‘Orgullo’ o la aventura de rodar el primer wéstern español en pueblos luego inundados en la Montaña de Riaño
Vecinos de Anciles rememoran 70 años después cómo la grabación de la película dirigida por Manuel Mur Oti trastocó la normalidad de una localidad dedicada a la agricultura y la ganadería
Basilio Alonso Tejerina, en su casa del barrio de Pinilla viendo 'Orgullo'.
El considerado como primer wéstern del cine español se rodó en parte en pueblos que ya no existen. En plena dictadura franquista, un anarquista encerró a un comunista en la habitación de un hostal de Madrid para que terminara de escribir el guion de una película que iba a llamarse El río y acabó titulándose Orgullo. Vecinos de localidades hoy sumergidas bajo el embalse de Riaño como Anciles, Éscaro o La Puerta se ganaron unos duros como extras mientras sus vacas redujeron la producción de leche tras el trajín de la grabación, en la que por las noches había que proteger al ganado del ataque de los lobos con la Guardia Civil todavía al acecho de los últimos guerrilleros con los Picos de Europa en el horizonte. El resultado de aquella aventura fue un filme estrenado en diciembre de hace 70 años en la capital de España y todavía recordado en la Montaña de Riaño.
“Ellos estaban medio locos y a nosotros nos pusieron también”. Basilio Alonso Tejerina ya superaba la veintena cuando en agosto de 1954 comenzó el rodaje de Orgullo en su pueblo, en Anciles, inundado en 1987 por las aguas del embalse de Riaño. “Yo veía mucho descontrol”, cuenta ahora en su domicilio del barrio de Pinilla, en el municipio de San Andrés del Rabanedo. Y eso que no sabía que la grabación venía precedida de una secuencia que ya parecía de película. El director gallego Manuel Mur Oti había ganado, junto al dramaturgo Jaime García Herranz, el primer premio del concurso del Sindicato Nacional del Espectáculo de 1952-1953 por el argumento cinematográfico en torno a dos familias ganaderas enfrentadas en una suerte de revisión de Romeo y Julieta. Cuando se acercaba la fecha del rodaje, el guion no estaba terminado. Y hubo que recurrir a medidas de fuerza para rematarlo.
El jefe de Fotografía Juan Mariné, que había pertenecido al sindicato anarquista CNT (Confederación Nacional del Trabajo), encerró en la habitación de un hostal a Mur Oti, un cineasta de ideología comunista que ya había recibido en Madrid a la pareja brasileña protagonista compuesta por Marisa Prado y Alberto Ruschel y la paseaba de fiesta en fiesta. “Yo me llevé la llave. Le quité la ropa y le obligaba a que me diera las hojas de guion que había escrito por debajo de la puerta; si no, no iba a comer”, contaba Mariné en un testimonio recogido en el libro Anatomía de un cineasta pasional. El cine de Manuel Mur Oti, una obra de Nekane E. Zubiaur Gorozika. Todavía el último día, añade Mariné, el director se escapó “de parranda” con una vecina, a la que convenció de que estaba secuestrado. Y, en parte, no le faltaba razón.
Gonzalo García Rodríguez, con un cuadro de la casa de su abuela en Anciles de fondo.
“Mur Oti estaba como en otro mundo”, dice Basilio, que todavía recuerda los juramentos que echó el director cuando se le cayó una sandía a una vecina de La Puerta, en cuyo Parador de Turismo se alojaban los artistas. El rodaje alteró la normalidad de pueblos apartados del ruido que basaban su economía en la agricultura y la ganadería. Nacido en La Bañeza, Gonzalo García Rodríguez se trasladó con 5 años de edad a Anciles. No llegaba a los 10 cuando la localidad se convirtió en un improvisado plató de cine. La ficción se cruzaba de algún modo con la realidad dado que, como extra, tenía que cumplir una función habitual: acompañar al pastor con el ganado. Y él también fue testigo de la ira del director, que gritó “¡corten!” cuando “un toro semental saltó sobre una vaca”. “Se cabreó y se puso a pisar el sombrero”, rememora más de 70 años después.
Mariné, fallecido a los 104 años de edad el pasado mes de febrero justo un año después de recibir el Goya de Honor, parecía a veces jugar al gato y al ratón con Mur Oti. Y así confesó que, al descuido, incluyó planos con nubes (el director prefería cielos claros) y le cambió en alguna ocasión las lentes de la cámara para usar objetivos más angulares. Los dos llegaron en un Peugeot a Posada de Valdeón. “Y nos hicieron una foto porque era el primer coche que había llegado allí”, contaba Mariné, que se recuerda arribando “por caminos imposibles” a Caín y bajando luego “sentados en la montaña” y escurriéndose por la ladera. Más tarde, aprovechando los días libres de rodaje, se iba a caballo a hacer las correspondientes localizaciones.
Yo no sé si en ese tiempo apenas iríamos ocho días a la escuela. Cogíamos las colillas y nos íbamos a fumar entre las piedras para que no nos vieran
Ajenos a estas circunstancias, los vecinos de la zona vivían una experiencia excepcional. “Yo no sé si en ese tiempo apenas iríamos ocho días a la escuela”, anota Gonzalo, que evoca cómo los chavales aprovechaban las colillas de los cigarros de los artistas. “Y nos íbamos a fumar entre las piedras para que no nos vieran”, agrega tras rememorar a la juventud del pueblo arremolinada en torno a la protagonista del filme, la actriz brasileña Marisa Prado. “La llevaban a casa de mis padres a maquillarla y a acicalarla”, anota Basilio. A Prado y a Ruschel los vio cruzar el pueblo a caballo Catalina Rodríguez Rodríguez. Asentada ya entonces en Asturias, pasaba los veranos en Anciles, por lo que todavía le dio tiempo a ver parte del rodaje. “Aquello era como una fiesta”, sentencia ahora, con 101 años de edad.
La fiesta dejó su resaca. El ganado vivía al compás del rodaje, un estrés que también se dejó notar. “Se molestó mucho al ganado. Y luego las vacas daban menos producción de leche”, apunta Gonzalo. Varias que iban al matadero fueron protagonistas de una de las escenas más espectaculares del filme, cuando un carro se despeña ladera abajo, una secuencia que hubo que repetir tres veces, la última llenándolo de piedras para facilitar su caída. La escena era de mucho riesgo para el jefe de Fotografía, acompañado por una persona encargada de tirar de él si el carro se les venía encima.
Catalina Rodríguez Rodríguez, vecina en su día en Anciles, ahora vive en Valladolid.
Con un presupuesto de más de ocho millones de pesetas, la película dejó 40.000 pesetas en Anciles en concepto de alquileres y sueldos, a razón de “ocho duros por jornada a los hombres; cinco a las mujeres; tres a los niños”, según informó entonces el diario Proa en una crónica que habla también del “gran enfado del director y colaboradores técnicos” cuando en una escena “las chicas se echaron a reír y estropearon un pasaje”. A Gonzalo su abuela le abrió tras el rodaje una cuenta en el Banco Santander. Las cuentas no salieron del todo en casa de Basilio. “Las ganancias se van por otro lado”, contrapuso su padre, Víctor, al lamentar que la implicación en el rodaje los llevó a descuidar las tierras. “Luego vino una tormenta, cogió tierras sin segar, e hizo bastante daño”, añade Basilio recordando palabras de su padre.
Manuel Mur Oti ya había rodado en la zona en la zona en 1949 la película Un hombre por el camino. Orgullo incluyó otras localizaciones del entorno como Burón (Basilio asegura que en el Palacio de los Gómez de Caso). La idea inicial era desplazarse hasta el Lago de Enol en Asturias para recrear una de las secuencias cumbre del filme, cuando se descubre en lo alto de una montaña agua para paliar la sequía que había reavivado el enfrentamiento entre las dos familias (los Mendoza y los Alzaga) hasta incluso abortar la boda ya prevista de la pareja protagonista. Finalmente, ante las dificultades para grabar en los Lagos de Covadonga, la magia del cine intervino para rodar esos planos en la Casa de Campo de Madrid.
Terminado el rodaje (Mariné recordaba más anécdotas como la de tener que proteger al ganado de los lobos o la Guardia Civil tratando de detener al guerrillero Juanín), comenzó otra aventura. Lo primero fue reducir el metraje. “Mur Oti pretendía hacer Lo que el viento se llevó”, contaba el director de Fotografía. La película quedó reducida en el montaje a 106 minutos. El cineasta sí logró dotarla de un aire de wéstern que el crítico Miguel Marías emparienta con grandes obras como Gigante o Río Rojo. El filme se parece “mucho más a un wéstern que ninguno de los que lo pretendieron, diez años después, en el desierto de Almería”, escribió el propio Marías en 1991 en Diario 16.
La película se estrenó en los cines Carlos III y Roxy B de Madrid en diciembre de 1955 tras recortar notablemente el metraje tras ser concebida como una especie de 'Lo que el viento se llevó'
El cineasta gallego Rafael Toba, autor del documental Juan Mariné, entre luz y sombra, no deja de subrayar una particularidad: el hecho de hacer recaer el protagonismo en una mujer. Y pone el contexto del momento: en una fase de “cierta apertura por temas económicos” de la España franquista tras los acuerdos con Estados Unidos en medio de la Guerra Fría. La película, que se estrenó el 9 de diciembre de 1955 en los cines Carlos III y Roxy B de Madrid, donde se exhibió durante diez años, sufrió los daños colaterales de aquel mundo bipolar cuando fue descabalgada del Festival de Venecia. España llevaba esta cinta y El canto del gallo, de Rafael Gil, una diatriba anticomunista finalmente rechazada por la Mostra, que tenía por norma “no herir ningún sentimiento nacional” y se encontró con un filme que ponía en solfa los regímenes del otro lado del telón de acero. Como respuesta, la delegación española se retiró el bloque. Y Orgullo se quedó sin la proyección internacional que ya tenía apalabrada en varios países europeos, relata Nekane E. Zubiaur Gorozika en Anatomía de un cineasta pasional.
Cartel y material gráfico de la película 'Orgullo' Legado de Juan Mariné facilitado por cortesía de Concha Figueras.
La película, que Rafael Toba califica como “muy adelantada” por abrir un género inédito en aquel momento no sólo en España sino también en Europa hasta concluir que “debería estar en todos los manuales de historia del cine”, sí se estrenó en Riaño, donde aquellos extras fueron sus primeros espectadores, atentos a ver si finalmente se les reconocía en la gran pantalla. Basilio, que hoy suma 92 años, también la tiene en vídeo para verla en la televisión. Gonzalo se recuerda yendo varias veces a Riaño a verla con sus tías. “Luego la compré y la veía todos los años”, agrega desde Valladolid, a sus 80 años. Y Catalina, que supera los 100, cree recordar que vivía ya en Castellón cuando se estrenó el filme. “Llevé a mis hijos a verla. Me hacía much ilusión”, dice sobre la película, que ha quedado como testimonio gráfico de cómo era un valle inundado ya en los ochenta durante el Gobierno socialista de Felipe González.
“¡Qué hermoso parque nacional sería esto!”, exclamó el actor brasileño Alberto Ruschel en declaraciones recogidas por Diario de León al llegar a la zona en aquel verano de 1954 inolvidable para vecinos de Anciles, que entonces vivieron el sueño del cine y luego sufrieron la pesadilla de la inundación. “Y eso todavía ahora me cuesta muchas lágrimas”, concluye Gonzalo García Rodríguez.
‘El cine de los Capuchinos’ proyectará el filme el 21 de abril
“Creemos que es una película desconocida en León. Y queremos ponerla en el imaginario. Creemos que va a ser muy sorprendente para los espectadores, independientemente del hecho de dónde se rodara. Es una película muy atractiva”, dice uno de los responsables de la programación, Enrique López.
Dirigida por Manuel Mur Oti y con música de Salvador Ruiz de Luna, la película tiene como pareja protagonista la formada por Marisa Prado y Alberto Ruschel, a quienes acompañan en el reparto Cándida Losada, Enrique Diosdado, Eduardo Calvo y Beni Deus, entre otros.
Orgullo se ha encajado en vísperas de la celebración el 23 de abril del Día de Castilla y León como manera también de “reivindicar el acervo cultural leonés” a través de ‘El cine de los Capuchinos’, que ya en su día proyectó El filandón, la película de Chema Sarmiento sobre la base de relatos de Antonio Pereira, Luis Mateo Díez, José María Merino, Pedro García Trapiello y Julio Llamazares rodada en distintos puntos de la provincia.