Todas las declaraciones del director general del Patrimonio Natural y Política Forestal de la Junta, Jose Ángel Arranz, el consejero de Medio Ambiente, Juan Carlos Suárez-Quiñones, y el presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco iban en la misma dirección, declinar responsabilidades. Tanto es así que se llegó a echar la culpa a los ecologistas: “determinadas posiciones del ecologismo extremo dificultan la actuación en el monte y su limpieza”. Eso sí, asunción de responsabilidades, cero.
Las declaraciones de entonces nos serán repetidas ahora, en una semana, dos, tres, se repetirán los mismos discursos: que se reforzarán los medios, que habrá brigadas permanentes, que se invertirá en prevención, se mejorará las condiciones de los bomberos y brigadas forestales…
Hoy, en pleno 2025, volvemos a contar muertos, hectáreas calcinadas y pueblos evacuados, y las promesas suenan más huecas que nunca.
Mientras bomberos, brigadas forestales y los propios ciudadanos se juegan la vida, la Junta de Castilla y León parece más preocupada por que los habitantes evacúen las zonas afectadas que por desplegar medios de extinción. No lo digo yo: lo denuncian alcaldes de los pueblos afectados, que aseguran que reciben apoyo… para evacuar sus pueblos, no para defenderlos. Ojo, no se me malinterprete, tengo pleno conocimiento que los incendios han de ser enfrentados por personal entrenado y que los ciudadanos han de ser apartados y evacuados por el bien de la seguridad de todos. Pero claro, eso es lo lógico, cuando hay bomberos y profesionales apagando el fuego. Y aquí está la clave. Porque si tú te vas, sin bomberos, ni brigadas presentes el fuego avanza sin freno, y cuando regresas, tu pueblo es un montón de ceniza. Ya ha pasado, por lo que vemos, vuelve a ocurrir.
Reclaman dimisiones en la Junta
Izquierda Unida ha pedido la dimisión del consejero de Medio Ambiente, Juan Carlos Suárez Quiñones, y del director general de Patrimonio Natural, José Ángel Arranz Sanz. Les acusan de gestionar esta crisis con una mezcla letal de negligencia y desprecio. Y, francamente, cuesta no ver un patrón. Porque la falta de medios ya no parece un accidente ni una casualidad. Empieza a parecer un modelo.
En esta parte de la historia, es donde parece que entra en juego el neoliberalismo. No un concepto abstracto, sino su aplicación más cruda: es preferible concentrar la población en las ciudades, donde es más fácil de administrar, controlar y convertir en simple mano de obra y masa consumidora, y dejar el campo como un mero territorio de explotación intensiva. Lo rural como cantera, como granja, como parque eólico o como vertedero. Que no haya gente que lo habite, lo defienda o lo reclame como suyo. ¿Y qué mejor forma de acelerar ese proceso que dejar que el fuego lo devore? Un incendio no solo destruye bosque: destruye modos de vida, redes sociales, identidad y arraigo. Destruye, en definitiva, las razones para quedarse.
Quizás por eso, no es casualidad que los operativos sigan siendo precarios, temporales, mal pagados y dependientes de empresas privadas. Y quizás por eso no es casualidad que se prefiera evacuar antes que combatir. Y quizás entonces es por lo que no es casualidad que, año tras año, el monte se limpie tarde y mal, o directamente no se limpie. Ya puestos, podemos pensar que entonces no es casualidad que los pueblos, cuando arden, tarden años en recibir ayudas reales, y que muchos de sus vecinos no vuelvan jamás. Cada hectárea calcinada es un paso más en la transformación del territorio en un espacio vacío, apto para macrogranjas, minas, parques industriales o megaproyectos energéticos. Todo con el beneplácito de unas instituciones, incompetentes o directamente negligentes, que se presentan como víctimas de la climatología y vaya usted a saber, quizás hasta de los dioses, cuando en realidad son parte activa del problema.
El fuego, aquí, deja de ser un enemigo y se convierte en un aliado. Y esa idea es la más inquietante de todas. Porque mientras se nos engaña con falsos discursos de progreso, transición energética y modernidad, la realidad que se va vislumbrando versa más sobre la supervivencia, la falta de vivienda, la precarización de los trabajadores o el odio al diferente. Que pena. Que pena y que tristeza.
En Castilla y León, como en buena parte de la España interior, el fuego no solo está quemando hectáreas. Así dicho suena vacío. Quema árboles, fincas, casas rurales, campos, viviendas, paisajes...
Está quemando futuro.
Y si no lo vemos así, si pensamos que son simples “desastres naturales” inevitables, puede que un día nos despertemos y descubramos que ya no hay nada que salvar.