“Suerte y algo de salud”, las recetas de Emilia para llegar a los 103 años desde Laciana

Emilia Oveja, en su casa de Villablino. / Luis Álvarez

Luis Álvarez

Emilia Oveja es una de las dos mujeres centenarias que residen en la comarca leonesa de Laciana: a sus 103 años es la mayor de las dos, ya que Josefa, su compañera de paseos, es un año más joven.

La decana de la comarca hace gala de una enorme lucidez mental y buena memoria. E incluso es capaz de resumir en una frase la fórmula de la razonablemente saludable longevidad de la que aún goza: “Salud y vivir con suerte”.

Emilia recibe en su casa, muy lejos de considerar molesta o incomoda la visita de un periodista. Al contrario: la exquisita amabilidad es la máxima de unos excelentes anfitriones, no sólo de la propia Emilia sino también de uno de sus hijos, Modesto, y su esposa María, con los que “ya llevo unos años conviviendo, en Cerredo, en León y ahora en Villablino”, explica la mujer.

Si nada cambia respecto a hoy, el 31 de mayo Emilia Oveja Álvarez cumple los 104 años. Nació en Salientes, en el municipio vecino de Palacios del Sil y suma cuatro hijos, cuatro nietos, otros cuatro biznietos y de momento dos tataranietos.

Tras abandonar Salientes después de los primeros 40 años de su vida, hasta enviudar, ha residido, con los hijos, primero en Madrid, luego en Barcelona, después en Cerredo, e incluso en la capital leonesa, pero ahora Villablino es su casa.

De su memoria echa mano para relatar detalles de su vida en Salientes, desde niña hasta que abandonó el pueblo. Una vida de trabajos en la casa, primero en la de sus padres y luego en la suya, con los animales, en las labores agrícolas, “como la de todos los vecinos” de un pueblo de alta montaña.

Se trata de un pequeño pueblo ubicado a 1.260 metros de altitud en el final de un valle rodeado de montañas en torno a los 2.000 metros como el Tambarón o el Nevadín. En el vértice entre Omaña, Laciana y el Bierzo, donde la mayoría de las fincas para pastos están bastante alejadas del pueblo y con accesos difíciles. Por eso relata que una de sus hijas “casi me nace en el monte”, a donde había ido con el ganado. Le dio el tiempo justo “para llegar” y dar a luz.

Además de todo, acarrear y vender genciana

Además del ganado, ovejas (varios centenares), vacas, cerdos, gallinas o conejos, segar, majar, atender la casa y los hijos, había que ir a genciana al monte por Salentinos o Vivero, para complementar la economía familiar y regresar con los sacos al hombro, “de cuatro arrobas” (entre 45 y 50 kilos) hasta casa, para ponerla a secar y luego venderla.

Aún recuerda cuando de niña, con apenas 10 y 12 años, iba a trabajar con su padre, que era soguero (hacía sogas) por los pueblos: “En Torre del Bierzo y en Igüeña, pasé mucho frio en invierno, mientras estiraba las fibras de las sogas en la calle o dándole a la rueda, ayudando a mi padre, que iba haciendo su trabajo”.

Esa vida dura de las labores del campo en el pueblo acabó cuando murió su marido y sus hijos la sacaron del pueblo, para llevarla a otros sitios y vivir, dice ella “como una señora”. Ni Barcelona, ni Madrid la acobardaron: “yo salía todos los días a pasear e iba a hacer mis cosas, al banco, caminando por el Paseo del Prado”. Paseos a los que no renunció hasta hace poco más de un año, que la pandemia y los problemas de huesos la han forzado a quedarse en casa, mas tiempo del que quisiera.

“Lo mejor de la vida, mientras fui niña”

Los recuerdos le vienen a la mente sobre esas dos partes de su vida, una de mucho trabajo y otra más cómoda, “una mala, al principio y otra buena después”. Pero los recuerdos más felices son los de la infancia “lo mejor de la vida mientras fui niña, los mejores años sin duda”.

Para la longevidad no ve secretos, “es vivir y hacer lo que había que hacer”. Dice su hijo Modesto que “el agua de Salientes, aunque a ella el agua no le va mucho”, es mejor “comer las cosas de siempre, caldo, cachelos, buenos huevos y leche” y como punto especial de su gastronomía particular “el tocino, de todas las formas”, aunque su debilidad es el tocino cocido en el caldo, que aún sigue consumiéndolo. Porque admite que “no, de comer sí tengo ganas, más que de beber”.

Su salud por el momento es “normal, acabamos de hacerle un chequeo completo y está bien, toma una pastilla para la tensión y los problemas de huesos”, explica Modesto. Emilia aporta algún dato más, porque resalta que “estoy mal de la vista”, le han dicho que es un problema degenerativo sin solución, y “tengo problemas de cervicales y algo de azúcar”. Lo que no le impide valerse por si misma para vestirse y hacer sus tareas cotidianas “y aún puedo hacer mi cama todos los días”.

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