Josefa González, los 103 años de una deportista en ciernes en Villablino: “En Lumajo paleé mucha nieve”

Josefa González Rodríguez cumple este sábado 103 años de edad. // Luis Álvarez

Luis Álvarez

El domingo pasado publicaba La Nueva Crónica un artículo, firmado por Alfonso Martínez, sobre el “selecto club” de los centenarios en la provincia de León y aportaba los datos del INE (Instituto Nacional de Estadística) sobre cómo se ha duplicado el número de personas que en la provincia leonesa superan el siglo de edad en tan solo 15 años, llegando en la actualidad a los 371 centenarios.

En ese club está Josefa González Rodríguez, en la actualidad residente en Villablino, nacida en Robles y viviendo en Lumajo durante algo más de 20 años, desde que se casó con Laurentino, un vecino del pueblo. Y cuando “hicimos la casa en Villablino ya bajamos a vivir aquí”, y se asentaron definitivamente en la capital comarcal. En esa misma casa sigue viviendo acompañada por sus hijos, que se turnan cuando es necesario para acompañarla.

Hoy sus cuatro hijos (dos mujeres y dos hombres) y consortes, además de varios de sus cinco nietos, celebrarán con ella su 103 cumpleaños, mientras goza de una vitalidad envidiable. “Siempre fui muy fuerte, con mucha energía, en Lumajo paleé mucha nieve, había veces que ni alcanzabas a echarla por encima, porque había tanta que no se alcanzaba”, nos comenta.

Y en plan de broma añade “si hubiese nacido ahora, seguro que sería deportista” y justifica su afirmación explicando que “de nena en Robles, corría las carreras de rosca con los rapaces y jugaba mucho a los bolos (pasabolos) en el corral con mi hermano Julián”. Actividades hoy compatibles con varias pruebas de atletismo, y también “esguilaba” (trepaba) a los árboles y saltaba los muros de los prados persiguiendo a gatos y perros.

Produce satisfacción contemplar cómo se desenvuelve Josefa y un poco de orgullo cívico el poder certificar cómo nuestra sociedad y cultura han sido capaces a mejorar las condiciones de vida, alimentación y sanitarias de una forma tan notable en el último siglo. Si tenemos en cuenta que, en 1920, un año después del nacimiento de Josefa, la esperanza de vida media en España al nacer era de 38 años, y hoy estamos en los 82, además de las excepciones que los superan en bastante.

Recuerdo ahora, que hace unos años mientras hurgaba entre los archivos de la hemeroteca de la Biblioteca Provincial en León, leí una noticia en el Diario de León del 22 de abril de 1906 (tomé notas) cuyo titular decía aproximadamente: “Muere una anciana en La Bañeza atropellada por un carro”, lo chocante para mí, fue cuando en el texto de la noticia supe que la anciana tenía 48 años.

Y esa fortaleza física y ser muy alegre “siempre me reí mucho y ahora veo en la tele que dicen que eso es bueno para la salud”, son a su entender las razones que le han permitido llegar a celebrar estos 103 años. Añade a esas circunstancias el hecho de ser muy activa, “trabajé bastante con los animales, la huerta, los samartinos, la casa y los hijos”.

Aficionada a los largos paseos, hasta hace seis años en que una caída le provocó una rotura de cadera y que le tuviesen que poner media prótesis “porque ya me vieron muy mayor y no la pusieron entera”, sus paseos llegaban hasta el pozo María por la ruta verde (algo más de 8 kilómetros entre ida y vuelta). Desde el accidente tuvo que ir reduciendo los paseos y en la actualidad camina ayudada por un andador, “pero me hago yo todas las cosas, menos ducharme”. Nos cuenta una anécdota de una vez que “cuando estuve en Valladolid, para cuidar a uno de mis nietos”, salió de paseo y se perdió “pasé las vías y luego me costó regresar, pero lo hice sola”, su hija comenta que debió de estar entre 7 y 8 horas caminando.

Rememora los años felices de su matrimonio en Lumajo, “la gente se ayudaba siempre unos a otros en el pueblo, para sacar las patatas, en el samartino, para la hierba, con los nenos, para cualquier cosa podías acudir a los vecinos”. Tenía una vecina que le hacía los patrones para coser faldas, pantalones o vestidos para sus hijos, “pero un día estaba con visitas y por no esperar me puse yo a marcarlos con jaboncillo e hice los pantalones, desde aquel día ya me atreví yo con todos los cortes para coser”.

Con tanta vida y tan buena memoria lo que le sobran son anécdotas y hechos dignos de ser contados, también el dolor de las ausencias, de sus padres y cómo no de su marido, “se murió muy joven”. Dolores, que en parte mitigan las alegrías de los nuevos, los hijos todos actualmente residente en Villablino y los nietos, que tiene repartidos por media España, desde Málaga a San Sebastián, pasando por Palma de Mallorca y alguno más próximo en Tineo o en Villablino.

Nos confiesa una pena que a veces le atormenta, “ser una carga para los demás, obligarlos a estar conmigo porque ahora ya no puedo hacerlo todo”, una pesadumbre muy frecuente en las personas que han sido muy activas y la edad y la merma de cualidades físicas les limitan su independencia. Aunque su hija le quita importancia “si está perfectamente, no tiene ningún inconveniente físico, más que un poco en la movilidad, lee hasta sin gafas, no toma mediación alguna y se hace todas las cosas suyas sola, menos ducharse y porque no la dejamos”.

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