Recuperan ‘La lentitud de los bueyes’, el primer poemario de Julio Llamazares, anclaje de toda su literatura

“Todo es tan lento como el pasar de un buey sobre la nieve”. Así lo escribe Julio Llamazares en uno de los primeros versos de ‘La lentitud de los bueyes’ (Nórdica Libros, 19.50 euros), su primer poemario, publicado originalmente en Hiperión en 1979, que este lunes 17 de marzo reaparece en las librerías españolas de la mano de Nórdica Libros, seis años después de que esa misma editorial reviviera ‘Memoria de la nieve’, segundo y por el momento último libro de poesía del narrador leonés.
“Siempre dicho que ahí está todo lo que escrito después y lo que me quede por escribir. En esos primeros versos está ya trazado el mapa sentimental y poético y literario de mi vida. A partir de ese libro no he hecho otra cosa que repetirme, intentando dar una vuelta de tuerca más”, reconoce Llamazares en conversación con Ical.
Sus dos únicos poemarios fueron reunidos por Cátedra en una edición crítica a cargo de Rafael Molina Gil que vio la luz hace apenas diez meses, pero los libros de Nórdica adquieren otra dimensión gracias a las delicadas acuarelas que acompañan los no menos delicados versos del autor de ‘La lluvia amarilla’. Si en ‘Memoria de la nieve’ la editorial encomendó las ilustraciones al turolense Adolfo Serra, en ‘La lentitud de los bueyes’ la tarea ha recaído en la madrileña Leticia Ruifernández, que desliza su pincel acariciando el lomo de los animales y paisajes que pueblan sus dibujos, con la misma cadencia con que los versos de Llamazares abrigan el alma del lector en recuerdo de un tiempo ya desvanecido. “El otro día le decía a Diego Moreno (responsable de Nórdica), que en lugar de cobrar derechos los autores deberíamos pagarle, y no lo digo como una boutade, sino porque es un lujo que te hagan un libro así”, sonríe agradecido.
Al privilegio de contar con esta exquisita reedición se suma el “orgullo” de que la primera crítica que se publicó sobre ‘La lentitud de los bueyes’ llevara en el desaparecido semanario ‘Ceranda’ la firma de su admirado Antonio Gamoneda, cuya ‘Descripción de la mentira’ fue sin duda “una de las grandes influencias” del primer poemario de Llamazares y de cuanto ha firmado después. Así, el Premio Cervantes aplaudía a finales de los setenta la existencia en el libro de “un componente narrativo” “más allá de sus sorprendentes asociaciones verbales (característica esencialmente poética)”. Sobre ‘La lentitud de los bueyes’, Gamoneda resumía: “Se trata de un extraño viaje desde el recuerdo (y desde el olvido) en cuyo fondo se estabiliza la imagen de un lugar y un tiempo perdidos. Un tiempo y un lugar de desaparecida serenidad campesina”.
Ahora, Llamazares rememora entre la neblina del tiempo aquel proceso de escritura, cuando apenas tenía 23 años: “Yo vivía frente a la playa, y estaba en el último año de mis estudios de Derecho en la Universidad de Oviedo, a cuya universidad no acudía apenas, porque me pasaba el día paseando por la playa de Gijón y las tardes leyendo y escribiendo en la Cafetería Alaska, que ya no existe. Era consciente de que estaba a punto de terminar la carrera universitaria, y con ella una época de la vida, que ya empezaba a ponerse en serio”.
Un recuerdo y su eco
Se trata de una obra escrita “mirando por el retrovisor”, ya que la ciudad y el mar que tenía ante sí en ese momento vital no se colaron entre sus páginas, donde el protagonismo recae en la ribera del Porma y en Vegas del Condado, el escenario donde había vivido en primera persona la imagen que afloró con nitidez en el poemario: “El recuerdo de los bueyes que un vecino de mis abuelos maternos sacaba cada día a beber agua en una presa de las afueras del pueblo y que yo veía caminar sobre la nieve como en un sueño, pues solía verlos en Navidad sobre todo. Ese recuerdo lejano con su atmósfera nevada y casi irreal por borrosa es el embrión de este libro y de mi poesía misma, pues todo parte de él”.
‘La lentitud de los bueyes’ está compuesto de veinte fragmentos de un único poema, creado “no como una sucesión de poemas diferenciados entre sí, sino como una composición con vocación unitaria y casi operística”. “Los bueyes lentos que, como los del vecino de mis abuelos maternos, pasaban sobre la nieve envueltos en el vaho de sus hocicos y en la vaporosidad del sueño del niño que los miraba desde la ventana de su habitación siguen pasando por mi memoria desde que los recordé en Gijón frente al mar”, escribe ahora en el prólogo del volumen, 47 años después.
Removiendo lo que entre sus versos llama “las arenas movedizas del olvido”, Llamazares sentencia: “La memoria (de la nieve) y los recuerdos (esos bueyes que pasan con lentitud sobre ella echando vaho y vapor sobre un paisaje cada vez más desdibujado y borroso) son todo mi patrimonio poético y sobre el que se sustenta toda la arquitectura de mi literatura y de mi identidad”.
“Yo soy esos bueyes que caminan con pesadez hacia la nada y que para mí son la imagen de la humanidad que se fue de este mundo con ellos y como la que se irá cuando yo no esté ya en él sin dejar sus pisadas en la nieve más que durante unos fugacísimos instantes temblorosos”, confiesa.