'Casi feliz': costumbrismo porteño

Los protagonistas de 'Casi Feliz': Natalie Pérez y Sebastián Wainraich.

Antonio Boñar

Uno descubrió a Sebastián Wainraich como conductor de un divertido, inteligente e irreverente programa de radio argentino llamado Vuelta y media. Pero lo cierto es que este tipo de verbo fácil e ingenio desbordante acumula ya una larga y prolífica carrera también como actor, guionista, cómico y escritor. Ahora se interpreta a sí mismo en Casi feliz, una estupenda serie que mezcla con acierto el ágil ritmo de una sitcom estadounidense con ciertas dosis de sarcasmo porteño.

En ese juego de metaficción que convierte a Sebastian en trasunto de sí mismo, en el tono de comedia que encuentra risas en los absurdos más cotidianos y en los capítulos de media hora de duración que estructuran la historia encontramos similitudes con la también recomendable serie de Berto Romero Mira lo que has hecho (2018). Y en Casi feliz también encontramos numerosas referencias al cine de Woody Allen, Nanni Moretti o Larry David. Porque como ellos también Wainrach hace aflorar sus miedos, angustias, culpas, neurosis, fantasías, pasiones y obsesiones en un constante ejercicio de autoparodia que bascula entre la comedia urbana y el drama costumbrista. Y sale airoso de ese juego de dualidades entre verdad y ficción, fama e intimidad, ego y alma, vehemencia y economía sentimental, risa y emoción.

Sebastian (el personaje) conduce el programa de radio que siempre soñó, carece de problemas económicos, es judío por gracia y obra de haber nacido en el seno de una familia judía, es hincha fanático del Atlanta del barrio bonaerense de Villa Crespo, tiene un buen grupo de amigos (impagable el lumbrera apodado Sombrilla), un hermano que no parece tener ninguna duda a la hora de vivir como le da gana, una exmujer de la que sigue enamorado y unos hijos a los que trata de cuidar y comprender. En el fondo Sebastian no deja de ser como uno de esos tipos que pasan por la vida viendo pasar precisamente eso, la vida. Tipos que tienen el suficiente sentido del humor, generosidad o inteligencia como para comprenderlo todo desde una perspectiva posiblemente más torpe en lo prosaico pero seguramente más lucida en todo lo demás, en los detalles.

Nuestro entrañable protagonista es, en definitiva, un tipo casi feliz que vive en permanente estado de insatisfacción, algo tan paradójico e intrínsecamente argentino cómo ese ingenio que florece en las situaciones más complicadas para llenar la realidad con resignada ironía o el mejor humor negro, como aquella pintada que un servidor se encontró hace años en un muro del barrio de San Telmo de Buenos Aires: 'Salvad a los argentinos. Firmado: las ballenas'.

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