La Bañeza, cuna de la placa de inducción

Dos placas de inducción en la Escuela de Cocina Dolcetriz que no queman si se tocan

ileon.com / Agencia SINC

Zaragoza, principios de los años ochenta. Tras superar los desafíos tecnológicos, lidiar con los altos costes de los componentes electrónicos y la falta de medios, el primer prototipo de una placa de inducción parecía terminado. Solo quedaba probarlo.

El leonés Tomás Pollán, físico de carrera, ingeniero de formación y uno de los diseñadores de esta primera placa, había traído chocolate a la taza de la tienda de ultramarinos que regentaban sus padres en La Bañeza (León). El equipo puso unas onzas en el puchero y unos minutos más tarde, se fundieron. El prototipo funcionaba.

“El chocolate se llamaba Pollán y lo hacía la familia de Tomás en su establecimiento para uno de sus abuelos”, recuerda Armando Roy Yarza, hasta el mes de octubre catedrático de la Universidad de Zaragoza y responsable de desarrollo de estos primeros prototipos.

Han pasado ya más de treinta años desde que un grupo de profesores y alumnos de dicha universidad, en colaboración con ingenieros y físicos de Balay (actual BSH) idearan y fabricaran la primera placa de inducción. “Fue un proyecto y desarrollo pionero a nivel global. Tan pionero que Balay lo patentó en todo el mundo”, señala Roy.

“Firmamos el primer contrato en 1981, dotado con un millón de pesetas. Nos lo gastamos íntegro en un osciloscopio que no teníamos para poder seguir trabajando”, agrega para ilustrar los pocos medios de los que disponían en aquella época. “Al cabo de poco tiempo nos lo robaron”, se lamenta.

En esta placa de inducción, ahora tan conocida, la cazuela se calienta por un campo electromagnético generado gracias a una corriente eléctrica que se aplica a una bobina plana. El desafío era desarrollar una superficie de vitrocerámica lo bastante delgada para que la bobina estuviera lo más cerca posible del puchero y pudiera disipar la energía“, explica el compañero del físico leonés.

Diseño del prototipo

La idea inicial no era viable. “Para que funcionase había que utilizar unos picos de corriente que en un hogar son impensables”, rememora Roy. Sin embargo, el desarrollo de la electrónica de los años 80 les permitió acceder a unos transistores de potencia, que cuando se popularizaron, bajaron de precio. “Al reducir los costes pudimos ponernos a investigar y como el primer prototipo funcionaba tan bien, Balay lo convirtió en producto en 1989”, dice Roy. Y añade: “El trabajo de Tomás Pollán y los estudiantes de último curso fue muy importante en su desarrollo”.

Sus creadores no sabían cuál sería la respuesta de los consumidores. Sin embargo, en pocas semanas se agotaron todas las existencias de la primera placa de inducción comercializada. “Al ser un producto tan nuevo no sabía que iba a ocurrir, por lo que no lo fabricaron de forma masiva”, comenta el responsable de desarrollo de este primer prototipo. “No teníamos ni idea de lo que podía suceder pero la demanda creció a pesar de su precio inicial gracias al boca a boca y todo el mundo quería tener una”, comenta Roy Yarza. “Fue un boom, la gente se interesó y enseguida reaccionaron el resto de marcas de electrodomésticos”.

Producción en crecimiento

La producción limitada de placas de inducción que BSH empezó en 1989 se ha convertido hoy en un amplio mercado del que se venden más de 2,5 millones de unidades anualmente en toda Europa. Desde la empresa estiman que representan el 40% de las placas de cocción del mercado total. José Longás, director general de BSH, destacó en octubre durante la conmemoración de la fabricación de los cinco millones de unidades de placas, el esfuerzo de aquellos que han apostado por el desarrollo de la tecnología. “Detrás de todo esto hay mucho trabajo, conocimiento acumulado, profesionales y jóvenes bien formados”, señaló Longás durante el acto.

“BSH ha desarrollado varias generaciones de placas de inducción, multitud de innovaciones y características diferenciales protegidas por un escudo de más de 350 patentes” que han convertido a la empresa en el “mayor fabricante del mundo de placas de cocinar por inducción y líder de los mercados europeos”, recalcó el director de la compañía. Los resultados no son casuales. Son los frutos de una alianza entre empresa y universidad que logró lanzar al mercado con éxito lo que hace 30 años solo era la hipótesis de un físico probada con unas onzas de chocolate de la tienda de su familia en la localidad leonesa de La Bañeza.

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