Marineros tierra adentro

Peio García / Ical. Imagen antigua de Victoriano Villar, teniente de alcalde de Alija del Infantado, cuando era marino.

Juan López/ Ical

“Todos tenemos unas nociones básicas de geografía, pero yo no había visto el mar antes. Lo primero que hice al ver el agua fue meter el dedo y probar su sabor”. Victoriano Villar narra así su primer encuentro con el agua salada, o lo que para él era lo mismo, con la Marina Española. Ocurrió a su llegada al Cuartel de Marinería de San Fernando (Cádiz), donde iba a realizar la instrucción a partir de julio de 1963. Como él, otros 34 habitantes de la localidad leonesa de Alija del Infantado -25 jubilados y una decena en activo- se han formado como marineros en una tradición que ya se extiende por 60 años y que supone un curioso caso de fidelidad a la mar para un pueblo de interior y con no más de 800 vecinos. Y todo esto, a 200 kilómetros tierra adentro desde el punto más próximo, la costa asturiana.

Villar, que cuenta con 69 años y es el teniente alcalde en el Ayuntamiento, relata su historia en la sala de estar de su casa, rodeado de figuras, símbolos y pinturas con melancólicos faros, olas y gaviotas que rememoran continuamente su relación con el horizonte azul marino. “Cuando estás toda la vida en la mar, es difícil vivir sin él. Es olerlo, verlo. Mirar los cuadros y quedar persuadido”, desliza ligeramente emocionado.

Un amplio dossier de fotografías antiguas completa el escenario. Mientras pasa las páginas de un ejemplar de la Revista General de Marina de mayo de 1991, aclara que no desea protagonismo y que su ejemplo es uno más entre los 35. Todo ello demuestra que la conexión entre esta localidad y el mar es vocacional y, quizá, también por tradición familiar, pero no por cercanía costera. “El caso es muy extraño para un lugar de interior”, reconoce el propio marinero, ya prejubilado. Se trata del primer pueblo de interior que más marineros ha aportado a la Marina.

Es el único que reside en la localidad, pues otros, o han fallecido o lo hacen fuera. Muchos de ellos viven allí donde hicieron su vida militar, como por ejemplo en Cartagena. Entre todos hay capitanes de navío (que equivale a coronel) y de fragata, sargentos y cabos. Aunque solo uno es capitán de corbeta y pertenece a la Escuela Superior del Cuerpo General de la Armada, su hijo Víctor Manuel.

Un ancla real

Junto a un equipo de Ical, Victoriano Villar, contramaestre, hace las veces de guía para llegar a la plaza que Alija del Infantado ha dedicado a la mar, a la Marina. El curioso caso del pueblo marinero de León nunca ha pasado desapercibido para las instituciones. Por eso, un ancla a tamaño real del Crucero 'Canarias', donada por la Armada en señal de agradecimiento, preside este espacio con un ramo de flores que recuerda a los caídos. Al lado, una imagen de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros, y un busto recientemente colocado del que fuera jefe del Estado Mayor de la Defensa, el almirante leonés Gonzalo Rodríguez Martín-Granizo, que el 4 de mayo de 1991 acudió a la localidad para presidir los actos del homenaje a un pueblo que había aportado ya mucho hasta ese momento y “cuyos hijos forman parte de la Marina Española”, tal y como afirmó en su discurso ese día.

Orígenes

Pero la estrecha vinculación entre este pueblo y la Marina puede que comenzara hace miles de años. Villar dibuja tres versiones. Dos de ellas se encuentran más cercanas a la leyenda y otra más a la realidad. La primera relaciona la estrecha relación entre Alija del Infantado y el mar ya desde la época celta, pues en la zona se han encontrado petroglifos de más de 10.000 años. En este área se asentaron los 'egurros', una tribu celta integrada en los Astures. “El pueblo celta procedía de tierras nórdicas y cuentan en Alija que pudieron importar su ”germen vikingo“. ”Pudo quedar algo y dejar aquí raíces sobre la mar“, sospecha.

La segunda opción, también a caballo entre la leyenda y el mito, se posiciona con el Imperio Romano y el paso de la Ruta de la Plata por la localidad. “Este recorrido, entre Las Médulas y Mérida, lo hacían muchos de ellos que seguramente pararon aquí y dejaron el gusanillo del mar Mediterráneo”, señala el marinero, consciente de las ligeras probabilidades y certezas de esta opción.

Y por último, y la más presumible, es que en los años de la posguerra española, en la década de los 40, el campo y el sector agrario en esta zona “eran un erial y una ruina y la gente emigró al País Vasco, Barcelona y Madrid, y más tarde a algunos países de Europa, y algunos se embarcaron progresivamente en el apartado militar”.

Así, entre los años 50 y 60, asevera el teniente alcalde, se fueron 28 con la idea de ingresar en la Marina, entre ellos el propio Villar, aunque regresaron tres. “Los que se quedaron eran todos profesionales. Así fue en las décadas posteriores, hasta completar los 35 que allí han estado”, precisa este hombre de mar, pero de interior.

La vida en los barcos

No esconde que el hecho de ser oriundo de una comarca lejana al mar supuso dificultades para los marineros de Alija a la hora de superar la estricta formación, que consistía en cinco años en el buque escuela Juan Sebastián Elcano, a lo que se sumó después una “dura vida” en los barcos. “Es como convivir en un piso 30 días sin salir, hasta que vuelves a tierra: discusiones, juegos, amistades..., pero siempre compañerismo. En un viaje yo a veces me quedaba mirando las estrellas y lloraba porque estaba casado hacía un mes”, declara.

En el Crucero Canarias coincidió con otros tres de Alija, otros de La Bañeza y uno más de Benavente, lo que pone sobre relieve un pequeño triángulo de interior en las provincias de León y Zamora apegado al mar. En total, en cada viaje navegaban unas 1.500 personas en ese barco.

Tras dar un “disgusto enorme” a sus madres al tomar la decisión de embarcarse, allá por los 60, los marineros de Alija vieron como se les rapó el pelo y debieron superar una instrucción de tres meses que concluyó en una jura de bandera. De San Fernando pasaron a Ferrol, al buque escuela 'Galatea', en el que dormía cada alumno en un coy, que es una especie de hamaca de malla colgada que sirve de cama a bordo. “Estábamos todos amontonados, pero teníamos una buena convivencia y no se admitían malas personas”, remarca. El curso de navegación se extendía durante medio año costeando la Península Ibérica, periodo en el que Villar pasó a ser cabo segundo.

Con 21 años llegó al 'Canarias', buque insignia de la flota y retirado en diciembre de 1975. Su primer viaje no fue nada fácil. El destino era Guinea, justo cuando se acababa de independizar en el año 1968, y el barco navegó durante 45 días consecutivos sin tocar tierra, un tiempo que suponía un récord en España. Así se mantuvo hasta los 27 años, cuando ascendió a suboficial contramaestre y decidió desembarcar en la base de Algeciras, donde ya ejerció su vida militar hasta la prejubilación.

Caló el último mensaje

Para agradecer la aportación de Alija del Infantado a la Armada, la Comisión Nacional del V Centenario del Descubrimiento de América, creada para organizar los actos de 1992, tuvo en cuenta la tradición marinera de esta villa y la eligió como símbolo de esta efeméride en la provincia de León. Por este motivo, en señal de agradecimiento, donó el ancla del 'Canarias' en 1991.

Villar recuerda, mostrando una instantánea de ese día en la que él mismo se encuentra junto a Martín-Granizo, que la plaza estaba llena de gente, entre ellos muchos niños que no perdieron comba del mensaje del almirante. Su mensaje y su arenga caló. Muchos de aquellos que allí estaban ahora navegan para la Marina. Quizá continúe la tradición.

Etiquetas
stats