Los guardianes de las mascaradas de invierno: Cabrera recupera sus carnavales tradicionales

Campaneiros de La Cuesta,

Sara Lombas

21 de febrero de 2025 22:35 h

Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que los habitantes de los pueblos de varios puntos de España dependían de antiguos rituales que garantizasen su supervivencia tras un invierno más. Las conocemos como mascaradas o carnavales tradicionales. En ellos participaban los vecinos, prestando su cuerpo, para convertirse en diferentes personajes mitológicos enmascarados que danzasen alrededor de una hoguera, recorrieran las calles tiznados de ceniza o cubiertos de pieles mientras agitaban cencerros o golpeaban palos. En las sociedades de los abuelos y bisabuelos, que dependían de lo que crecía en la tierra y sus corrales, las mascaradas de invierno eran un punto de inflexión, en el que la luz ganaba horas a la oscuridad y el invierno daba paso a la primavera. 

Las mascaradas, de origen y representación pagana, desaparecieron de muchos pueblos tras prohibiciones de la Iglesia, el franquismo o debido a la falta (ahora ya casi generalizada) de jóvenes en la zona rural. En la provincia de León, con aislados pueblos ubicados en sus montañas, las tradiciones de las mascaradas tomaron diferentes formas y nombres, como antruejos, entroidos o antruidos, que se han ido recuperando durante las últimas décadas.

Una de las zonas más remotas de la provincia leonesa es la comarca de Cabrera, ubicada al suroeste de la provincia, en la frontera con Orense y la comarca zamorana de Sanabria. Allí, el Instituto de Estudios Cabreireses (IEC) se ha dedicado a recuperar estos carnavales tal y como se celebraban antiguamente. 

Hay que destacar que cada mascarada tiene sus peculiares personajes, dependiendo de la zona. Los personajes, incluso los femeninos, estaban representados por los hombres jóvenes de los pueblos, aunque hoy en día también participan las mujeres. Estos actores no se disfrazan, se ‘revisten’ para representar a sus personajes, adoptando sus -en ocasiones- salvajes comportamientos. 

En el caso de Cabrera los protagonistas son los campanones (también campaneiros, farramacos o remixacos, cubiertos por máscaras), que se encuentran acompañados por otros seres zoomorfos como el toro (‘toru’) y personajes más modernos que se añadieron más tarde para aportar un aire de comedia a la representación, como es el caso de ‘los guapos’ y ‘los feos’, ‘el médico’ o ‘la Guardia Civil’. A ellos se sumaban personajes mitológicos como ‘la vieja’ (‘vieya’), que se mostraba vestida de negro y con la cara pintada. A pesar de sus terroríficas vestimentas, los personajes de las mascaradas eran encarnaciones de espíritus benefactores que la Iglesia interpretó como demonios y acabó prohibiendo, según informa el IEC. 

Un método científico para restaurar la tradición

A pesar de ello, en muchos pueblos leoneses, no se llegó a perder la tradición de los carnavales tradicionales, ya que sus habitantes han conseguido representar sus mascaradas cada invierno desde hace siglos. Así ha ocurrido en localidades como Pozos y Quintanilla, de la comarca leonesa de Cabrera. Sin embargo, en otros como La Cuesta, Nogar o La Baña, acabaron perdiendo con el tiempo estas tradiciones. Ahí es donde juega su importante papel el IEC, que ha conseguido recrear de manera fidedigna las mascaradas de estas localidades. 

El presidente del IEC y secretario de la Academia de la Máscara Ibérica, Iván Martínez Lobo, explica que estas recuperaciones conllevan un método científico para rescatar la tradición de la manera más real posible. Se basa en una encuesta sobre la tradición oral de los habitantes de los pueblos cabreireses que todavía recuerdan estas mascaradas para recrear lo que se hacía, cuándo se celebraba, cómo se vestían incluso qué era lo que comían: “Se trata de salir lo más dignamente posible, que sea digno de la representación, porque no podemos olvidar que ahora esto es una representación casi teatral”. 

Martínez Lobo sabe de lo que habla. Lleva más de 25 años trabajando en la recuperación de las tradiciones cabreiresas: “Empezó a llamarme la atención por mi abuela, que se reunía con una vecina, rezaban el rosario y después charlaban y me contaban un montón de cosas sobre tradiciones antiguas que a mí me fascinaban porque eran cosas que ya no se veían”.

El presidente del IEC explica que en los pueblos donde han sobrevivido estas tradiciones, como Pozos o Quintanilla, las mascaradas han evolucionado para adaptarse a los nuevos tiempos: “En Pozos los campanones salían en enero y ahora lo hacen en verano por una decisión del propio pueblo, porque es cuando hay gente y cuando tienen mozos para hacerla”, cuenta. 

Por otro lado, las mascaradas tradicionales se recuperaron hace 11 años en La Cuesta, donde los campaneros ya están más que asentados, y hace cuatro años en Nogar, donde el Graciusu ha vuelto a recorrer sus calles. En este último caso, ya hubo varios intentos de recuperar la celebración, que incluso viajó hasta Barcelona en el año 2005, cuando un descendiente del pueblo celebró en su bar una réplica de la fiesta.

Su siguiente objetivo es recuperar los mantarracos de La Baña, donde se dejó de llevar a cabo esta tradición en los años 80. Su mayor obstáculo es el envejecimiento de la población, que en comarcas como Cabrera, es especialmente sangrante: “Ya no hay relevo generacional; no hay mozos. Está saliendo gente revestida con 40 años cuando lo que tenían que salir son mozos de 18”, lamenta Martínez Lobo. 

En los pueblos donde se siguen celebrando, las mascaradas se diferencian de los carnavales tradicionales, a pesar de que en la mayoría de los casos coinciden en el tiempo: “La máscara con la que uno se reviste representa, no oculta. Cuando tú te revistes de campanón te conviertes en ese campanón. El carnaval es diferente porque tú te disfrazas y tú sigues siendo tú por debajo”, diferencia Iván Martínez Lobo. 

Un turismo sostenible y un retorno a lo rural

Los días en los que se celebran las mascaradas en pueblos tan lejanos, como Nogar (que queda a cerca de dos horas de la ciudad de León) o Pozos, la llegada de visitantes supone todo una inyección económica, incluso en los meses de invierno, cuando los pueblos se encuentran más vacíos: “Supone un revulsivo económico para los pocos locales que quedan, por ejemplo ese día el restaurante local se llena, funciona muy bien y es turismo sostenible”. 

Para Martínez Lobo el hecho de participar en las mascaradas supone una ventaja añadida, que es rebajar la velocidad de la vida a la que estamos acostumbrados, incluso para festejar: “Hemos pasado al mundo de la inmediatez, que está en contradicción con lo que es el mundo rural, mucho más pausado y tranquilo. Tratar de revestirse o hacer una máscara lleva un proceso y una elaboración. No es como el Carnaval, cuando vas a un ‘chino’ y compro una máscara de plástico”. 

De esta forma, cada año, surgen más mascaradas tradicionales en la provincia de León que, para Martínez Lobo tiene que ver con intereses económicos o por el deseo de nuevas generaciones de regresar a sus orígenes: “La generación de mis padres tuvieron que irse del pueblo, sin embargo, ahora sus hijos entienden el pueblo de otra forma, porque es lo que nos define. No olvidemos que la cultura de los pueblos nos acerca a nuestros antepasados y a nosotros mismos para entendernos mejor. Es entonces cuando nos unimos al pueblo y empiezan estas recuperaciones”. 

Por todo ello labores como la que hace el Instituto de Estudios Cabrerireses sirven para mantener vivas estas tradiciones, también entre las generaciones más jóvenes. Martínez Lobo elaboró con Javier Lagartos unas fichas sobre las distintas mascaradas de la provincia para el Museo de los Pueblos Leoneses, en Mansilla de las Mulas. Además, recientemente han llevado a cabo talleres en colegios de localidades de Cabrera como La Baña, donde los más pequeños han podido hacer una primera toma de contacto con sus tradiciones más ancestrales que, con trabajo y empeño, volverán a recorrer las calles de su pueblo.

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