Durante comienzos del siglo XIX poco a poco algunos de los comerciantes y prestamistas se fueron convirtiendo en banqueros, como Francisco Salinas y su esposa Catalina Fernández- Llamazares, y posteriormente, al fallecimiento de Francisco Salinas, ésta y sus sobrinos.
No nos resulta normal contemplar a una mujer banquera en el siglo XIX, pero el error es nuestro. Hoy imaginamos a la mujer de hace siglos en su casa, atendiendo a sus labores. Pero sí era más habitual que las viudas tuvieran que regentar los negocios familiares que estaban a cargo de los que fueron sus maridos. Así pasó con Catalina Fernández-Llamazares. Porque las viudas, desde siglos anteriores, en España tenían plenos derechos para otorgar poderes sin restricción alguna, y otra serie de condicionantes que es preciso aclarar. Por ejemplo, las dotes de las mujeres eran inembargables. Las viudas votaban en muchos concejos (los concejos disponían de una gran autonomía de gobierno) como cualquier vecino, pero además eran protegidas y mimadas al máximo por el propio concejo por su intrínseca condición de viudas, y porque tenían casa. De hecho, el catastro del Marqués de la Ensenada (1750) las reconoce como un vecino/a más, y cualquier tratado histórico o legislativo (por ejemplo, leer a Vicente Flórez de Quiñones) reconoce ese derecho de la mujer a todos los efectos sociales, mercantiles y patrimoniales desde tiempos inmemoriales.
En los concejos, un vecino lo componía el cabeza de familia, hombre de la casa que pagaba sus impuestos y tenía derecho a los bienes comunales y otros servicios que ofrecían el concejo y el Ayuntamiento. Las viudas eran consideradas desde el punto de vista fiscal como 'medio vecino' y tenían sus tasas impositivas reducidas, aunque también tenían derecho a los mismos servicios municipales, sin contar las consideradas limitaciones de su sexo en esta época. Por ejemplo, no podían ejercer cargos municipales, no prestaban servicios de arreglos de caminos ni salían a las batidas de lobos; aunque en el caso de tener hijos, este o estos podrían cumplir con esas obligaciones.
Las viudas en el censo de 1712
En el censo de Campoflorido de 1712 realizado a efectos tributarios vuelve a confirmar que las viudas pagaban la mitad, pero disfrutaban por completo de todos los derechos como contraprestación. Los legisladores de la época que heredaban toda la sabiduría del derecho consuetudinario aplicaban una lógica implacable que ya la quisieran poder ejercer la gran mayoría de nuestros políticos del momento. Entrar en comparaciones históricas es un notable anacronismo sin sentido. No conocer el pasado condiciona negativamente nuestro futuro. Al contrario de lo que han publicado ciertos medios académicos y periodísticos, Catalina –quien dice Catalina lo puede extender a cualquier otra mujer viuda del momento, pues la legislación española así lo contemplaba– tenía plenos poderes para administrar bienes. Es más: cuando su marido, el banquero Francisco Salinas cae enfermo, no delega en ningún hombre, sino en su esposa, gran conocedora del negocio después de más de treinta años trabajando juntos, confiriendo un poder especial que dice así: “Poder para administrar bienes, sábado, 13 de septiembre de 1834, otorgado ante el notario Felipe Morala Rodríguez a doña Catalina Fernández-Llamazares”:
…no duda de su talento, conocimientos y demás cualidades que la honran, y desempeñará dicha comisión, es decir, la Real Caja de Amortización a satisfacción de los señores directores de la Real Caja, para que en su nombre y durante la enfermedad que padece pueda administrar, dirigir y gobernar todos los negocios concernientes a la Comisión de la Real Caja de Amortización de esta capital, haciendo los pagos de letras que se libren contra la misma y los recibos a los deudores de Vales Reales, inscripciones o por cualquier otro concepto de los vencidos y los que en lo sucesivo vencieran, percibiendo y cobrando cuantas cantidades sean precisas […].
Es decir, en una palabra: Catalina se convirtió efectiva y jurídicamente en la mujer que dirigía la sucursal del Banco de España en León (entonces llamado Banco de San Fernando). Porque el enorme talento de Catalina, tanto personal como profesional, estaba para todos –como demuestra el escrito anterior– “fuera de toda duda”. Como tantas otras mujeres en la Historia de España, se dedicó a ejercer un matriarcado en el mejor y más estricto sentido de la palabra (aunque sin hijos, pero sí con sus sobrinos, a los que en sus cartas privadas trata “de hijos”), fundamental para la buena marcha de un negocio al que ella se vio obligada a dar continuidad.
Lo lleva a cabo con mucho éxito, es cierto. Pero no se pueden sacar conclusiones anacrónicas, porque todos somos hijos de la época que nos ha tocado vivir, y Catalina no fue una excepción. Para terminar, explicar que en el Código de Comercio de 1857 (oficialmente el primer código de comercio español es de 1885, pero incluye la compilación de legislación anterior) se lee perfectamente en su libro primero, título primero, que: “Puede ejercer el comercio la mujer estando separada legítimamente de su cohabitación”. Por todo esto hay que considerar que entre las traiciones a la memoria documentada y escriturada del pasado la confusión en el presente está asegurada. Otra cosa, bien diferente, fue el retroceso de ciertos derechos de la mujer durante el período franquista. Pero esta es ya otra historia…
Otras importantes mujeres en el siglo XIX
Hubo mujeres que también heredaron importantes patrimonios. Unas, por el hecho de quedar viudas (Catalina Fernández-Llamazares hereda un gran patrimonio al enviudar del banquero asturiano Francisco Salinas); otras, sencillamente lo heredan de sus progenitores. Y hay mujeres que heredan los negocios de sus maridos al enviudar. Hay que tener cuidado con la visión actual de las cosas en reportajes y artículos de Historia académicos, no cayendo en presentismos inadecuados. Si, por ejemplo, Rafaela Arriola se hizo relojera, fue porque hubo de heredar el negocio de su marido. Así de sencillo. Intentar presentar a Catalina como mujer pionera paradigma del feminismo se puede calificar como un anacronismo. Inteligente sí, pero adelantada a su tiempo como se entiende hoy no. Aunque en León, hasta se han creado conferencias y artículos y exposiciones sobre ella como la primera banquera de España... con fotografía incluida... algo que se desmonta con el irrefutable hecho de que mientras ella vivió y para el día que murió ni siquiera había llegado la fotografía de retratos a la capital leonesa.
La correspondencia privada existente demuestra bien a las claras la importancia de la opinión femenina en el ámbito privado, e incluso la preeminencia de la mujer en multitud de situaciones familiares, sociales y económicas durante el siglo XIX y anteriores. No era algo tan extraño en aquellos tiempos que las mujeres tuvieran negocios y los supieran llevar con éxito, pese a que el retroceso en la dictadura del siglo XX opacara estas circunstancias. Lo demuestran los avances de la Segunda República, legislando las libertades a las mujeres que se habían ganado con anterioridad con su propio esfuerzo.
La sobrina nieta Catalina Fernández-Llamazares
La sobrina nieta de la primeraCatalina Fernández-Llamazares también se llamaba igual: Catalina Fernández-Llamazares. Y fue –sin ella buscarlo ni quererlo, y muy probablemente para su gran desgracia– la mayor heredera del inmenso patrimonio que durante todo el siglo XIX atesoró la Banca Viuda de Salinas y Sobrinos, regentada por su familia. Una vida, la de esta Catalina, marcada por las desgracias personales: pues su madre Encarnación González Valdés se suicidó con una cápsula de sublimado de mercurio cuando ella tenía 3 años.
A partir de ahí, a la niña se la trasladó a estudiar a Suiza. Hoy se puede apreciar en la finca de La Cenia, cerca de Mansilla de las Mulas, el edificio de estilo helvético que ella mandó construir. Una niña con tan imponente patrimonio fue rodeada (pues su padre, Francisco, era muchos años mayor que la madre y también falleció) a temprana edad de varios administradores y tutores.
Entre los tutores, su tío Ambrosio Fernández-Llamazares, prestigioso banquero, abogado, farmacéutico y propietario que se casó con Flora González del Ron. El administrador de parte de ese patrimonio y de otra parte del patrimonio de la familia Fernández-Llamazares era el abogado y administrador de fincas Nicanor López. Hasta que Catalina fue mayor de edad muchos de sus negocios inmobiliarios fueron gestionados por el hermano de su desaparecida madre, Álvaro González Valdés, asturiano y descendiente de otra importante estirpe de comerciantes gijonenses que ya mantenían relaciones comerciales con la banca de la familia Fernández-Llamazares desde hacía más de un siglo. Catalina vivía, antes de su mayoría de edad, principalmente en Madrid, donde conoció a un joven aspirante a escultor llamado Víctor de los Ríos, con quien se casó prácticamente en secreto, con una guerra civil rondando y sin dar explicación (nadie se la pidió) a toda esa parte de la familia leonesa de la que ella provenía por parte paterna (su padre era el abogado, banquero y gran propietario Francisco Fernández-Llamazares, conocido popularmente en León por 'Paco Salinas').
El tío por parte materna, Álvaro González Valdés, gestionaba varios de sus negocios desde Segovia, y también el patrimonio de Catalina en León. Para muestra, parte de la correspondencia de Álvaro González Valdés con el director del Banco Bilbao, profesor de la Escuela Mercantil y empresario Pedro Fernández-Llamazares, quien en pleno auge de la instalación de calefacciones (1925) en nuestra ciudad, pretendía instalar, pues era el dueño de una empresa de venta e instalación de suministros industriales, el sistema de agua y calefacción en varias de las propiedades más queridas por la familia Fernández-Llamazares en nuestra ciudad que pasaron a propiedad de Catalina, pero sobre todo en dos: en Puerta Castillo (actual edificio del 'León Romano' hoy perteneciente al Ayuntamiento), y el número 2 de la calle General Picasso (calle del Pozo, donde residió su tía abuela, Catalina la banquera).
[…] enterado de que quedó ultimada la instalación en la casa del general Picasso, nada me ha dicho aún don Nicanor sobre este particular. Con anterioridad a su carta he recibido los presupuestos y planos para la instalación en las demás casas.
Es de suponer que en cuanto empiecen los calores quiera salir mi sobrina de Madrid, y entonces será ocasión de conocer lo que en cada una deba de gastarse, según el mérito que tengan. Dichas obras las inspeccionará, cuantas veces lo juzgue conveniente, el administrador en ésa, don Nicanor López, quien me informará del concepto que me merecen. En cuanto a formular presupuestos y planos para las demás casas, pueden hacerlos si quieren, pero sin compromiso alguno por nuestra parte, y concretando el coste total (albañilería incluida) para cada casa, para poder comparar con otros presupuestos que ya obran en mi poder.
Con nuestro afectuoso saludo a su familia y la de su tío Ambrosio, queda suyo afectísimo amigo que besa su mano: Álvaro G. Valdés.
Once años más tarde, y con una Guerra Civil de por medio, Catalina se casaría con el escultor Víctor de los Ríos, excéntrico y acomodado, con quien tuvo un único hijo llamado Jesús. Quien muy joven, víctima de los excesos, moriría por sus graves problemas con las drogas . Porque Jesús, quien había residido en Londres, había entrado en la espiral del dinero y el vicio. Lo peor fue cómo arrastró a su padre: tras la trágica muerte de Jesús en León fue Catalina quien se separó del escultor, con quien mantenía separación de bienes. Fue entonces cuando Víctor de los Ríos comenzó a tener serios problemas económicos, mientras Catalina se fue hasta Valladolid donde se llega a plantear tomar el hábito en un convento. Víctor acabaría sus días en un asilo de Santander, mientras el patrimonio de Catalina pasó a manos de las monjas…
Cierto es que, a veces, el exceso de dinero no sólo no da la felicidad, sino que trae terribles consecuencias.
Hoy, en la mal llamada 'Casona de Puerta Castillo' una placa puesta por el Ayuntamiento recuerda al escultor Víctor de los Ríos, quien tuvo taller y discípulos allí, donde antes hubo hospicio desamortizado y tres posteriores casas propiedad de la familia Sierra-Pambley. Nadie recuerda hoy a Catalina, pobre niña rica de cuna, quien no supo o pudo gestionar su magnífico patrimonio con propiedades en los lugares más insospechados del mundo; quien no pudo o supo gestionar su vida personal y, sobre todo, quien no supo gestionar su pasado: es decir, la Historia.