Cuando Comisiones Obreras le planteó al historiador Alejandro Martínez (Berlanga del Bierzo, León, 1987) recopilar sus orígenes y trayectoria en las comarcas del Bierzo y Laciana, este todavía no era padre de familia y se preparaba para afrontar unas oposiciones a la enseñanza. Dos niños y dos procesos de selección después, Martínez comienza el curso con una plaza en prácticas en el Instituto Beatriz Ossorio de Fabero y un libro recién publicado. Las cien páginas que al principio había esbozado en su mente se han transformado en las casi 350 de Conquistar el pan y la libertad. Historia de las Comisiones Obreras en Laciana y El Bierzo (1962-1982).
La nueva obra llega a las librerías tras La primavera antifranquista. Lucha obrera y democrática en El Bierzo y Laciana (1962-1971), por lo que es en parte territorio ya pisado por este historiador que reivindica la importancia de las comisiones de obreros constituidas en la cuenca lacianiega al hilo de la huelgona minera de 1962 como matriz de un movimiento que derivó en las Comisiones Obreras. El trabajo, que rescata episodios poco conocidos como casos de terrorismo a principios de los ochenta, ha suplido con testimonios orales falta de documentación derivada primero de la clandestinidad y luego del 23F, “la noche de las hogueras en casas de sindicalistas”.
¿Hasta qué punto la historiografía y Comisiones Obreras consideran a Laciana al menos como parte de la cuna de la organización?
Hasta 1976 o 1977 no funciona como un sindicato como tal. Se trata de un movimiento que había surgido espontáneamente de las comisiones de obreros. Durante mucho tiempo se consideró que el origen estaba en la Mina La Camocha de Gijón en 1957. Allí participaron falangistas, comunistas, el clero... Parecía un ejemplo de pluralidad política. Desde primeros de los años cincuenta ya se hacen huelgas. La diferencia cualitativa que se da en Laciana a raíz de la huelgona de 1962 es que va a haber representantes elegidos en una asamblea democrática. Y en torno a Benjamín Rubio se va a estabilizar y permanecer el movimiento. Es la primera comisión que perdura hasta la legalización. Luego tardará en incardinarse por tratarse de una zona aislada. El sindicato en Castilla y León tiene claro este origen. El sindicato como tal lo ve desde una perspectiva multifocal.
Hay que ponerse en el contexto de la dictadura. “Hay una desproporción entre lo que los mineros hacen por el antrifranquismo y lo que el antifranquismo hace por los mineros”, se decía en los micrófonos de La Pirenaica.
Hay que diferenciar entre la historia y la memoria. Y se ve cómo opera la memoria en la evolución de encuestas del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) sobre el peso que la ciudadanía le da al papel de Juan Carlos I o de Adolfo Suárez en la Transición hasta crear un mito fundacional en torno al consenso y la reconciliación. Hay otra historiografía que le dio peso al movimiento estudiantil. Pero hay tener en cuenta que muchas investigaciones fueron hechas por profesores universitarios. Y el movimiento estudiantil fue importante, pero fue a rebufo del movimiento obrero.
El movimiento obrero vinculado a la minería del carbón le echó un pulso al régimen y cosechó avances históricos como convocar asambleas cuando no había derecho de reunión a principios de los sesenta. ¿Ese tipo de logros tienen parangón en algún otro sector en aquella época?
No tienen parangón. Las asociaciones de vecinos lograron hechos palpables como obras de asfaltado o construcción de colegios y centros de salud. Y en la universidad, por la propia autonomía universitaria, también se dieron avances. Pero no hay comparación con otro movimiento que tuviera tanta capilaridad fuera de las urbes. El desarrollo de prácticas como las asambleas en pueblos sólo lo consigue ese movimiento obrero con el valor añadido de que estaban prohibidas incluso en países democráticos de la Europa occidental. En las asociaciones de antiguos alumnos de escuelas sindicales de Ponferrada y Villablino se celebran reuniones, se asesora a trabajadores, se hacen fotocopias de panfletos... Y se consiguen logros como doblar los salarios o infraestructuras sanitarias y educativas. Luego se habló mucho de las becas de estudios de los Planes Miner. Pero eso ya se pedía en los años setenta.
Hay otra particularidad. Y es que, desde el principio, la lucha es por cuestiones sectoriales como las condiciones de trabajo, pero también por cuestiones sociales como el desarrollo territorial de las comarcas mineras
No hay un reduccionismo sectorial, sino que se tienen en cuenta la parte económica y la parte sociopolítica. Se crea un sindicalismo de clase. Se mira al futuro, pero también al pasado para evitar los enfrentamientos que se habían dado entre sindicatos. No hay un desarrollo del movimiento vecinal tan definido como en las grandes ciudades porque al final son los mismos. Daniel Fernández Taladriz, por ejemplo, estaba en el PCE, en Comisiones Obreras y en la Asociación de Vecinos Los Olivares del Barrio de los Judíos de Ponferrada.
El desarrollo de prácticas como las asambleas en pueblos en los sesenta sólo lo consigue ese movimiento obrero con el valor añadido de que estaban prohibidas incluso en países democráticos de la Europa occidental
¿Hasta qué punto el sindicalismo minero que se va constituyendo tiene un poder catalizador en otros sectores y un carácter pionero en cierto tipo de reivindicaciones?
Hay formas de lucha que se van a replicar en otros sectores cuando se den las marchas de la dignidad o las marchas contra los recortes. Los mineros fueron pioneros. Y su lucha se va a interrelacionar con otros sectores hasta tener influencia en empresas como Roldán, Endesa o Renfe. La primera incardinación que se da en Renfe es de ferroviarios de Ponferrada.
También se dio una interrelación que hoy sería difícilmente imaginable con sectores de la Iglesia.
Ahí volvemos a diferenciar entre historia y memoria. En UGT y el PSOE todavía subiste en los años cincuenta un fuerte anticlericalismo. Sin embargo, el PCE ve como aliados a un sector del apostolado social que se va distanciando del régimen. Y se van a apoyar mutuamente. Ahí resulta muy importante en Ponferrada el papel de (el sacerdote Francisco) Beltrán, que también es abogado. Y en Matarrosa del Sil hay reuniones en dependencias de la Iglesia siendo párroco Javier Rodríguez Sotuela. Y aunque todavía hay ejemplos de implicación en la fundación de Izquierda Unida, eso se pierde cuando el movimiento cristiano de base va perdiendo fuerza.
¿Cómo de diferente habría sido la Transición de no haber mediado este movimiento obrero?
Pues podría haber sido una Transición a la turca o a la chilena. Podría haber habido un franquismo sin Franco, sin CCOO ni el PCE legalizados. 1976 fue un año bisagra con grandes movilizaciones. El movimiento de oposición tuvo una gran fuerza, pero fue incapaz de derribar al régimen. La dimisión como presidente del Gobierno de Carlos Arias Navarro llega tras la 'galerna de huelgas'. Y ese contexto obliga a Adolfo Suárez a tomar medidas más decididas teniendo en cuenta que la Ley para la Reforma Política no contemplaba legalizar CCOO y el PCE. El movimiento obrero impide que haya un franquismo sin Franco y rompe con el mito de la democracia otorgada. Manuel Fraga llena a reunirse con líderes de Comisiones como Benjamín Rubio y José Rodríguez. Fuerzas de izquierdas plantean la abstención en el referéndum de la Ley para la Reforma Política. Y eso tiene más eco en sectores más ideologizados hasta el punto de que el porcentaje de apoyo en Villablino o Ponferrada resulta inferior a la media nacional.
En los años ochenta CCOO lee las nuevas circunstancias: incorpora la lucha por los derechos de las mujeres y tiene presencia en el sector público que se desarrolla al calor del Estado del Bienestar en ámbitos como la sanidad y la educación
CCOO llegó a poner sobre la mesa una unidad de siglas sindicales. Visto con los ojos de hoy, podría parecer una quimera, como la de la ruptura triunfando sobre la reforma en la Transición.
La ruptura no fue una quimera en la Portugal de la Revolución de los Claveles. Y allí se consiguió implantar un sindicato casi único. El objetivo aquí era crear una gran central sindical única. La patronal tenía una sola organización. Hay intentos entre los años 1976 y 1977 que se vienen abajo por diferentes factores, incluso maniobras del régimen como la permisividad de Fraga con la celebración en abril de 1976 del congreso de la UGT. USO (Unión Sindical Obrera) celebra un congreso en Madrid a la luz del día cuando en abril de 1977 hay multas por actos de Comisiones. Se produce luego una competencia entre sindicatos que hace fracasar aquel intento. CCOO lo sigue intentando hasta las primeras elecciones sindicales. A día de hoy creo que todavía figura en sus estatutos. La versión que luego perduró y se mantiene en la actualidad es la de la unidad de acción sindical.
Aunque hay que tomar con precaución la identificación CCOO-PCE, ¿por qué el sindicato es todavía el más importante en España y el partido no fue el hegemónico de la izquierda y ha quedado como una formación política residual?
CCOO no consigue el objetivo de formar un sindicato único, pero sí ser el primero y tener una gran capilaridad. En los años ochenta lee las nuevas circunstancias: incorpora la lucha por los derechos de las mujeres y tiene presencia en el sector público que se desarrolla al calor del Estado del Bienestar en ámbitos como la sanidad y la educación. Se preocupa por convertirse en un movimiento social y tratar de reflejar la pluralidad que existe. En el ámbito político, el movimiento socialista, que no había liderado la lucha durante el franquismo, sí conservaba un prestigio que se desarrolla durante la Transición. Y cuando en las elecciones de 1982 implosiona el PCE y se queda con cuatro diputados, sus líderes sí siguen en CCOO.
Los mineros salían a pedir una reindustrialización. Se bebe de una mitificación y se les exige más que a los demás. Hoy habría que doblar pulsos a grandes estados y multinacionales
¿Qué futuro le espera a CCOO y al resto de sindicatos en unos territorios que dejan de ser industriales y están terciarizando su economía?
Ha pervivido el mito que presenta a los sindicatos como organizaciones corporativas. Hay cuestiones latentes que afectan a sectores no sindicalizados. Lo vemos cuando se habla de la subida de las pensiones. Y esa es una reivindicación histórica, como la de la reindustrialización, que implicaría una creación de empresas. Y los empresarios no son afiliados. Se habla de crear museos; y ese personal tampoco suele estar afiliado. El reto es cómo hacer sindicalismo en sectores como la hostelería o la atención sociosanitaria. Hoy hay una regulación planteada en Teleperformance en Ponferrada cuando hace 10 o 15 años sería impensable que se organizaran sus trabajadores sindicalmente. En Embutidos Rodríguez, que funcionaba con falsos autónomos, se lideró una huelga y se obtuvieron resultados.
Los últimos años de lucha sindical en la minería del carbón dejaron luces y sombras: las huelgas adoptan un carácter defensivo (ya no son por conquistar derechos sino por limitar los efectos de las reconversiones) y las movilizaciones de 2012 terminan incluso con enfrentamientos internos, pero fue de los pocos sectores que plantó cara con determinación a los recortes. ¿Cómo lo analiza?
Hay que huir del adanismo, de la lucha entre generaciones y del localismo. Hubo un cambio de modelo productivo. Y es más difícil de abordar las reivindicaciones cuando lo que se ponen sobre la mesa son cierres. No es lo mismo negociar ahora que en los ochenta, cuando había otros derechos en las empresas, según reconocen los propios sindicalistas. Los mineros salían a pedir una reindustrialización. Se bebe de una mitificación y se les exige más que a los demás. A un albañil no se le exige que salga para que se cree una empresa. Hoy habría que doblar pulsos a grandes estados y multinacionales. Hubo una muerte, pero fue dulce. No se hizo una reconversión a la inglesa. Y la primera idea de Felipe González era hacer un cierre sin contemplaciones. Quizá habría que haberse replanteado el modelo de dar subvenciones a empresas privadas sin el correspondiente control y depositar todas las esperanzas en ello.
Escribe en el libro que “el movimiento obrero fue es el gran olvidado en el patrimonio industrial” del Bierzo y Laciana. ¿Cómo se debería revertir esto en los museos?
La musealización de los restos industriales no es aséptica. Si olvidamos la parte correspondiente al movimiento obrero, corremos el riesgo de que la transición se haga con pies de barro y se pierda el sentimiento de pertenencia. Y hay una cultura inmaterial que no se puede perder porque fue la base de la identidad de esos territorios. Hay una identificación con los mineros. Al final de la Marcha Negra de 2012 salió en Madrid a recibirlos un millón de personas, más que a la selección de fútbol. Fueron estandartes de la lucha obrera. Los elementos de patrimonio industrial fueron escenarios de consecución de derechos. Si eso no lo reflejas, al final ese hueco lo ocupan diferentes tipos de nacionalismos. El populismo está en auge. Habría que crear museos de lucha obrera y democrática.