“Si no te gusta León, ahí tienes la estación”. Esta es la típica frase que todos los padres le cuentan a sus hijos en León cuando preguntan por la estatua de Guzmán el Bueno, el héroe leonés de Tarifa que lanzó su cuchillo cuando los sitiadores le amenazaban con matar a su propio hijo si no entregaba la plaza. Tan machaconamente, que ningún vecino de esa ciudad puede dejar de repetirla a todos los forasteros que llegan a la urbe legionense y se maravillan cuando salen de la Estación del Ferrocarril para ir al centro.
La estatua de Aniceto Marinas, que fue limpiada y restaurada el año pasado en el 125 aniversario de su inauguración (que no colocación ya que estuvo casi ocho meses tapada sin ser descubierta oficialmente por una polémica absurda) es la que ha quedado en la retina de tres o cuatro generaciones de leoneses, y de tantos otros visitantes y forasteros.
Pero bien podía haber sido otra, ya que se presentaron siete propuestas distintas de las que al menos las que ganaron un áccesit quedan imágenes de cómo eran e, incluso, hasta dos figuritas de una de ellas.
La que muestra la fotografía de apertura de la noticia (que se puede ver aquí abajo con más detalle) es la de José Alcoverro amorós, de un metro de altura por treinta centímetros de alto, que conserva el Instituto Leonés de Cultura. Y de haber ganado, bien distinto habría sido el recuerdo de Alonso Pérez de Guzmán –un noble leonés, aunque hay historiadores que dudan de ello porque creen que nació en la actual Andalucía, que se hizo a sí mismo y llegó a la alta nobleza por sus hazañas militares (y casamiento con la bisnieta de Alfonso IX de León, Beatriz Ponce de León de una de las familias más ricas de la época) y luchó por ser enconados enemigos contra el último rey coronado de León, Juan I, defendiendo los derechos sucesorios de Alfonso XI–, con el brazo en alto arrojando con fuerza y horror el puñal al estilo del cuadro de 1884 de Salvador Martínez Cubells que se conserva en el Museo del Prado y que se puede ver pinchando el enlace anterior.
Pero ganó la pose de más contención, la del segoviano Aniceto Marinas García, en un concurso que decidió la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid. De las siete propuestas, que fueron enviadas en ferrocarril, tres quedaron finalistas y las dos que no ganaron, la de Alcoverro y la de Mateo Inurria (grandes escultores de la época mostrando el nivel del concurso), recibieron un áccesit. De la última se conserva una imagen que se puede ver en el libro de Jorge Martínez Montero El viaje que cambió León, publicado en 2021 en el que se explica exhaustivamente todo el proceso por el que la figura de Guzmán llegó a dominar el imaginario de la capital de la provincia.
Además la Academia tuvo que decidir sobre el pedestal, en dos convocatorias, al que se presentaron seis propuestas que, en un principio, no gustaron. Martínez Montero cuenta cómo la comisión electora indicó que “todos los aspirantes habían dado excesiva importancia al pedestal, sin tener en cuenta la debida ponderación que debía existir entre éste y la estatua, ya que el pedestal no podía dominar y empequeñecer a la escultura, sino ser simplemente sustentante de aquella sin pretensiones de que constituya por sí solo un monumento”. El elegido fue el del arquitecto madrileño Gabriel Abreu y Barreda.
Una estatua histórica para el ensanche de León
La ampliación de la ciudad de León a finales del siglo XIX, debido al aumento imparable de la demografía entonces, llevó a planear los ensanches de la capital, que prácticamente no había salido de las murallas romanas y las medievales de las cercas, planificado con respecto a varios ejes, dos claramente visibles hoy: el de la Estación del Ferrocarril, inagurada en 1863, y el del edificio de San Marcos. Por eso la urbe legionense tiene una característica que pocas tienen en España. Para ir de la estación de tren al centro sólo hay que ir en línea recta (y para ir de Santo Domingo a Guzmán, también). Algo que agradecen los viajeros... que siempre, ineludiblemente, tendrán que cruzarse a Guzmán el Bueno al llegar o irse en tren; lo que hace de esta estatua un icono leonés de altura.
Cuenta el profesor de Historia del Arte de la Universidad de León, Jorge Martínez Montero que en el fragor nacionalista romanticista de la época, “se buscó a un héroe de León para dar la bienvenida a la ciudad” y se decidió que se colocara en el eje del entonces paseo de las Moreras (lo que hoy es Ordoño II), antes del puente, planificándose éste que fuera parte de la avenida de Guzmán el Bueno“. Aunque no se terminara llamando así, sino que quedó sólo la famosa plaza que conocemos hoy.
En su libro explica que la propuesta fue del ingeniero José Manuel Ruiz de Salazar, que diseñó el plan del ensanche leonés en 1889, contrariamente a lo que se creía: que fue el senador leonés Gabriel Fernández de Cadórniga. Lo que sí es cierto que presentó en el Senado un proyecto de Ley, junto a Ambrosio Llamazares, para realizar la escultura y Clemente Bravo consiguió recaudar en suscripción popular 24.000 pesetas para ello. Terminó aprobándose en el Congreso de los Diputados la moción presentada por el diputado Andres Garrido Sánchez para ensalzar las virtudes del “héroe de Tarifa”, resaltando “el honor, la heroícidad, la honradez, la lealtada sublimada y santificada e irrepetible de unos pocos elegidos a quien la opinión los aclama y la posteridad lo consagra”, comparándolo a Fernando III, Carlos V, el Gran Capitán y Hernán Cortés.
El Gobierno de Mateo Práxedes Sagasta y la reina regente, María Cristina, dieron su aprobación y sanción al proyecto “para celebrar el centenario” el 24 de julio de 1894. Tras un concurso con varios avatares, profusamente explicado en el libro de Martínez Montero, la estatua llegó a León en noviembre de 1895... para inaugurarse a las cinco de la mañana y sin pompa ni boato del 16 de julio del año siguiente.
La polémica de la 'no' inauguración de la estatua de Guzmán
¿Ocho meses instalada pero sin destaparse? Sí, esto es León. Las polémicas siempre tienen que aparecer para hacer el más absoluto de los ridículos surrealistas. Al parecer, según explica Martínez Montero, “hubo un encontronazo entre el Ayuntamiento y la Diputación de León para ver quién tenía el honor de inaugurarla... y al final no lo hizo ninguno entre el cabreo manifiesto de los leoneses”.
“Ya costó colocar la estatua, porque había dos posturas para orientarla, la de la Academia de San Fernando de que señalara a Tarifa, que es la que prosperó, y la de las autoridades locales que querían que saludara a los viajeros del ferrocarril”. “Se eligió la mejor, porque da perspectiva”, opina el profesor de Historia del Arte. Pero la disputa entre políticos hizo que desde noviembre de 1895 en que llegó a julio de 1986 los vecinos leoneses no pudieran contemplar dignamente la estatua.
“Y eso creó polémica y enfado de los leoneses. Incluso llegaron a quitarle el saco que la cubría, y contratar una banda de música los de la Peña Bernesgas para hacer una inauguración no oficial, y el periodista Ángel Suárez Ema criticó la surrealista situación con la frase 'Ay que ver Guzmán, cómo te han puesto' en su periódico”.
Finalmente, tras pasar las fiestas de León y no haberse inaugurado, la presión de la calle fue ya altísima. El enfado era mayúsculo. “Aprovechando que el 16 de julio el Teatro Principal estaba engalanado para celebrar el día de Guzmán el Bueno, las autoridades decidieron destaparla definitivamente. Pero eso sí, a las cinco de la mañana y sin avisar a nadie. Tan triste fue aquello”, comenta el experto en Historia del Arte.
Un libro fundamental sobre el comienzo del urbanismo moderno en León
El libro de Jorge Martínez Montero, usa como excusa la colocación de la emblemática estatua del héroe de Tarifa en el lugar que lleva siglo y cuarto presidiendo para poder contar los planes del ensanche de la ciudad y el urbanismo que provocó su primera ampliación. “Ha sido un trabajo de siete años y es el primero de una trilogía sobre la arquitectura leonesa en el siglo XIX ”, comenta. Tres libros sí, “pero comenzando por el final a raíz de la llegada del ferrocarril a la ciudad”.
“En los dos primeros capítulos se cuentan muchas cosas de la expansión de León que son muy interesantes y después cuento los avatares de la estatua de Guzmán el Bueno como enganche, pero en realidad es un viaje sobre los cambios higiénicos, urbanísticos, la llegada de ferrrocaril y la historia de la industrialización del siglo XIX que permitió mejorar sensiblemente el nivel de vida de los leoneses. Expone muchas cosas interesantes que he podido contrastar en los archivos gracias a un intenso trabajo de siete años”, explica el autor.
'Titulado El viaje que cambió León: monumento a Guzmán el Bueno. De la dispersión patrimonial a la exaltación monumental (1863-1900). De gran formato, con cuatrocientas páginas y un montón de fotografías y planos de la época, es una de esas joyas de la Historia de León que es imprescindible tener en la biblioteca para hablar con propiedad de lo que realmente ocurrió aquí en aquellos tiempos y desmentir con rigor mitos que aún perduran.
Y lo mejor de todo es que su edición fue apoyada por el Ayuntamiento de León y el Instituto Leonés de Cultura de la Diputación, superando definitivamente las disputas de hace 126 años. Un trabajo que honra doblemente a Guzmán el Bueno porque es para los que les gusta León.