Usos alternativos de la pala
Me he comprado una pala, oye. Pero no por razones laborales, sino por motivos estéticos y simbólicos, antes de que se considere una apropiación cultural o un acto falocéntrico racializado.
En este mi movimiento simbólico he sido un pionero, lo sé, pero con el tiempo, estoy seguro, la pala se acabará por convertir en la varita mágica del proletariado, de tantos como son sus usos y tantas como son sus posibilidades.
Desde siempre la pala se empleó como herramienta en el campo, en la construcción, la jardinería, la ganadería, etcétera. Y a pesar de su antigüedad, su diseño sigue resultando eficiente, elegante y funcional, sin experimentar muchas mutaciones ni metamorfosis.
Pero su éxito, tomad nota, no se reduce solo al no sólo a nivel laboral: durante muchos años sirvió también para premiar al idiota cada vez que tenía una idea. ¿Se te ha ocurrido algo? Cojonudo. Vete, cava una zanja, y cuando se te pase, vuelves. Mano de santo. Luego, con el tiempo, y como bien decía mi antiguo socio, la pala fue sustituida por la subvención, de modo que al que era imbécil se le daba una subvención en vez de una pala, lo que perjudicó mucho el prestigio de la herramienta.
Y ahora, ya comenzada la tercera década del siglo XXI, yo mismo le he encontrado a la pala una nueva utilidad que consideraba impensable: auxiliar de movilidad urbana.
Vengo de descubrirla ahora mismo, recién llegado a casa tras comprar una pala en una ferretería. Normalmente, cuando vas por la calle a estas horas, los ciclistas te pasan a 5 cinco centímetros, o incluso a menos, camino de la Universidad, o de casa de su psiquiatra, pero hoy, que llevaba la pala al hombro, no se acercó ni uno y conservaron una prudente distancia de seguridad. Incluso uno se bajó de la acera para no pasar a mi lado.
En cierta parte peatonal de la calle, me suelo encontrar también a veces con dos anormales con patinete, juntos o por separado. ¿Y digo anormales para que no se me tache de racista, vale? Porque ya sabéis lo que pasa en León con los patinetes y lo curioso que resulta. Pues oye: hoy apareció uno de ellos, y en vez de hacer eslalon entre los peatones mientras toca el timbre, al llegar junto a mí, con mi pala al hombro, el tío se detuvo, me rebasó a pie, y siguió luego con su chirrindulari timbrero.
Y todo esto, sin necesidad de empuñar la pala, ni de mostrársela a nadie. Sólo con llevarla al hombro.
¿Será la pala la varita mágica del futuro? Pues oye, a lo mejor sí.