Cine

Recordando a Fernando Fernán Gómez: 'El viaje a ninguna parte'

Fernando Fernán Gómez.

Antonio Boñar

La irrefutable certeza de sabernos tiempo nos hace a todos iguales cuando llega el final (o el principio, vayan ustedes a saber). Aunque lo importante es lo que nos diferencia, la forma de recorrer el camino. Y este tipo de melena roja, voz profunda y expresión franca recorrió durante su vida un largo viaje que nos regaló una admirable trayectoria artística, un libro lleno de pasajes hermosos y lúcidos, los mismos que conforman su intensa y prolífica obra. El legado que dejó Fernando Fernán Gómez en forma de películas, libros o piezas teatrales es inmenso y le sobrevivirá siempre, mostrando a futuras generaciones quienes fuimos y cómo nos extraviamos en las mismas dudas, o en la luz de otros ojos. 

Los números impresionan: como actor participó en unas 160 películas y como director llegó a rodar hasta 27 largometrajes. Entre estos últimos incontestables obras maestras como El mundo sigue (1963), El extraño viaje (1964) o El viaje a ninguna parte (1986), basada en su primera novela. Esto en cuanto al cine, porque su inquietud creadora le llevó también a escribir e interpretar teatro (es el autor de Las bicicletas son para el verano, ese emocionante texto que luego llevaría a la gran pantalla Jaime Chávarri); a expresarse a través de la poesía y la novela; o a trabajar en la radio y la televisión. 

Su primer gran éxito sería Botón de ancla (1948), una cinta de carácter amable y optimista que le convirtió en un actor muy popular. El propio Fernán Gómez comentaba que la gente le reconocía por la calle y, como todavía no sabían su nombre, le señalaban y gritaban: “¡Mira, mira, el que se muere en Botón de ancla!”. Espectadores de varias generaciones vimos como esa figura delgada, cómica y tierna que lucía en esta cinta rodada en la Escuela Militar de Marín o en la posterior Balarrasa (1951), se transformaba con el paso de los años en una presencia poderosa y rebosante de ademanes exagerados. Toda su coreografía de gestos asimiló la teatralidad de los personajes que había interpretado. Tenía un poco de todos, como si estos hubieran cincelado lenta y perseverantemente su alma. En su persona encontrábamos la dignidad de ese abuelo incorruptible de la cinta de Garci; o la humanidad de aquel padre entrañable, bohemio y ácrata de Belle époque (1992); o la conmovedora y noble vocación por aprender y enseñar de don Gregorio, el maestro de La lengua de las mariposas (1999); o la frágil ternura de ese cómico trotamundos de El viaje a ninguna parte que, herido en su orgullo, exclama con lágrimas en los ojos: “¡esto del cine es una mierda!”

Para conocer más profundamente a este incorregible, eterno y admirado cómico es impepinable ver el documental realizado por David Trueba y Luis Alegre: La silla de Fernando (2006). En él encontramos a un Fernando Fernán Gómez íntimo, cercano e inteligente que habla, piensa y se ríe mientras repasa su vida. Siempre le recordaremos así, conversando, jugando con las palabras y los gestos. O caminando bajo el cielo azul, viajando hacia ninguna parte. 

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