Un tesoro que se aprende

Carlos S. Campillo / ICAL Curso de Español para Inmigrantes de la Fundación Sierra Pambley

Elena F. Gordó/Ical.

La labor pedagógica de la Fundación Sierra Pambley, dedicada desde 1887 a actividades educativas y culturales, se enriqueció hace casi ocho años con la incorporación a su oferta de las clases de español para inmigrantes. Dando un paso más allá en el principio de la Institución Libre de Enseñanza, que inspira su labor, 'hacer de la vida la escuela y de la escuela la vida', en enero de 2007, Salvador Gutiérrez Ordóñez, patrono de la Fundación, catedrático de Lingüística General de la Universidad de León y miembro de la Real Academia Española decidió poner en marcha un proyecto de enseñanza caracterizado por los principios de calidad docente e innovación tecnológica.

En su página web, se explica que estas clases tratan de responder “a la demanda de un número cada vez mayor de personas que necesitan manejar nuestra lengua como instrumento de comunicación” y añaden que la inmigración es una realidad que ha transformado la sociedad y que cuando un inmigrante decide embarcarse en un nuevo proyecto de vida, “no está haciendo nada más que poner en práctica el derecho que toda persona tiene a buscar un futuro digno”. Para que ese derecho pueda ejercerse en toda su plenitud, recuerdan, existe un elemento fundamental: el conocimiento adecuado de la lengua del país de acogida. Pero se da la paradoja de que mientras se reclama que los inmigrantes se integren, no se les proporcionan las herramientas necesarias para hacerlo, lo que trae como consecuencia la creación de un grupo social “con unas enormes potencialidades educativas que no puede poner en práctica porque no dispone de los medios adecuados”.

Atajar esa deficiencia es lo que ocupa a Mario de la Fuente, el doctor en Filología Hispánica responsable de impartir las clases que ayudan a que un mosaico de idiomas y culturas sintonice con la lengua del país que, por las circunstancias que sea, es ahora el hogar de estas personas que tienen que afrontar a diario sencillos 'retos' que pueden convertirse en barreras infranqueables si la comunicación verbal no funciona.

“Cuando comenzamos la idea fue revivir el espíritu de la Fundación, que siempre había ofrecido educación gratuita y de calidad a gente que no podía permitírsela. Al principio, hicimos una campaña de difusión en asociaciones y organizaciones de inmigrantes, ONG, sindicatos... esa labor dio sus frutos y ahora viene mucha gente sin que hagamos difusión”, explica. En la actualidad, Cáritas Diocesana es la que más usuarios deriva pero el alumnado es muy plural, tanto en origen como en circunstancias, objetivos y necesidades.

La asistencia no es tan regular como en la enseñanza reglada y las clases no tienen más de 20-25 personas. Hay dos niveles: uno inicial para la gente que habla poco español y otro intermedio. El perfil medio del alumnado de adultos de entre 18 y 35 años, aunque también mayores. Marruecos aporta parte de cada grupo pero hay estuidantes de numerosos países entre los que están Rumanía, China, Brasil, Nigeria, Siria y Ucrania -éstos últimos con recientes incorporaciones vinculadas a las complicadas situaciones internas que atraviesan-.

Las clases se imparten de septiembre a julio y cada alumno suele acudir a ellas durante tres o cuatro meses por lo menos. Con una aula multiracial y multicultural, los planteamientos del profesor no tienen la gramática como objetivo único o primordial; más bien se intenta hacer una enseñanza “adaptada a sus necesidades; nos centramos en cuestiones comunicativas (médico, supermercado, una administración pública). Lo importante es que se sepa comunicar y resolver los problemas del día a día”, resume Mario, quien tiene muy claro el sentido práctico de su labor para contribuir a que estas personas resuelvan “situaciones reales de la vida cotidiana”.

“La lengua es la puerta fundamental para cualquier interacción en la sociedad. Vienen buscando una vida digna, la herramienta básica es el idioma y tratan de conseguir un nivel de idioma aceptable para desenvolverse con solvencia”, recalca. Pero las clases van todavía más allá y les sirven a aprender cosas que les pueden resultar vitales para labrarse ese futuro que buscan, tales como preparar una carta de presentación, elaborar un curriculum o sacar el carné de conducir. La enseñanza, recuerda, es una puerta para la búsqueda de empleo. En muchos casos, el profesor de español se convierte en consejero, guía, orientador... “Es una tarea compleja porque las circunstancias son diferentes a otros contextos. En la misma clase tienes a gente que no sabe leer ni escribir con gente que ha estudiado dos carreras en su país. Tienes que tener muchos recursos para poder solucionar distintas situaciones. Son cosas que te alegran y dan sentido al trabajo que hacemos aquí”, explica De la Fuente, quien resume su trabajo como “apasionante” y “muy gratificante cuando ves las caras que tienen cuando te ven y las vida les va bien”.

Con nombre propio

Carlos S. Campillo / ICAL Curso de Español para Inmigrantes de la Fundación Sierra Pambley

Los resultados de las clases le llegan como inyecciones de satisfacción. Así, recuerda a Ibrahim, de Costa de Marfil, que cuando llegó a España venía de trabajar en una fábrica de Marruecos en condiciones horribles y al que después vio trabajando como Rey Mago y jardinero. Otro alumno, procedente de Somalia y que apenas hablaba español, progresó rápidamente. “Madrugaba para buscar trabajo cada día y preparábamos una entrevista que tenía para trabajar de cajero en un centro comercial y consiguió un trabajo. Luego estuvo de cuidador de personas mayores. Se llama Ahmed, pero le llamaban Manolo”, recuerda. También cita a Janifa, de Marruecos, licenciada en Literatura Árabe, “que hace poco me dijo que estaba intentando sacarse el carné de conducir, algo que nunca se había planteado. Cuando ves gente que realmente consigue cosas, ves su espíritu de superación...”, reflexiona. Tampoco olvida a un chico de Mali que llegó hasta las bajos de un camión procedente de una patera... estaba completamente solo y al principio lo pasó bastante mal pero su situación ha mejorado“, relata. Entre los alumnos que pemanecen en su memoria está el que una vez dijo que estudiaba el idioma porque ”es algo que nadie te puede quitar“; frase que resume a la perfección el espíritu de estas clases y también sus logros.

Una mezcla enriquecedora

Mario de la Fuente afirma categóricamente que cree que la inmigración “es algo positivo porque nos enriquece culturalmente y nos hace conocer otras culturas” al tiempo que lamenta “muchos prejuicios como que vienen a no pagar impuestos, a aprovecharse de nuestra sanidad... porque las situaciones económicas y sociales son muy complejas. Tienen que salir huyendo en muchos casos por pura subsistencia u otra gente de países con menos conflictos, por la situación de crisis. Si en un sitio no hay trabajo, hay que ir a buscarlo a otros”, argumenta.

“Más allá del titular periodístico, lo que hay detrás son nombres, personas con apellidos y con historias e intentamos proporcionarles una de las herramientas que necesitan, que es el idioma”, insiste Mario.

Día de examen

De vez en cuando, los alumnos (entre 300 y 350 cada curso) son sometidos a examen para evaluar sus avances y a medida que concluye la prueba se prestan a responder algunas preguntas “para salir en los periódicos y en los medios de comunicación y haceros famosos”, bromea el profesor y alguien responde “Como el pequeño Nicolás”. Los primeros que abandonan el aula con Moss Green y Alfie Heffer, una joven pareja de británicos de 24 años. Ella está haciendo prácticas como ayundante en un centro educativa de Veguellina de Órbigo. En los tres meses que lleva en el país ya ha comprobado, respecto al idioma, que “lo más difícil cosa son los españoles con un acento del sur de España, que hay algunos trabajando o estudiando aquí pero el español aquí en Lión es muy clara”. Él acompaña a su novia en su aventura española y en las clases. “Yo sólo aprendo tres meses y, so, mucho difícil para mí, el tiempo pasado y gramática también es difícil”, afirma. La amabilidad de la gente, la comida y los edificios, dicen, es lo que más les gusta de la ciudad.

Con 31 años, Rezzouk Younes llegó de Marruecos a León -donde reside desde hace una década un hermano suyo- hace cinco meses “por estudiar un poquito de español, por hablar con vosotros y me gusta el país y la lengua, muy difícil por la gramática y los verbos. Me gustaría vivir aquí y me gusta el clima de León, el frío. No aprender lengua por trabajo, por mí, por aprender, no sólo por trabajar”, afirma.

Desde Alemania, Hanna Jurisch, de 26 años, decidió escoger León como destino para estudiar “otro idioma”; es este caso uno que le sirve “para viajar porque me gusta hablar con la gente y en América del Sur necesito hablar español”.

Por amor

La brasileña Mancia Dias, de 29 años, es vecina de León desde desde hace seis meses. Está casada con Jairo, al que conoció por Internet a través de unos amigos comunes de Facebook y conquistó cuando el leonés fue a visitarla a su país. “Es muy parecido con el portugués de Brasil pero algunas palabras no lo son. Si no aprendes no compredes, ni yo a él ni él a mi y he venido a clase todos los días desde que empezó, salvo una o dos veces por problemas personales”, explica sobre la lengua que ahora estudia.

La veterana del grupo es María Hakobyan, profesora de Armenio en el Instituto Bíblico Oriental (IBO) desde hace un lustro, que lleva 15 años en León y asiste a clase desde hace dos semanas. “Vine por mis hijos y por mis nietos, para cuidarles”, explica. El español es el cuarto idioma que habla después del ruso, el georgiano y el de su país, Armenia. Yo no fui al colegio, primera vez ahora. En apenas 15 días, destaca que ya aprendió a escribir un curriculum y mejoró su vocabulario. “Quiero aprender más bien español. Examen es primera vez que hago y no lo sé si hice bien o no”, apunta con prudencia.

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