La falta de trabajadores por problemas de comunicación, servicios y vivienda atenaza a la hostelería rural de León

Más de 60.000 personas acuden cada año a la maravilla que es la Cueva de Valporquero, un recurso turístico que no por esconder bajo tierra un universo creado gota a gota, milenio a milenio, deja de jugar en la primera división de toda España. Más de 60.000 almas que cuando acuden a la Montaña Central, en el municipio de Valorquero, necesitan un refrigerio, calentarse con un cafetín, un bocata, un refresco o un plato combinado. Pero más les vale que lo lleven de casa o del hotel porque hace años que allí arriba la cafetería de la instalación, que es propiedad de la Diputación de León como la cueva, permanece cerrada a cal y canto.

Este año, el diputado provincial de Turismo, también alcalde de Vegacervera, Octavio González, tenía fundadas esperanzas de poner fin a la maldición de la cafetería vacía. Salió adelante una licitación de condiciones muy golosas, para evitar que quedara desierta como el año anterior y tantos atrás.

Esta vez, por ejemplo, se partía de un precio ínfimo de apenas 359 euros al año y un contrato hasta el año 2027, para dar estabilidad al proyecto hostelero elegido, con algunos consumos asumidos por la institución provincial, que también ofrecía el mobiliario y equipamiento completos. Incluso realizó obras de mejora.

El gozo en un pozo

González, sin embargo, lamenta ya inmerso en pleno verano, cuando más afluencia suma a la Cueva, que la instalación sigue cerrada. Y “aunque hubo alguien muy interesado y estuvo a punto” de dar el paso, finalmente se retiró. Se trataba del mejor escenario posible: un impulso autóctono, de la zona. Un conocido hostelero con negocio abierto en el cercano pueblo de Cármenes buscó y rebuscó empleados locales, misión imposible. Y después de donde fuera necesario. Y más imposible todavía. Al final ni él ni nadie se presentó al concurso y la Diputación insistirá en retomar una nueva oferta.

En otra punta de la provincia, en Canedo, en la comarca de El Bierzo, un grito desesperado lanzado a través de Facebook el pasado mes de junio por no encontrar profesionales de la hostelería, el grito de Miguel y Patricia, llegaba a millones de personas, sin exagerar. Comenzaba así: “Nos preguntamos... Aún queda alguien que quiera trabajar en la hostelería? La cosa pinta muy mal, tres meses buscando y nada”. Y advertían que de seguir así la cosa tendrían que cerrar la maravillosa palloza que regentaban, prima hermana de la que hace años mantienen en Balboa. “Un negocio levantado, funcionado y tener que dejarlo es lo más triste que nos ha pasado en la vida”, escribían, generando un tsunami de reacciones.

Misión “casi imposible”

En torno a su mensaje se provocó un amplísimo debate sobre las oportunidades reales de supervivencia de un negocio hostelero cuando éste, por más maravilloso que sea, no está en una gran ciudad, cuando se implanta en un pueblo, enclavado en un paraje idílico pero también alejado. Y casos como éstos de León demuestran que si la hostelería es un negocio rentable pero difícil, hoy implantarla en el mundo rural se antoja “casi imposible”.

Lo resume así Miguel Corullón Caurel, el hombre que vio en las tradicionales pallozas de techo de paja un lugar para el deleite de sus clientes y que suma en sus espaldas más de tres décadas en el sector. Al final, aquel llamamiento desesperado surtió un efecto llamada “impresionante”, con cientos de currículums, llamadas y mensajes de personas interesadas que a priori parecían responder a su pregunta de si “queda alguien que quiera trabajar en la hostelería” con un rotundo “sí”.

“Aventureros de temporada”

Pero no: del valle de Balboa o la comarca del Bierzo, muy pocos se han interesado, porque “tras la pandemia, que lo dejó mucha gente, ya nadie de esos vuelve, ni por todo el oro del mundo”. Jóvenes, tampoco: si acaso un puñado de personas que Miguel llama “aventureros de temporada”, a los que les parece romántico venirse a los confines rurales de España a sacarse un dinerillo veraniego pero que no ofrecen ni la necesaria experiencia ni mucho menos una mínima estabilidad. Porque “necesitamos plantilla estable, que abrimos todo el año”.

Pero al menos en junio de entre los cientos de ofertas salieron tres contratos: todos de más de 50 años y uno de ellos “de 67 años, que se ha reenganchado de la jubilación”, resalta el empresario. Parecía un final feliz.

En la comarca del Torío, para encontrar al personal de la cafetería de la Cueva de Valporquero, surgió el mismo problema: que por muy goloso que sea el puesto, nadie quiere trabajar a tanta distancia. Entre León capital y Valporquero hay más de 50 kilómetros de montaña; preciosa, sí, pero también plagada de curvas, por una carretera de estado mejorable y en invierno con obstáculos naturales como nieve o hielo que hacen que la hora de duración del trayecto de ida y la hora de regreso se puedan fácilmente multiplicar.

No hay dónde vivir en los pueblos

Queda la opción de vivir más cerca. Pero no es tal opción. Porque tanto Octavio González como Miguel Corullón coinciden casi con idénticas palabras: no hay viviendas disponibles en los pueblos. “Nosotros ya lo tenemos todo en cuenta, hace años que no ofrecemos horarios partidos, les resulta absolutamente imposible, y ni por esas porque no hay una sola casa disponible” para alquilar, resalta el berciano.

“Lo más cerca (de Balboa o Canedo) aquí sería Villafranca del Bierzo, porque claro, es lógico: la gente tampoco quiere un pueblín pequeño sino un sitio con algo de vida, con servicios, con mejores comunicaciones... y al final unir todo eso es imposible”. O los desplazamientos: “La gente tiene miedo hasta para circular por algunas de nuestras carreteras, que si salen bichos, que son estrechas, que el tiempo...”.

En el caso del hostelero de Cármenes que estuvo a punto de quedarse la gestión de la flamante cafetería de Valporquero, con terraza con unas vistas espectaculares incluida, se vino abajo por lo mismo, admite el diputado: no pudieron encontrar personal estable para toda la época de apertura, de marzo a diciembre.

A la desesperada: 'robar' camareros

De este modo, la conclusión de Corullón es definitiva: “No encuentras a nadie profesional dispuesto a venir todo el año ni ofreciendo 2.000 pavos, ni compensando horas, con todas las vacaciones, horario seguido... nada”. En su desesperación, admite, “hemos intentado hasta lo que jamás soñamos: ir a 'robar' camareros; sí, ir a gente que sabes que funciona y ofrecerles mejoras, lo que sea... pero nada, ni por esas”.

Tras viralizarse su llamada de atención en redes, ellos tuvieron suerte inicial para la Palloza de Canedo. Pero todo parece torcerse otra vez: dos bajas al mismo tiempo están multiplicando más si cabe los problemas de un arranque de temporada de verano “malísima, con el tiempo poco estable y después de una Semana Santa nefasta”. De modo que el empresario acaba de salir de la gestoría y echar las últimas cuentas para concluir que “no nos es viable mantener una plantilla de once empleados entre las dos pallozas y los números nos lo dejan claro: al final tendremos que cerrar”. Están exhaustos ya de sentirse Quijotes contra molinos rurales.

En numerosos y pequeños pueblos del sur de la provincia el goteo de cierres y la desesperada búsqueda de quienes los reabran es un constante quebradero de cabeza, provocando una auténtica 'Ley seca' rural. Ni el ofrecimiento de condiciones casi de saldo para atraer al menos a una familia surte siempre el efecto positivo deseado. Ayuntamientos y juntas vecinales saben que cuando se cierra una barra de bar, reabrirla es una aventura con un casi seguro triste final.

Las (tardías) ayudas de la Junta para gastos de los bares

La Junta de Castilla y León lo ha sabido leer también, aunque bastante tarde. Acaba de poner en marcha este año 2024 una línea de ayudas públicas para bares y teleclubs en los pequeños pueblos de la Comunidad, conscientes de que son auténticos centros de ocio y convivencia social imprescindibles, sin los cuales la despoblación se multiplica a pasos agigantados. Hasta 3.035.116 euros ofrece para pagar facturas de consumos básicos como agua, electricidad, gas, calefacción o hasta cuotas de internet, televisión y plataformas audiovisuales.

“Si se consigue mantener la hostelería en los pueblos, si hay trabajo en esto, eso son familias que se quedan a vivir, es frenar la despoblación, son niños para mantener las escuelas abiertas, son argumentos para reclamar que las administraciones sigan invirtiendo en infraestructuras”, resume el alcalde de Vegacervera, consciente también desde el área de Turismo de la Diputación que posiblemente estemos hablando de la primera industria de la provincia de León. Pero él sabe por experiencia que esa lógica es un equilibrio muchas veces imposible en el pueblo, allí donde la vida es tan idílica como realmente difícil.