones, Nogarejas y Truchas (“con unos cincuenta guardias entre todos ellos en 1936, de Infantería la mayor parte, carentes de vehículos mecánicos y con escasos medios de locomoción”).
Carabineros en Astorga y Policía en León capital
Existía desde los años veinte un cuartel en Veguellina de Órbigo (se había suprimido al inicio de 1934 el de Benavides, y antes el de Villadangos del Páramo), y en Astorga un pequeño destacamento de Carabineros —Cuerpo armado de orden público, aunque más ocupado en labores aduaneras y fiscales— con cinco efectivos adscritos a la Delegación de Hacienda de León, y unos doce agentes del Cuerpo de Seguridad (a primeros de junio se había aumentado en siete su plantilla). Además de tres policías del Cuerpo de Investigación y Vigilancia.
Al inicio del marzo anterior había dispuesto el Gobierno del Frente Popular el enésimo desarme de la población civil, que debía de entregar el armamento que poseyera, sin o con licencia [9], en las comandancias y cuarteles de la Guardia Civil. Las mismas armas (largas y cortas) que con las requisadas en los meses posteriores se hallarán en abundancia en las unas y los otros de toda España al producirse la sublevación militar, que se negarán a las izquierdas en casi todos los lugares, y se distribuirán entre los derechistas en aquellos sitios en los que el golpe triunfe.
El texto de José Cabañas, es una primicia y anticipo de los incluidos en el libro 'Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en León y sus tierras', en el que lleva trabajando desde febrero de 2014, y que en unos meses estará listo para ser publicado por la editorial leonesa Lobo Sapiens. Pueden consultar más sobre la investigación del autor sobre este tema en su página web.
Notas:
[1] Proceden en parte los datos de Puente Féliz. Gustavo y Carantoña Álvarez, Francisco [1986-1987: 157].
[2] El cerebro de la rebelión. Falangista ya desde el inicio de 1934. Natural de Navarra, donde la familia Baleztena controlaba la Junta Regional del Carlismo. Calificado de monárquico feroz en documentos del Frente Popular de León en marzo de 1936.
[3] No lo fueron los tenientes Felipe Romero Alonso (nacido en 1905 en Benavente, había pasado a la Guardia Civil desde el Regimiento Burgos 36; en agosto será nombrado Jefe de las Milicias), y Eladio Carnicero Herrero, apodado 'el Ruso' [Crémer, 1980: 31], que actuará después, ya de comandante, como instructor en procedimientos sumarísimos contra numerosos republicanos leoneses. El general Bosch sería luego depurado “por sus vacilaciones y dudas cuando el Glorioso Movimiento Nacional”, y por no aceptar con el entusiasmo requerido la política posterior y la represión instaurada por los rebeldes, terminando expulsado del Ejército por un Tribunal de Honor al finalizar la guerra, tras ser nombrado el 1 de agosto de 1936 jefe de la Octava División Orgánica, gobernador militar de Ferrol el 24 de septiembre, y pasar en febrero de 1937 a la reserva; ya el 28 de julio de 1936 sería destituido –sin derecho a jubilación- por el Gobierno, al igual que otros jefes y oficiales sublevados.
[4] No lo fue, en realidad. Poco después del golpe militar lo ponían a cargo de las fuerzas policiales leonesas, mandando en octubre tropas 'nacionales' en el frente de Somiedo.
[5] De 50 años, natural de Portugalete, reincorporado a ella el 19 de julio desde Madrid y Yepes, en Toledo, lugares en los que disfrutaba desde el 12 de un permiso de 20 días interrumpido entonces. Lo acusarán más tarde de haber arengado a su llegada en junio a los guardias destacados en San Isidoro al revistarlos, diciéndoles que “debían de ser fieles a la República y estar al lado del pueblo soberano”.
[6] El Cuerpo de Seguridad y Asalto, que incluía los Grupos de Asalto (especialmente instruidos, la élite de este disciplinado cuerpo), contaba con 18.000 efectivos, y en cada provincia se disponía al menos de una compañía de Seguridad y otra de Asalto. Las capitales más cercanas a León en las que había un Grupo de Asalto en cada una eran Valladolid, Oviedo, La Coruña y Burgos. Mientras que la mayoría de los oficiales de la Guardia Civil se rebelaron (en todas partes, excepto en Madrid y Barcelona), los de Asalto tendían a ponerse del lado del vencedor [Alpert, 2007].
[7] El Gobierno reorganizaba las unidades aéreas y sus efectivos, de forma que no quedaran en manos de los sublevados en lugares donde se tenía noticia cierta de su adscripción a la inmediata tentativa. Tres sargentos tripulantes de un aparato de aquella escuadrilla desplazada a Madrid escaparían desde allí en el mismo a Portugal el 21 de julio, tras conocer que su base de pertenencia se ha sumado al golpe militar. “Tres escuadrillas existían en el aeródromo leonés hasta el inicio de la guerra civil”, según González Álvarez, Manuel [2008: 29, 45]. De los efectivos totales, considerados tomando como referencia los de diez años antes (con datos del mismo autor), las tripulaciones de los aparatos de una escuadrilla se encontraban con ellos en Madrid en las fechas de la sublevación.
[8] 23 eran los integrantes de su plantilla en la capital —1 comisario y 2 inspectores, todos de segunda; 17 agentes (8 de primera, 7 de segunda, 1 de tercera, 1 auxiliar); 1 vigilante conductor de segunda; y 2 opositores agregados voluntarios sin sueldo— que según El Diario de León del 18-08-1936 hacían entonces aportaciones en metálico a la Suscripción Pro Fuerza Pública, Ejército y Milicias Armadas.
[9] El Reglamento de Armas y Explosivos de 1935 había concedido permiso de armas a los miembros de entidades estimadas por el Gobierno radical-cedista como auxiliares en la persecución de criminales y en el mantenimiento del orden [Piñeiro Maceiras, José. “El control estratégico del Bierzo durante la Guerra Civil, las tropas auxiliares de las columnas de Galicia”. Revista Argutorio, nº 21. 2008]. Amparados por tal disposición fueron entonces armados numerosos derechistas. También desde marzo las existencias de las armerías debían ser depositadas en las comandancias y cuarteles.