Santiago y cierra, España
En enero del año del Señor 2025, en el puerto de Cádiz, embarcaba la princesa Leonor a bordo del buque escuela de la Armada Juan Sebastián Elcano para un largo periplo que surcará los mares y recalará en diversos países en su travesía formativa de los cadetes de Marina. La futura reina –si alguna corriente republicana no lo impide– fue despedida por sus padres que, con los asistentes al acto, entonaron la salve marinera y ante la expectación general, se hizo entrar en el navío una imagen de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros.
Las fuerzas armadas españolas no se conciben sin la protección divina. ¿Quién no ha visto a los caballeros legionarios desfilar portando, brazo en alto, al Cristo de la Buena Muerte? La furibunda religiosidad de Felipe II, próxima al fanatismo, lo llevó a creer que Dios estaba de su parte y entonces nada podía impedir el triunfo de la Armada Invencible contra Inglaterra ni la victoria de sus tercios en los Países Bajos. Pero alguien debía estar de lado de ingleses y holandeses porque acabaron por desbaratar sus planes de ‘cristianizar’ Europa.
No hace mucho, en una demostración de las habilidades, logística, intendencia y armamento del Ejército de Tierra al lado de la Ría de Arosa, además de invitar al estamento civil a una jura de bandera para quien lo desease, también se hizo participar a las fuerzas sobrenaturales confiando en que sería el complemento ideal a la marcialidad y belicosidad hispanas. La foto que acompaña a este artículo refleja con todo rigor como un soldado uniformado transporta una cruz, –como cualquiera de sus compañeros lo haría con una ametralladora MG– tal cual formara parte del arsenal de la fiel Infantería.
Como nota graciosa, en la película alemana titulada Stalingrado, también se recurre a la cobertura celestial por si acaso la terrenal con cañones, granadas, misiles, bombas guiadas y toda suerte de munición no alcanzara. En una de las escenas el capellán, en un acto de religiosa exaltación militar, apela a la valentía de las tropas alemanas al mando del mariscal Von Paulus en aquel infierno ruso, argumentando que en la hebilla de sus cinturones figura la leyenda Gott mit uns (Dios está con nosotros), a lo que uno de aquellos soldados exclama sorprendido que nunca había reparado en semejante detalle.
Así pues la intervención divina no deja al azar ni siquiera algo tan opuesto a los mandatos religiosos como es la guerra. La duda estriba que, en un hipotético conflicto bélico, cuales serían las funciones de cada uno de los componentes. Imaginémonos que hay un conflicto con Marruecos, aparte de la lucha que se desataría entre las tropas propias y las africanas, podría desencadenarse un conflicto entre Dios y Alá de incierto resultado, pudiendo darse la circunstancia de que una divinidad venciera y sus tropas salieran derrotadas. En fin, todo son especulaciones.
El componente religioso debidamente manejado ha demostrado a lo largo de la historia que puede desencadenar conflictos bélicos francamente sanguinarios. Europa se desangró entre católicos y protestantes cuyas diferencias eran mínimas pero, convenientemente explotadas, ensangrentaron al continente durante siglos. Las diferencias entre religiones monoteístas como el Islam y la religión judía sigue siendo uno de los acicates para que en Oriente Medio persistan odios cainitas que llevan a la guerra con una facilidad pasmosa. Del mismo modo, los musulmanes llaman a la Yihad o guerra santa contra los infieles que venimos siendo nosotros.
Otro componente que todavía no hemos tenido en consideración podría ser fruto de la avidez expansionista del presidente de EE UU, el inefable Donald Trump, que antes de tomar posesión de su cargo ha expresado su voluntad de anexionarse Groenlandia, extensa isla perteneciente a Dinamarca, Canadá país soberano y segundo en extensión de todo el mundo y también el canal de Panamá, país minúsculo que los gringos forzaron a independizarse de Colombia para mejor rentabilizar tan estratégico paso marítimo. Los dos primeros países, al igual que EE UU, forman parte de la Alianza Atlántica (OTAN) pero eso no detiene a Trump.
Supongamos que este controvertido imperialista, que incluso pretende cambiar el nombre del Golfo de Méjico por el de Golfo de América, en una de sus extravagancias, se le ocurriera querer anexionarse las Islas Canarias. Siendo que este magnate no parece mostrar reparo en expoliar territorios de países teóricamente ‘amigos’, no sería nada extraño. ¿Llegados a este punto, cuál sería la previsible asistencia que recibiría España de los poderes celestiales para poner coto a la voracidad de Trump? Teniendo en cuenta el formidable poderío militar del país americano, mucho me temo que Dios no se mostrara especialmente interesado en asistirnos.
Tal vez la equidistancia de Europa a los actuales bloques que se disputan la supremacía mundial fuera una medida bastante acertada porque, como dejó dicho el autor clásico, la espada en pocos sitios puede obrar, la negociación en todos. Hasta la presente guerra de Ucrania tiene un componente religioso, suerte que ambos bandos se cobijan bajo el manto de un mismo Dios, ambos son ortodoxos pero enfrentados también en el campo de la religión, y con tal motivo ha llegado a producirse un cisma interno entre los patriarcas de Moscú y Kiev. Por fortuna la guerra y la religión siguen siendo lo que eran.
Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata