'Quizás alguien está marcando el camino', de Alberto Cañas
Un español con pocas ganas de serlo, o un vivo con pocas ganas de estarlo, o un machirulo ultra, cincuentón y pajillero con rasgos sociopáticos el cual no cesa de emitir sobre su mujer y su familia comentarios autodegradantes pero que a tal efecto en vez de al psicólogo va al fútbol, o un frustrado sexual reconvertido en recolector de pensamientos tóxicos, inventivos y dinamiteros horadando su psique y la nuestra hasta que duelan las certidumbres sociopolíticas del orden y del bien estandarizado…
Y una bella mujer.
La primera novela del leonés Alberto Cañas hemos de decir que se erige en un cruce literario de caminos: hereda en intencionalidad del esperpento de Valle-Inclán por su mirada deformante, de la sátira contemporánea (John Kennedy Toole) por su antihéroe grotesco, y de la urbano-novela social contemporánea (José Ángel Mañas y el primer Ray Loriga) por su crudeza callejera y generacional, aunque principalmente de la novela del desencanto de la Generación Nocilla (Agustín Fernández Mallo) dado su trasfondo existencial con gran ciudad de fondo, transforma todos esos elementos en uno mediante una voz actual amarga, incisiva, irónica e histriónica.
En efecto en Quizás alguien esté marcando el camino, Alberto Cañas construye un artefacto narrativo que, bajo la apariencia de desahogo autobiográfico disfrazado de sátira, se esfuerza por ofrecer un fresco social y político de la España reciente. El protagonista, Gregorio (funcionario cincuentón, escéptico militante y misántropo por acumulación biográfica) encarna un tipo humano fácilmente reconocible: el del desencantado con mujer entrada en carnes y con hijo adolescente entrado en insolencias y grandes incomunicaciones, que, al advertir que el mundo ha cambiado sin pedirle permiso, responde con un sarcasmo tan sistemático como procaz. Cañas lo traza con mano segura, sin indulgencia, y exponiendo sus flaquezas físicas y morales con un humor que bordea a veces la crueldad (y el cual recuerda, en su sequedad verbal, a ciertos pasajes de Eduardo Mendoza despojados de toda complacencia).
La novela, sin embargo, no se limita a retratar a un antihéroe contemporáneo con desencanto ideológico y familia disfuncional. Su auténtico propósito es otro: convertir su monólogo –porque lo que predomina es una continua glosa del día a día, casi diarística mediante la técnica narrativa del fluir de la conciencia– en una radiografía de nuestra cultura política y sentimental en los meses previos a las elecciones de 2023.
Ironía corrosiva sin tregua
El autor despliega aquí con tal fin una ironía corrosiva que rara vez da tregua; Gregorio, irritado por las nuevas corrientes feministas que no entiende, por los rituales de corrección política que rechaza o por la propia decadencia de su cuerpo y de su vida sexual, lanza invectivas que, más que escandalizar, revelan el desamparo psico-existencial del que las pronuncia (no hay que ser Lacan para concluir que su grosería no es tanto una provocación como un síntoma).
Cañas alterna estas reflexiones con un sinfín de referencias literarias, musicales y cinematográficas –en especial de los años 80 y 90– que funcionan como una banda sonora emocional y contracultural del protagonista. A veces estas alusiones enriquecen el trasfondo; otras, en cambio, parecen una coartada cultural para sostener un discurso que por momentos se vuelve reiterativo y farragoso. El intento de conquista de Eva, joven librera que actúa en esta historia como contrapunto generacional, añade una línea ficcional más convencional, aunque sirve también para subrayar la dimensión patética y conmovedora del personaje.
Así las cosas, si algo debe reconocerse a Quizás alguien esté marcando el camino es su voluntad de incomodar. Su autor escribe sin filtros, con un desparpajo que desearían muchos cronistas sociales, y la novela avanza con un ritmo verbal que procura mantener el interés mediante la propia energía lingüística (como aconseja hacer en las novelas Roberto Bolaño): esto es así incluso cuando el protagonista se obstina en su propio bucle de quejas. Pero también es cierto que la apuesta por la incorrección constante deja poco espacio a la matización: la mirada de Gregorio, tan corrosiva, termina contagiando al texto una monocromía emocional que puede fatigar.
Una obra valiente
Con todo, la obra destaca por su valentía y por la aguda introspección que late bajo su cinismo. Cañas logra que su protagonista, ridículo y herido, se convierta en un espejo deformante en el que la sociedad actual –y quizá el propio lector– se vea reflejada. Una novela desigual pero estimulante, apabullante, insolente, y que demuestra que la sátira, cuando se practica sin red, sigue siendo un género profundamente incendiario.
Desde el prisma de la teoría de la literatura narrativa apuntaríamos que en Quizás alguien esté marcando el camino, Alberto Cañas compone una obra que, bajo su fachada de diario desencantado con sarcasmo militante, se adentra en dos tradiciones bien identificables: la novela social española de las últimas décadas –con José Ángel Mañas y su Historias del Kronen como referente de la crudeza callejera y el registro coloquial descarnado– y la sátira esperpéntica moderna de la que La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, es quizá el paradigma contemporáneo.
1. Gregorio: antihéroe social y bufón trágico
Gregorio, funcionario derrotado por la vida y por sí mismo, es un personaje situado en la genealogía del antihéroe urbano. Como ocurría en Historias del Kronen y en Ciudad rayada, el mundo que describe no es tanto un contexto neutro como una fuerza deformante: en Mañas, era la noche madrileña; en Cañas, es el espacio sociopolítico de la España post 2010 con sus tensiones identitarias, debates sobre el feminismo, la corrección política y la precariedad emocional del individuo moderno.
Sin embargo, la semejanza más rica no está en los acontecimientos, sino en el tono: Gregorio narra con una oralidad cruda, llena de muletillas, ironía y referencias pop, que lo sitúan en la estirpe de los narradores coloquiales y excesivos que Mañas popularizó. Hay de hecho en él un 'realismo sucio' de oficina, mezclado con nostalgia de los 80 y 90 y una lucidez a contracorriente que, aunque incómoda, nunca es moralista.
2. Tradición satírica: el eco de Toole
Pero Gregorio es también –y quizá sobre todo– un Ignatius Reilly castizo y destroyer. Su incapacidad para adaptarse al mundo moderno, su manía persecutoria hacia las nuevas normas sociales, su mezcla de soberbia intelectual y decadencia física, lo convierten en un personaje que habría encajado bien en el universo de La conjura de los necios. Cañas toma de Toole no solo la caricatura grotesca, sino algo más relevante: la sátira como forma de ternura, el ridículo como máscara del dolor.
Como Ignatius, Gregorio cree ver la estupidez general mientras ignora la propia; como Ignatius, pretende resistirse a un mundo que ya no entiende; y como Ignatius, provoca en el lector una mezcla de risa, vergüenza ajena y compasión. Esta tensión entre la burla y la herida constituye de hecho uno de los mayores aciertos de la novela.
3. El discurso social: crónica y ajuste de cuentas
Situada como hemos dicho en las semanas previas a las elecciones autonómicas y municipales de 2023, la novela funciona además como una crónica ficcional del clima político. Su tono, más que panfletario, es sarcasmo de superviviente: Gregorio arremete contra feminismos que no comprende, contra modas culturales que detesta y contra su propia decrepitud. El mundo le parece absurdo, sí, pero su mirada revela un malestar más profundo: el del individuo que ha perdido su lugar en el relato colectivo. Así, Cañas comparte con Mañas la atención al malestar generacional y la representación descarnada del presente. Sin embargo, mientras Mañas acostumbra a mostrar una violencia juvenil explícita, Cañas exhibe una violencia interiorizada, hecha de frustración, rencor y cansancio vital.
4. Pop, intertextualidad y cultura de segunda mano
Las referencias literarias, musicales y cinematográficas que atraviesan la novela funcionan como el tejido conectivo de un personaje que ya solo puede contarse a través de lo que ha consumido. Su relación con Eva –joven librera, veinte años menor– no es solo un pretexto narrativo, sino una dialéctica entre dos temporalidades culturales: la del ciudadano analógico y la del ciudadano precario del capitalismo tardío. El guiño meta-literario recuerda al uso irónico de los referentes en Toole, donde lo pop funciona como espejo deformante del protagonista.
5. Conclusión
Cañas entrega una obra desmedida y con caidas pero vibrante, escrita con una libertad verbal sin paliativos. Su sátira es excesiva, sí, pero lo es a conciencia: busca incomodar para revelar lo que el relato social prefiere ocultar (por eso Quizás alguien esté marcando el camino puede leerse como un puente entre la narrativa social descarnada y el esperpento cómico-existencial; un relato donde el sarcasmo no oculta la herida, sino que la subraya).
Así las cosas, la novela en conjunto se sostiene menos por su trama que por su voz: una voz amarga, lúcida y ridícula que, como la de muchos grandes antihéroes, termina resultando extrañamente entrañable.