Quijotes del campo: los afanes de los pastores del siglo XX y el esfuerzo por no perder su memoria

Juanda Rodríguez, ataviado como un auténtico pastor de antaño, junto a algunas de sus fotografías.

Carlos J. Domínguez

No es pastor, pero lo parece. Y no sólo porque Juanda Rodríguez (Villeza, 1966) se vista con pieles y zurrón, con una bota de vino, una esquila y el eterno transistor, con boina y cayado, incluso con madreñas y zapatillas de felpa. El periodista, escritor y fotógrafo parece un pastor porque emula a todos aquellos que conoció en profundidad, a los que honra y envidia a partes iguales, a los quijotes del campo que paró mientras arreaban sus rebaños por los campos de España a finales del siglo XX y a los que disparó infinidad de fotografías mientras charlaba con ellos, a veces durante horas.

De aquella afición íntima de cuando todavía trabajaba en la sección de Comarcas de la redacción en La Crónica de León le quedaron, además de recuerdos imborrables, un material gráfico de incalculable valor humano e histórico.

Hace muchos años decidió ordenar su amplio archivo analógico. Constaba de fotos disparadas primero con una cámara compacta de Sony, luego con una Nikon 501 réflex con objetivo 35/70 y no pocas también con la cámara de redacción de La Crónica, con carrete en blanco y negro. El esfuerzo se convirtió en el libro que tituló 'Mis pastores'.

Aparecía allí, por ejemplo, Jesús Rodríguez, pastor de Villaverde de Arcayos, al que conoció en pleno campo a sus 90 años de edad y al frente de sus 90 ovejas. Fue un 11 de marzo del 91 y tal la complicidad que le despertó su esfuerzo y amor por el trabajo que le acompañó a encerrar en la majada y después hasta la casa donde todavía vivía, solo.

La exposición

Una vez puesta su admiración y las fotografías negro sobre blanco, en una azarosa aventura autoeditada, el siguiente paso fue no menos natural: construir una exposición. Está formada por 66 paneles-fotografías seleccionados en cartón pluma de 20 milímetros de grosor impresos en vinilo laminado en brillo y canteado, listos para colgarse allí donde la reclamen.

De momento, su trabajo se ha expuesto en Sahagún, cabecera de la comarca leonesa de Tierra de Campos; en el Claustro del Palacio renacentista-Ayuntamiento de Cuéllar en Segovia; colgadas en balcones de las casas del pueblo leonés de Salamón; o en las antiguas escuelas de Santa María del Río. Y es que la muestra es apta para colgarse en el interior de una sala de tamaño medio o también en cualquier pared o superficie exterior. 66 imágenes con alma, es decir, con aquellos datos que recabó de cada una de las 66 experiencias que hubo detrás, recogiendo el nombre individual del pastor retratado, la población, su edad de entonces y fecha en la que fue realizada la fotografía.

La exposición se completa con dos añadidos importantes: por un lado, abundante atrezo pastoril, como esquilas y cencerros ambientando las imágenes para que el público las pueda tocar, así como “un rincón-altar” con elementos cotidianos de los pastores de la época: zamarra, zurrón, hogaza de pan, navaja, botella de vino, lana, marcal de hierro, tijeras de esquilar o el transistor, sempiterno acompañante de sus largas horas de silencio.

Y por otro lado, el remate de la ambientación es él, el propio autor, Juanda Rodríguez. De ahí su aspecto, porque ofrece una presentación personal de todo el material reunido a modo de inauguración de la muestra, con una animada charla-coloquio o visita guiada con el atavío de los antiguos y auténticos pastores, para que los rememores quienes les conocieron y los descubran aquellos que jamás vieron uno trabajando en la inmensa soledad de la naturaleza.

Todo este legado puede verse ahora en un blog creado al efecto, bajo el mismo nombre, 'Mis pastores', disponible aquí. Un trabajo explicativo en el que aparecen los detalles de su ofrecimiento etnográfico y cultural, así como sus datos de contacto para quienes estén interesados en intentar que la memoria de aquellos curtidos hombres y mujeres del ganado, ahora ya prácticamente todos víctimas del mucho tiempo transcurrido, no se terminen de perder. Como lágrimas entre las arrugas de sus rostros.

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