Las 'claves' del aeródromo de La Virgen del Camino durante el golpe de 1936
El comandante Julián Rubio López (nacido en 1899 en Ciudad Rodrigo e ingresado en Aviación Militar en 1924, después de coincidir con Mola y Franco en las Fuerzas Indígenas Regulares de Marruecos) había tomado el mando del Grupo 21 y de la base aérea de León al inicio de febrero de 1935, y algunos años antes de su fallecimiento en marzo de 1988, contaba en la revista 'Historia y Vida' sus recuerdos de lo acontecido en ella en aquellos cruciales días de julio de 1936:
Estaba al mando del aeródromo de León, donde habían ocurrido los sucesos de 1934. El entonces jefe del aeródromo, el comandante Ricardo de la Puente Bahamonde (primo del Caudillo, fue fusilado en Ceuta) que había sido condenado, estaba sirviendo su condena allí mismo (hasta primeros del 36) [1]. El aeródromo fue absolutamente clave. Si no se hubiera sumado al movimiento, los tres mil mineros que bajaban de Asturias y que fueron armados en León, hubieran tenido el apoyo sobre todo moral, porque no teníamos mucho material de aviación, y entonces no se qué hubiera podido pasar.
La tropa del campo estaba muy trabajada: los soldados eran muy rojos, así que los mandé desplegar porque venían los suyos. Estando allí desplegados, un soldado grito: “¡Nos engañan! ¡Que son ellos los que se quieren sublevar!!” y se liaron a tiros contra dos oficiales. Entonces salí yo y dije: “Matadme a mí”. Pero no querían matarme y les gané la partida. Luego formaron con los fusiles y solo se marchó uno, que se llamaba Emilio Galera (piloto, ametrallador y bombardero). Me alegré mucho, porque era muy rojo, y dentro, con su propaganda, hubiera hecho mucho daño. Yo me dije: “Al enemigo que huye, puente de plata”.
Ya no hubo el menor problema, hasta que alguien dijo que había pasado algo en el aeródromo y vino un juez de Galicia. Procesó a unos cuantos suboficiales y a dos oficiales, que no habían hecho más que no querer sumarse al movimiento, aunque luego, de hecho, se sumaron. Esto es importante, porque nos olvidamos de que los sublevados éramos nosotros, ¡no ellos!
A los suboficiales les dieron penas muy fuertes y a los dos oficiales los condenaron a muerte. Yo no podía aceptar eso. Me fui a ver al general Mola, al que yo conocía mucho porque había estado con él en los Regulares, y él me quería mucho. De rodillas le pedí que no mataran a esos dos oficiales .Y los perdonó. Uno de ellos vive todavía.
Yo no conspiré contra nada, en absoluto. Los demás oficiales quizás lo supieran (del complot para alzarse), pero yo no... Yo me sublevé al grito de ¡Viva la República! Es más, aquella noche vino una señora de León para decirme que quitara la bandera republicana que estaba puesta y que izara la enseña rojigualda. Yo me negué. Entonces llamé a Burgos al general Mola, con quien tenía confianza, y le conté lo que había pasado. Me dijo que había hecho bien, pero a las pocas horas me volvió a llamar él, para decirme que, efectivamente, quitara la bandera republicana. Pero el alzamiento no fue contra la República, sino contra aquel Gobierno, contra aquellos que querían desestabilizar a España, contra el comunismo. De hecho yo fui testigo de cómo el general Mola le dijo a Don Juan de Borbón en Aranda de Duero, que se marchara, porque no quería dar la impresión de que este era un movimiento a favor de la monarquía otra vez...., aunque luego ha venido“.
Unos sucesos muy confusos
Afirma el investigador Rafael de Madariaga (capitán de Aviación) en la fuente citada que los sucesos en el aeródromo de León durante los primeros y decisivos días de la guerra fueron tan confusos como en el resto de las ciudades y acuartelamientos militares aquellas jornadas. En este caso, tanto los mandos militares del Regimiento de Infantería Burgos 36, como el jefe del aeródromo y del Grupo de Reconocimiento 21 (este con una calculada indecisión), trataron, con éxito final, de desviar la atención y hacer retroceder hacia Asturias o avanzar hacia Madrid a las fuerzas revolucionarias que amenazaban con permanecer en León y en el campo de aviación. Cuya dotación de efectivos y aparatos es también imprecisa, contando el Grupo de Reconocimiento 21 que albergaba –según este autor- con unos 17 aviones y algunos agregados en el Grupo 23 de Logroño.
Las añagazas, fintas e iniciativas tomadas por ambos jefes, apoyados por la mayoría de los demás jefes y oficiales de la base y acuartelamientos de León, así como la falta de decisión o de liderazgo de los pocos oficiales, suboficiales y tropa que habían secundado un apoyo leal y decidido a las fuerzas de la República, completaron finalmente la posesión de la ciudad y de los establecimientos militares en manos de los rebeldes.
Es de destacar que la postura del comandante de la base aérea, Julián Rubio, fue durante días objeto de la mayor preocupación para los conspiradores de Aviación, que le presionaban continuamente. También ha habido las mayores especulaciones en estudios posteriores, acerca de la importante decisión de ponerse de parte de los insurrectos, teniendo en cuenta que según su propia versión de los hechos, a pesar de ser amigo personal de Mola, no había participado en los contactos previos entre los conjurados, y la mayor parte de los gubernamentales lo consideraban como republicano convencido. Toda la demora en manifestar su inclinación final, pareció deberse exclusivamente a una estratagema bien planeada, que al final triunfó plenamente.
En la noche del 17 al 18 de julio llegaron las primeras noticias del alzamiento del Ejército de África. El 18 se está a la expectativa en León, pero el día 19 la ciudad es invadida por los mineros de Mieres y Langreo, que establecen su cuartel general en el Bar Central de la Plaza de Santo Domingo. El mismo día 19 de julio, el comandante Julián Rubio recibía en la base aérea la visita del general José García Gómez-Caminero, que le impulsaba a entregar fusiles a los mineros, al tiempo que se congratulaba del mantenimiento de León en manos de la República. Julián Rubio consiguió alejar cualquier sospecha y al mismo tiempo se mantuvo firme en la necesidad de su armamento para la defensa del aeródromo. El capitán de Aviación Vicente Eyaralar Almazán fue comisionado para llevar al día siguiente a Madrid al general, recogiéndolo a primera hora en el Hotel Oliden.
Julián Rubio con Vicente Eyaralar se traslada al Gobierno Militar (en la avenida del Padre Isla, unos metros más allá del surtidor de gasolina de Auto Salón, propiedad de Pallarés), donde el general Bosch recibe la seguridad de contar con el aeródromo, pero su jefe le pide paciencia hasta que los mineros se alejen de León. En la mañana del 20 de julio hay cierta inquietud en la base, observándose reuniones de los suboficiales revolucionarios, que habían previamente distribuido los servicios del día entre sus adeptos. El comandante Rubio envió a los capitanes (ambos pilotos observadores) Ricardo Conejos Manet y Manuel Bazán Buitrago a León, para mantener contactos con la Comandancia Militar. Regresan poco después con la noticia de la decisión por parte de la guarnición de la ciudad de sublevarse y la petición de sobrevolar la ciudad algunos aviones para apoyar la declaración del estado de sitio.
Al reunir en ese momento a los suboficiales, algunos de ellos se manifiestan en contra de unirse al golpe militar, aunque Julián Rubio les ofrece algo de tiempo para reflexionar. Se produce una escaramuza en la cual llega la peligrar la vida de algunos oficiales como los tenientes pilotos observadores Javier Murcia Rubio y Enrique Cárdenas Rodríguez, ante la actitud decidida del sargento Emilio Galera y de un grupo de tropa, que cerca al teniente Luís Polo (piloto bombardero). Finalmente el comandante Rubio con su postura decidida consigue dominar el incipiente motín, con el apoyo de la 3ª Compañía del Regimiento Burgos 36 de León, al mando del capitán Antonio Cosido, que llegó desde la capital en tres o cuatro camionetas. Los grupos que se oponían a la sedición se dispersaron hacia la vaguada norte del aeródromo y los principales opositores, los pilotos bombarderos sargentos Emilio Galera [2] y José Cuartero y el cabo mecánico Leandro Orive Cantera huyeron a Portugal en una avioneta.
La firmeza con la que se había procedido a mediodía del 20 de julio dio su fruto, y terminó con una hora de fuertes enfrentamientos, quedando definitivamente en poder de los sublevados el aeródromo (adelantándose en un par de horas al levantamiento de las fuerzas militares de la ciudad). Parte de la tercera Compañía de Infantería permaneció unas horas en la base aérea para garantizar el orden si fuera necesario. El sobrevuelo de aviones en León fue luego decisivo para la rendición de las autoridades republicanas de la ciudad, que a partir del día 21 quedaba en manos del general Carlos Bosch, el coronel Vicente Lafuente y el comandante Julián Rubio, que habían actuado con gran prudencia y decisión.
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[1] En realidad, De la Puente Bahamonde estaba destinado desde el 6 de abril como jefe de las Fuerzas Aéreas de Marruecos y al mando del aeródromo Sania Ramel de Tetuán, después de ser amnistiado y rehabilitado tras el triunfo electoral en febrero del Frente Popular. Por su pasividad en el aeródromo en octubre de 1934 fue cesado el día 7 del mismo mes, trasladado a Madrid primero, y luego pasado a la situación de disponible gubernativo en la 8.ª División Orgánica, sumariado y condenado a pena de muerte después conmutada. Resistió en la madrugada del 18 de julio con otros 25 leales a los sublevados en la base que mandaba, y, derrotado, el 4 de agosto sería ajusticiado acusado de traición.
[2] Los tres volverían desde allí para luchar por la República. Emilio Galera Macías, natural de Jaén, actuando en todos los frentes durante la guerra que ahora comenzaba. A su término pasó a Francia y de allí a Inglaterra, donde fue piloto de la RAF en la II Guerra Mundial. Casado con Delia de la Puente de la Infiesta, de la que tuvo un hijo, detenido y encarcelado junto con su madre como rehenes desde finales de octubre en San Marcos. Desde 1976 visitaba con frecuencia a su familia en León. El matrimonio falleció en 1986 en Inglaterra. José Cuartero Pozo (también se apresó a su esposa, Carmen Díez González) murió como capitán el 12 de marzo de 1937 en la batalla de Guadalajara al explotar en el despegue las bombas del avión ruso que pilotaba. Leandro Orive sobrevivió a la guerra, falleciendo al inicio de los años 80.
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