“Me gusta pasar desapercibido, pero no lo consigo”. La realidad no tarda en darle la razón a Marcelino 'Nino' Fernández. Cuatro personas se acercan a saludarlo durante una entrevista de hora y media en una céntrica cafetería de León. Nació en el Húmedo cuando todavía era para todos el barrio de San Martín. Creció cuando todavía había cartillas de racionamiento, estraperlo y fielato. Trabajó recorriendo toda la provincia cuando todavía la carretera no llegaba a muchas zonas. Y retomó una pasión latente desde niño cuando todavía muchos paisanos no habían descubierto que algunas piedras de sus pueblos eran en realidad tesoros. Presidente de la Asociación de Amigos del Patrimonio Cultural de León Promonumenta desde 2007, Fernández acumula méritos suficientes para que el Ayuntamiento haya iniciado al proceso para nombrarlo Hijo Predilecto de León. El alcalde, José Antonio Diez, no consiguió contactar con él para comunicárselo hasta el día siguiente de hacerlo público. Fue encadenando llamadas de felicitación y su teléfono registró más de 600 mensajes de whatsapp. Y es que el buen hacer y el buen tratar no pasan desapercibidos.
“Hoy no es el 28 de diciembre”, contestó a la primera llamada de felicitación, la de Elisa, una vecina de Caín. “Me emocioné..., y sigo emocionado”, decía más de una semana después de la noticia Nino Fernández, que vino al mundo el 16 de noviembre de 1939, cuando su país venía de sufrir la Guerra Civil. “Los años cuarenta fueron muy duros. Se pasaba hambre”, cuenta sin retórica. Todavía conserva aquella cartilla de racionamiento que condenaba al estraperlo si se agotaba antes de final de mes. Con familia paterna de León capital y materna de la zona de Gradefes, iba entonces de la mano de su madre andando hasta casa de su bisabuela en San Miguel de Escalada para aprovisionarse de garbanzos y patatas. Había que recorrer a pie 32 kilómetros de ida... y otros tantos de vuelta para llegar a la Puentecilla y saltar las sebes para salvar el fielato. Su madre repartía a domicilio el periódico Proa y su padre, que ejerció como peluquero en Regidores, Ordoño II y la avenida de Roma, fue de los primeros del barrio en tener radio: “Por la noche escuchaba la Pirenaica. Pero, claro, había que cerrar todas las ventanas por si alguien te denunciaba”.
El barrio era muy diferente al actual, colonizado por la hostelería. “Había entonces ya algún bar. Pero la mayoría eran tiendas. Y ahí se hacía el mercadillo de los fines de semana”, señala para recordar el ambiente de camaradería que se traducía en todo el vecindario saliendo a la calle para celebrar Nochebuena y Nochevieja incluso en medio de la precariedad de la época. “Y en verano íbamos todos los fines de semana a la Candamia, que era la playa de León. Allí íbamos todos y allí comíamos, allí cenábamos y algunos se quedaban incluso a dormir. Y cuando regresábamos a casa el domingo a última hora de la noche, veníamos todos cantando”, repesca. Y así, cantando, se aliviaban las penas.
Por entonces uno pasaba de niño a adulto de un día para otro. Tras cursar párvulos en un colegio de la calle Santa Cruz , pasó a las Anejas: “Todos los viernes nos llevaban a San Isidoro a rezar”. Fue así hasta los 12 años, cuando comenzó a trabajar de botones en una compañía de seguros y completaba su formación por las noches estudiando cultura general, mecanografía o taquigrafía. “El que llevaba la compañía era un señor del régimen que mandaba mucho. Cuando llegaba un gobernador civil nuevo, al primero que visitaba era a él”, apunta. Ya era auxiliar administrativo en la empresa cuando se fue con 21 años a la mili a Gran Canaria (tres días de viaje en tren hasta Cádiz y otros tantos en barco hasta Las Palmas). El primer día, en una fila de 1.300 reclutas, el capitán se dirigió a él para preguntarle su nombre y su procedencia. “Ya están aquí los bárbaros del norte”, sentenció el mando, que lo hizo salir de la fila. Y es que ya se sabe: “Me gusta pasar desapercibido, pero no lo consigo... Y ahí ese día me conocieron todos”. Con anécdotas como para “llenar siete libros”, Fernández renunció al final a un mes de permiso en favor de un compañero que todavía no conocía a su hijo. Hay detalles que definen una manera de ser mejor que cualquier calificativo.
En verano íbamos los fines de semana a la Candamia, que era la playa de León. Allí íbamos todos, comíamos, cenábamos y algunos se quedaban incluso a dormir. Y cuando regresábamos a casa el domingo a última hora de la noche, veníamos todos cantando
Al regreso de la mili, se reincorpora a su trabajo. Convencido de que aquella empresa “no tenía mucho futuro”, acepta la oferta de un antiguo profesor de contabilidad para echarle un cable en esa tarea en los almacenes de fruta Fluba. “Allí conocí a media provincia de León”, resume al relatar también viajes por Salamanca o Cáceres a pagar a proveedores. Transcurridos diez años, cambia de aires y entra en Seguros La Estrella, donde en seguida pasa de comercial a subdirector de sucursal, luego a director y finalmente a responsable en León y Zamora hasta su prejubilación en 1999. Y ahí conoció a la otra mitad de la provincia de León que le quedaba hasta sumar 2,5 millones de kilómetros desde 1973. Fue así como descubrió miserias como que la carretera terminara al salir de Vega de Espinareda... hasta verse de rebote implicado en el proyecto para llevar la conexión hasta Ancares ya a finales de los setenta. “Y había pueblos que no tenían ni caminos, como Anllares o Anllarinos antes de hacer la central, y había que ir por el medio de las fincas. Estábamos en la Edad Media”, remacha.
Fue al prejubilarse cuando pudo rescatar una afición latente y ya no pudo decir que no a la oferta del fundador y entonces presidente de Promonumenta, Víctor Ferrero, para unirse al colectivo. Nino Fernández sitúa en la infancia el comienzo de su pasión por el patrimonio. “Desde que tenía 9 años iba con mi padre a pescar cangrejos. Íbamos a una presa que había en Villaverde de Sandoval. Mientras mi padre pescaba cangrejos, yo me metía en el monasterio, que estaba abierto”, detalla al recordar aquel “desbarajuste” que pudo acabar en tragedia patrimonial. “El que no se llevó lo que le daba la gana fue porque no quiso. Y si se salvó lo que quedó fue gracias a la señora Munda, que vivía allí y era la guardiana del monasterio”, elogia. A partir de ahí se suceden los nombres (Santa Olaja de Eslonza, San Miguel de Escalada, San Pedro Montes) y una sensación común: la de que los lugareños acogían con “recelo” a aquellos voluntarios de las primeras hacenderas a los que preguntaban cuánto cobraban por el trabajo. Eso se sustanciaba en comentarios del tipo “si eso son cuatro piedras viejas que no valen para nada”. “Hoy”, contrasta, “ya no te dicen eso. Hoy ya la gran mayoría saben que aquello es historia y que merece la pena”. El cambio de mentalidad está entre los principales haberes de Promonumenta: “Yo creo que fue la que metió ese veneno”.
Fernández, que llegó a la presidencia en 2007, cifra en tres los fines de las hacenderas: liberar el monumento de maleza, llamar la atención de las administraciones públicas para afrontar el acondicionamiento y hacer ver a los vecinos el valor del patrimonio de sus localidades. Habla con nombres y apellidos de asignaturas pendientes como el Castillo de Cea o el Monasterio de Santa María de Nogales, batallas no del todo ganadas ni perdidas como la de salvar el yacimiento de Lancia del paso de la autovía, batallas por librar como la de evitar que una ruta en bicicleta pase por uno de los canales romanos de Las Médulas o logros como recuperar hitos como el Palacio de Grajal de Campos, el Monasterio de Sandoval o el Castillo de Sarracín, que se venía abajo de mediar un vendaval y se volvió con fondos para su restauración de la primera reunión en Valladolid con Patrimonio. Y es que nada se pone por delante cuando hay voluntad: desde subirse al coche escala de los Bomberos de León para limpiar la Muralla al paso por Ramón y Cajal hasta librar de una subasta a una cruz procesional del siglo XVI que hoy luce en el Museo de León en una gestión que comenzó en el entonces flamante jefe territorial de Cultura, Jesús Álvarez Courel, y concluyó en el Ministerio de Cultura.
Desde que se creó esta Comunidad (por Castilla y León en 1983), León no ha hecho más que retroceder. Y no es hacer victimismo; la realidad es que nuestros jóvenes se marchan todos
Detrás de una trayectoria subyace un factor personal, el de un leonés que de soltero pasaba sus vacaciones en Caín. “Y jamás les hablé de los seguros”, subraya. “Estaba acostumbrado al trato con la gente. A mí siempre me ha gustado la amistad. Y la he llevado por bandera”, cuenta quien en su trato con la administración pública a veces ha encontrado complicidad (cita la etapa de Adolfo Alonso Ares al frente del Instituto Leonés de Cultura) y otras veces resistencia cuando llamaba a la puerta. Su análisis de la realidad de una provincia que llegó a 560.000 habitantes y hoy ya está por debajo de la barrera de los 450.000 tiene un responsable: “Desde que se creó esta Comunidad (por Castilla y León en 1983), León no ha hecho más que retroceder. Y no es hacer victimismo; la realidad es que nuestros jóvenes se marchan todos”. ¿La caída es reversible? “Yo creo que se puede revertir, pero hay que implicarse. Y los primeros que se tienen que implicar son los ayuntamientos, son los alcaldes, así de claro”, responde poniendo como ejemplo el del regidor de Gordoncillo, Urbano Seco, al forjar un plan de recuperación basado en un estudio realizado por expertos que se ha traducido en una apuesta por la concentración parcelaria, el viñedo y una fábrica de harinas.
Y así Nino Fernández, que apuesta por la “unidad” en la provincia “y no que cada uno vaya por su lado” y que reivindica la presencia de asociaciones como la que lidera en entes como la Comisión Territorial de Patrimonio, dice estar ya en la recta final de su mandato al frente de Promonumenta, que se recuperó de un bache a mediados de los años 2000 hasta alcanzar ahora los 540 socios, sienta las bases para crear una Promonumenta Júnior que asiente el relevo generacional y debe afrontar otros retos como abordar la conservación del patrimonio industrial ahora en desuso con el planteamiento de que “no todo es salvable, pero sí una parte muy importante”. Vecino ahora del barrio de San Claudio, se prepara para ser Hijo Predilecto de León con un mensaje claro: un “agradecimiento” que va más allá del Ayuntamiento y se extiende a sus compañeros y a sus vecinos, de entre los que ahora será uno tan apreciado como distinguido sin haber logrado pasar nunca desapercibido.