En este cuento, al contrario que en el de Caperucita, nadie abre la barriga del lobo feroz, saca a la abuelita que se había comido y se la llena de piedras para que al despertar se precipite sobre el río. En esta otra versión, el animal es cazado sin causarle daño, analizado, radiomarcado y regresa a su hábitat en libertad. Sólo que desde ese momento está sometido a un discreto pero estricto control de todos sus movimientos, observado por cientos de ojos.
Ni Charles Perrault ni los hermanos Grimm, que escribieron y adaptaron el famoso y cruel relato infantil, ejercieron de Julio Verne para imaginar un mundo en el que el lobo ya no siempre lleva el apellido de 'feroz' y al cual la alta tecnología le tendría monitorizado en tiempo real, para desentrañar dónde está y cómo se comporta en su amplio deambular por las nueve provincias de Castilla y León, la doble región más amplia de Europa y donde se estima que viven un 60% de todos los ejemplares de lobo ibérico de España.
Ahora que Europa mantiene la prohibición de su caza, ahora al lobo se le captura para saber más de él, con el doble objetivo de desentrañar si realmente es tan dañino para el ganado y también para conocerlo más íntimamente, desde su salud al comportamiento en manada, de su reproducción a las causas por las que muere.
Y en esta historia, el protagonismo es de los lobos por un lado y por otro de un 'ejército' no de cazadores sino de funcionarios públicos, “alrededor de 500 personas” vinculadas a la Junta de Castilla y León, casi medio millar entre agentes medioambientales, celadores y peones de medio ambiente, pero también técnicos y administrativos, hombres y mujeres 'de despacho' y veterinarios de la red de centros de fauna de la administración autonómica.
Precisamente, involucrar a sus propios empleados, “sin contratar personal externo para las capturas”, explica la Consejería de Medio Ambiente, es una de las características que hace de este programa de radiomarcaje del lobo ibérico quizá uno de los más originales de cuantos hay en marcha en España.
Cómo se captura y 'marca' un lobo
El operativo es el siguiente: primero, se sitúan en los lugares adecuados en plena naturaleza trampas del modelo Belisle, cuyo modelo TR-8 es el único en España autorizado para operaciones de trampeo de la administración, convenientemente aromatizado con una sustancia irresistible llamada cadaverina que atrae mejor que la carroña. Cuando el lobo pisa dentro del disparador, la presión activa un lazo de acero con sistema antishock fijado al terreno que le deja atado, sin daño alguno, aseguran los expertos.
La señal de aviso viaja en tiempo real al centro de control y la activación del protocolo desata los nervios: se activa a veterinarios y a la guardería y se marca un plazo máximo de dos horas para llegar al punto de captura. Una vez allí, ante el ejemplar, en ocasiones agazapado y temeroso, en otras dispuesto para atacar en defensa propia, los veterinarios se encargan de suministrar el dardo tranquilizante y garantizar un trabajo rápido y muy silencioso para evitar estrés al lobo: no se admite ni el clic de una cámara de fotos ni un velcro despegado con fuerza.
Cuando se recupere y quede liberado exactamente en el mismo lugar, el cánido habrá dejado muestras de sangre, heces y fluidos y portará un collar con señal GPS que pesa unos 600 gramos, de modo que no supere el 3% de su peso corporal de ejemplares que obligatoriamente deben superar los 20 kilos. Se habrán convertido en colaboradores involuntarios de la administración, que será su sombra, su 'Gran Hermano', durante los cerca de tres años que dura la batería del dispositivo.
Las primeras cifras
Desde que comenzó el plan, con una primera captura a finales de 2023, se han superado ya los once lobos 'informantes': cinco en la provincia de León, tres en Salamanca, dos en Palencia y uno en Zamora. Ahora, desde la primavera y hasta que el verano acabe, se ha establecido una espera que respete su época de celo y cría.
Sin embargo, con datos oficiales, no constaba hasta abril aún ninguna captura en Ávila o Segovia, a pesar de que el área de Espacios Naturales, Flora y Fauna de la Consejería de Medio Ambiente asegura que “las zonas prioritarias de captura son las zonas de mayor incidencia de daños”. Y eso que ambas provincias se llevan la palma oficial, con más de 10.700 y 5.700 cabezas de ganado muertas en los últimos ocho años, respectivamente, según recoge en sus mapas y cifras oficiales la propia Junta.
El tope de radiomarcajes será de 36: es ése el número de collares GPS disponibles en el programa para Castilla y León, aunque no tiene por qué agotarse la cifra hasta que en principio en 2025 se comience poco a poco a poner fin al plan y rematar la fase no menos importante de dar orden y buen uso a los datos que hayan entregado los lobos en su deambular.
Con esa información, gran parte de la finalidad que admite la Junta es la de disponer de datos ciertos y objetivos sobre los ataques a ganado del lobo ibérico. Unos ataques que sus propias estadísticas oficiales de la Junta consideran incluso duplicados en los últimos dos años, desde que el Ministerio, con instrucciones de Europa, declaró el lobo especie cien por cien no cinegética en 2021.
Hasta entonces, en Castilla y León se cazaba en todas las provincias al sur del río Duero y a un ritmo elevadísimo: sólo en León, en ocho años se autorizó cazar a 356 ejemplares de lobo ibérico, a pesar de estimarse un censo total de 433 ejemplares. Se dispararon y mataron a 186. Eso, al margen de las muertes llamadas naturales, desde atropellos a envenenamientos. El actual seguimiento también busca desentrañar estos últimos.
El mapa prioritario
En un mapa no cerrado a priori sobre lugares donde preferentemente la administración de Castilla y León realizará los marcajes, la Consejería establece a priori zonas prioritarias como la cordillera cantábrica, tanto en la provincia de León y Palencia; la zona sur de la provincia de Zamora en el límite con Salamanca y en la Sierra de la Culebra; las mencionadas provincias de Ávila y Segovia donde la incidencia de ataques es mucho más alta; y Burgos, tanto en la zona centro y norte de la provincia junto con el sistema ibérico y en el límite con Soria.
Sin embargo, tampoco descartan cualquier punto “donde la presencia de lobo causa daños de mayor o menor cuantía, en función también de la densidad de la cabaña ganadera”. E igualmente “fundamental” será “la captura y seguimiento de lobos en zonas de baja densidad, como pueden ser las zonas del interior de la meseta (Valladolid, este de Zamora, sureste de León y sur de Palencia) para conocer desplazamientos o áreas de campeo”.
El coste del proyecto
En cuanto al dinero que todo este ambicioso operativo costará a las arcas públicas, la Consejería resalta que “no se puede dar una cifra global del coste del programa”, entre otras cosas porque no se contrata personal externo para las capturas sino que la plantilla es la de funcionarios 'reconvertidos' en expertos, son ellos los que prioritariamente nutren el proyecto con sus propios especialistas. Eso abarata muchos costes.
De las cifras que sí se pueden cuantificar, las cuantas las asume la Fundación del Patrimonio Natural de Castilla y León, que depende de la propia Junta de Castilla y León. Se trata de una asistencia técnica de personal técnico, de campo y equipos veterinarios para el plan de captura en las anualidades 2023 y 2024, con un precio de 287.189,68 euros; el propio suministro de materiales necesarios, como los collares para seguimiento GPS, sistemas de captura (lazos Belisle y material accesorio) y material veterinario, de otros 166.314 euros; y la elaboración de informes de análisis de uso y selección del hábitat, que supondrán 31.122,15 euros más. El dinero sale de la cuenta general de la Consejería y también de transferencias del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco).
Si todo va bien, con la actualización del censo de la especie en marcha en la Comunidad -el último data ya de hace más de una década, de 2013- y este seguimiento por marcaje, los datos permitirán desentrañar mucho mejor los secretos del lobo ibérico en Castilla y León, conocer sin mucho margen de error cuántos son y dónde están, desentrañar si realmente son dañinos o en realidad imprescindibles, y ayudar así a una mejor convivencia al margen del ruido político que por desgracia acompaña a esta especie desde que dejó de ser la mala de los cuentos.