Matonismo político y Autonomía

José Luis Prieto Arroyo

“Me quedan tres años para joderte” es una expresión que, dirigida al alcalde de León en un contexto bien conocido, nos da cuenta de la catadura moral y talla intelectual de quien la pronuncia, así como de la exigencia curricular del ministro Ábalos a sus becarios-mercenarios. Su ordinariez y procacidad no agota, sin embargo, ni el aquí y ahora ni la generalidad de la tipología del matonismo político (en adelante, matonismo), práctica común desde los inicios de la Transición y generosamente cultivada en todo el espectro ideológico desde entonces hasta hoy. Pero fue en León y en Castilla donde alcanzó uno de los momentos de mayor esplendor, rescatado en los días presentes con el motivo de entonces y similar fervor: la privación al pueblo leonés de su derecho constitucional a la Autonomía. Veamos algunos tipos.

El del asesor de Ábalos pertenece al tipo de matonismo arrabalero, por su carácter ramplón y por no requerir de materia gris ni de conexión sináptica alguna en su práctica ordinaria. De estética chulesca, tiene su origen anatomo-fisiológico en el bajo vientre, suele ser empleado por no cualificados (hay excepciones) y predomina en él el rasgo amenazante sobre el propiamente punitivo.

El matonismo supremacista es intencionalmente punitivo, sea cual sea el resultado de la conminación. Descansa en la conciencia de prepotencia y superioridad, lo que confiere a quien lo practica un carácter mesiánico, de muñidor de destinos. Se trata de un matonismo de base hormonal, testosterónico, que usa cualquier tipo de amenaza, indiferente a las consecuencias para las víctimas de la extorsión. Es buen ejemplo el rocambolesco proceso del Ayuntamiento de Cuéllar, en lo acontecido en la noche del 7 al 8 de octubre de 1981, cuando los 13 ediles (9 UCD y 4 PSOE) del Pleno tienen en sus manos decidir si Segovia será o no Autonomía uniprovincial, último requisito para que se cumplan las exigencias del Artículo 143CE en esa provincia. Acorralados en el Ayuntamiento, acosados -según unos, por la propia gente del pueblo y, según otros, por escuadrones de extrema derecha de la provincia vecina-, y con la presencia de la Guardia Civil -según unos, para proteger a Modesto Fraile, alma máter de la uniprovincial, y, según otros, para menesteres bien distintos (no disolvieron a la turba que tuvo secuestrados hasta las cuatro de la madrugada a los representantes del pueblo con la pretensión de que se desdijeran de lo acordado)-, el Pleno concluye con 7 votos a favor de la Autonomía de Segovia y 6 en contra, lo que deja expedito el camino hacia esa nueva Comunidad. Pero he aquí que al ministro Martín Villa -sombra del proceso- no le parece que ése sea un resultado tan “inequívoco” como para alterar el mapa autonómico pactado con el PSOE; así que convoca a los hados de la Transición, que acuden raudos a alterar el destino de los segovianos: el 19 de octubre, el alcalde, Luis Zarzuela (UCD), descubre que, por su deficiente calidad, las grabaciones del Pleno no le permiten elaborar el acta que debe enviar a la Diputación y no la redacta, si bien alega defectos de forma en una votación que ya había asumido todo el mundo, salvo Martín Villa. Los pardillos pro-Autonomía uniprovincial acaban accediendo a que se convoque un nuevo Pleno para clarificar la situación, el cual se reúne el 3 de diciembre y en el que, ¡oh, albricias!, el destino se vuelve “inequívoco” mediante una votación de nuevo 7 a 6, salvo que ahora a favor de la integración de Segovia en el conglomerado de C-L, resultado que manda a Segovia al régimen común, hasta que la LO 5/1983 la integra en la CA de C-L por razones de interés nacional. De nuevo, los hados del ministro, iluminando al “arrepentido”, ese converso que siempre surge cuando el destino es tentado torpemente. Y fue así como se salvó el pastiche, ya que, recuperada Segovia, se desvanecía el peligro de León. Pero mereció la pena el esfuerzo democrático empleado por matones de uno y otro tipo, auténticos visionarios de la llamada a ser una Comunidad de éxito.

Caracteriza a este tipo, pues, el rango del cargo político que ostenta quien ejerce la (o)presión conminatoria, también el más alto en este otro ejemplo: en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Boñar, el alcalde, Javier López Valladares, después de haber aclarado en los pasillos de la Diputación al alcalde de Ponferrada, Celso López Gavela (PSOE) y a César Roa (PCE), que, en el Pleno de esa mañana (10 de mayo de 1980) no va a apoyar la Autonomía de Castilla-León -efectivamente, se abstiene- reúne a sus concejales en el Pleno convocado para esa misma tarde, al que, dada la importancia de un Orden del Día, asiste un buen número de vecinos. Súbitamente, la reunión es interrumpida por una llamada telefónica a su alcalde. Le dicen que Alfonso Guerra (otro muñidor de destinos) y Felipe González (por entonces todavía aspirante a Dios) quieren hablar con él. Alfonso Guerra se lo deja bien clarito: si de ese Pleno no sale la opción castellano-leonesa, “atente a las consecuencias”. Cuando el alcalde regresa al Salón y traslada la misiva, solo el oso disecado logra permanecer impasible. No obstante, la indignación del pueblo y sus representantes no altera ni su voto ni su dignidad, y no apoyan la unión con Castilla. Apenas una semana después, López Valladares conoce las consecuencias: es expedientado y pierde la Concejalía y la Alcaldía de Boñar, así como el cargo de diputado provincial, que por entonces no pertenecían a su titular, sino al partido.

No caracteriza a este tipo de matonismo ni la ideología ni el resultado de la conminación. Exitosa en el caso del Ayuntamiento berciano de Igüeña, como vamos a ver. Al alcalde comunista, Laudino García, le trasladó Manuel Azcárate la consigna autonomista del PCE: la integración de León en la preautonomía castellano-leonesa. De nada sirvió la protesta del alcalde: que aquello no era propio de un partido que lo debatía todo antes de decidir, como tampoco valieron las explicaciones que dio al mensajero de que ni él ni su pueblo estaban a favor de esa opción y que, en todo caso, consultaría a su gente en concejos y juntas vecinales antes de tomar la decisión. No hizo falta, apenas unos días después Santiago Carrillo y Carlos Zaldívar le dejaron clara la decisión, si es que no quería ser expulsado del partido y perder la Alcaldía (los otros concejales por el PCE no fueron conminados, porque solo el alcalde estaba afiliado). Laudino fue alcalde de Igüeña durante 28 años, pero nunca estuvo orgulloso de su sometimiento a la disciplina del partido que años más tarde dejaría para incorporarse al PSOE, sin renunciar a su convicción pro-Autonomía leonesa.

Forman parte del matonismo de cuello azul aquellos ejemplos de ayer y de hoy en los que predomina el carácter laboral de la entrega de los sujetos que, literalmente, son llamados a practicarlo, mayoritariamente líderes provinciales y locales en cumplimiento de órdenes de la superioridad, salvo cuando el dirigente provincial es una criatura, en cuyo caso se ve impelida a intervenir la autoridad territorial superior, limitándose el guaje a seguir con sus labores de pinche y a cobrar el sueldo del cargo público que siempre acompaña a la genuflexión. Un buen ejemplo de este tipo de matonismo mezquino y servil, en el que solo intervienen rodillas y cervicales (para inclinar la cabeza o mantenerla erguida en primer tiempo de saludo), es el que tuvo lugar el 17 de abril de 1980, día en que se celebraba el Pleno de Valencia de Don Juan para decidir si el municipio se sumaba a la propuesta de inclusión de la provincia de León en Castilla-León o si optaba por otras alternativas, como la de León solo, que era la opción que el grupo de los seis socialistas del Ayuntamiento había acordado llevar a dicho Pleno, porque ése era “el sentir del pueblo”. Siendo once el número de ediles, el alcalde, Alberto Pérez Ruiz, se las prometía muy felices respecto de su aprobación. Claro que no contaba con la presencia de Ángel Vila Blanco, su secretario provincial, que no pudo convencerlo ni a él ni a otros dos de sus concejales, pero sí a los tres restantes. Resultado de la votación: 7 a favor de la unión con Castilla (4 UCD y 3 PSOE) y 4 (3 PSOE y 1 AP) a favor de la autonomía uniprovincial. Ni que decir tiene que es el tipo de matonismo que hoy se viene practicando en las mociones pro-Autonomía de los Ayuntamientos leoneses.

Matonismo de guante blanco. Pretende ser un matonismo elegante, amparado en poderosas razones puestas al servicio de la creencia y la ideología redentoras, por lo que, aunque torture la mente y martirice el cuerpo del interpelado, se ejerce para salvar el alma. Tal vez, el ejemplo más ilustrativo sea el del presidente Leopoldo Calvo Sotelo, quien halló el valor y la manera más elegantemente estéril de persuadir al presidente de la Diputación de Segovia, Rafael de las Heras, para que suspendiera el Pleno que se iba a celebrar diez minutos más tarde, en su sesión decisoria sobre el proceso de iniciativa que debería concluir en la Autonomía para esa provincia. Fue tan elegante y educado que no tuvo reparo en darle explicaciones acerca de su sorpresiva petición: el saco de los Primeros Pactos Autonómicos -firmados en la mañana de ese mismo día de 31 de julio de 1981 por los dos partidos hegemónicos, ignorando a todos los demás y obviando las Cortes Generales-, en el que metieron el mapa de las Autonomías sin constituir (donde no habían dejado sitio para la Segovia uniprovincial) y la Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico (LOAPA), que afectaba también a las que ya tenían Estatuto. Rafael de las Heras estuvo no menos elegante en su negativa respuesta, pues tuvo a bien no restregar al presidente del Gobierno que con su pretensión no solo interfería en un proceso democrático constitucional, sino que, sabiendo cuál iba a ser el resultado del Pleno, lo que de hecho le estaba pidiendo es que quedara anulada la voluntad del pueblo segoviano. Segovia no es hoy una Comunidad Autónoma, no porque carezca de entidad regional histórica (que no la otorga la Historia, sino una Comisión de las Cortes), ni por las razones de interés nacional del Artículo 144CE, ni por todo lo que la Ley Orgánica 5/1983 argumenta, sino porque no la habían pintado en el mapa autonómico Felipe González y Calvo Sotelo. Y no la pintaron, entre otras razones, porque, de haberlo hecho, sabían que no habría mapa, pues no tardaría en impedirlo León. Lo gracioso de todo este contubernio es que Segovia, en realidad, no quería la Autonomía uniprovincial, sino impedir con su iniciativa que la metieran en el conglomerado castellano-leonés.

Matonismo político a la san xirolé. Trátase de un matonismo por peteneras, pretendidamente ilustrado, generoso en citas inapropiadas y, por tanto, favorito de las élites políticas, con o sin mando en plaza, gocen o no de poder ejecutivo. Su origen se sitúa en un cantón del espíritu, polígono de las creencias más rancias, parcela de las ideas más retrógradas. Al igual que el de guante blanco, causa estragos de placer místico en la derecha, siendo viral ejemplo el de Pablo Casado, que no halló mejor modo de dejar bien claro que el PP no apoyará la Autonomía Leonesa por su desprecio a la España cantonal, dejándonos con la lección completa de historia para mejor ocasión. ¡Cantonal torpeza!, no darse cuenta de que, apoyando la Autonomía Leonesa, el PP no perdería Castilla y sí podría recuperar León.

Desde los inicios de la Ruptura pactada hasta hoy, la política española ha desbordado matonismo político, por lo que muy bien el lector podrá descubrir nuevos tipos y nuevos ejemplos que aquí, por razones de espacio, se quedan en el tintero. De todos modos, seguro que sabe que lo importante no es la cuantía, sino el conocimiento que nos proporcionan acerca de la talla intelectual y moral de algunos políticos, así como de la clase de democracia que nos vienen obligando a soportar.