El variado vocabulario y el lenguaje de la nieve en la montaña leonesa

Una nevada en Villablino.

Luis Álvarez

Villablino —

En las comarcas y las áreas geográficas de la montaña leonesa, donde la nieve tiene un ciclo anual más o menos regular y una presencia en tiempo más prolongada que en la parte más baja de la provincia, con la primera nevada de la temporada se recupera en la conversación cotidiana un lenguaje específico para este fenómeno, que permanece en el armario de la memoria desde el invierno anterior. El vocabulario y el lenguaje de la nieve.

Con un grupo de algo más de una docena de personas, hemos tratado de rebuscar en nuestros recuerdos, palabras y expresiones de ese vocabulario especial en el entorno de la comarca de Laciana. Que, en otras comarcas o zonas, seguro que presenta variedades y modificaciones, cambiando una letra, un término o incluso con una palabra distinta, para indicar un mismo hecho o circunstancia.

Esto es una prueba de nuestra inmensa riqueza dialectal y de nuestro patrimonio cultural colectivo. Para una mejor exposición agruparemos las palabras o expresiones en torno al hecho en sí de nevar, la nieve y sus tipos, como queda después, actividades en relación a ella y juegos infantiles.

Los nombres y palabras que existen en castellano van como tal y las que no existen en español van escritas tal y como suenan, sin buscar traducciones o derivaciones al patxuezo.

Va a nevar

La primera premisa que se plantea es si la nieve que va a caer o cae tiene “buena cama”, puede ser esa cama la proporcionada por una primera nevadita o que el suelo esté frio por un tiempo anterior de heladas, lo que permite que casi todo lo que caiga se acumule. Lo contrario es un suelo más caliente o muy húmedo por lluvias precedentes, que retrasa bastante el que la nieve empiece a “cuajar”.

Las cantidades también tienen asignaciones. Una “farraspa”, apenas cambia el color del suelo, es muy identificativa la imagen de las primeras nieves en las cumbres poniendo un toque blanquecino sobre las mismas. Una “nevadita”, “nevada” o “nevadona” son identificables por cualquiera, también se usa la expresión “cayó una manta” o una “buena manta”.

Se diferencian, según el tipo de nieve y como cae. “Calambrón”, apenas unas povisas de nieve, que revolotean removidas por el aire cuando hace demasiado frío para que nieve. “Nevarrusquear”, copos muy pequeños, que también se designa por algunos este hecho como “pasaviando”, y “jalisca” a la nieve polvo. “Aguanieve”, copos muy húmedos o nieve mezclada con lluvia, que según tocan el suelo se diluyen y solo mojan. Los copos grandes y secos que cubren con rapidez aquí les llaman “faloupos” o “trapos”.

La nieve impulsada con mucha fuerza por el viento o la “ventisca”, que al golear la cara incluso llega a hacer daño, se la denomina “cirria”. Y “torva” a la nieve polvo que el viento mueve casi a ras de suelo desplazándola de un lugar a otro.

Ya nevó

Cuando acaba de nevar, el silencio es característico. La capa de nieve actúa como elemento amortiguador de los ruidos exteriores y provoca una agradable sensación de calma. Incluso los ruidos que no elimina, los amortigua haciéndolos sordos. Los que tenemos algunos años acumulados recordamos el cambio del sonido del viejo tren minero de la MSP en su discurrir por las vías del valle, según hubiese o no hubiese nieve.

El aspecto general de blancura que lo cubre todo, con la nieve recién caída, es otro de los elementos que produce una sensación gratificante en el espectador. Dos o tres días después, esa blancura empieza a ensuciarse y se disipa el encanto.

Si además se pone de “blandura”. Que suben las temperaturas, hay niebla, viento algo más cálido o llueve. La nieve comienza a derretirse con velocidad y las calles y caminos se hacen casi impracticables llenas de nieve mezclada con agua, “chapacierna” para las calles y “truecha” para los caminos al sumarse el barro. Es tiempo muy apropiado para el uso de las madreñas o las botas de goma, como calzado más práctico.

Si por el contrario tras la nieve llegan las heladas, los caminos y las calles se hacen peligrosos e incómodos. La nieve se fortalece y asegura algo más su permanencia. El sol del día y la helada de la noche se convierten en perfectos aliados, para crear trampas peligrosas para el tráfico y los peatones en cualquier lugar inesperado.

El sol provoca deshielo y agua, que la halada nocturna vuelve a convertir en una plancha de hielo ante la que, ni pericia al volante ni precauciones al caminar suelen servir de mucho para evitar un golpe o una caída. Las personas utilizan como mejor ayuda en su caminar las cachas con regatón o los modernos bastones de montaña.

Ahora los servicios municipales tratan de combatir estos peligros arrojando toneladas de sal por las calles y aceras. Tradicionalmente se utilizaba para combatir el hielo la ceniza de las cocinas y calefacciones, que se arrojaba sobre el hielo para favorecer el agarre del calzado, daba una aspecto sucio y poco estético, pero era muy eficiente.

De los aleros de los tejados cuelgan los “chupiteles”, “carámbanos” o “pirulis”, otro agravante que se suma al peligro de caída de la nieve de los tejados, que pueden producir graves daños a las personas o los vehículos aparcados. Y al caminar por encima de la nieve sentiremos a cada paso el “crujir” o “crepitar”, que nuestro peso provoca sobre la capa blanca del suelo, como si con ellos se quejase porque rompemos parte de su esencia.

Los trabajos de la nieve

Ahora, con las modernas máquinas quitanieves las calles y carreteras se suelen despejar con prontitud y el tráfico apenas se interrumpe en las vías principales como máximo uno o dos días. En ocasiones es noticia que algún pueblo de montaña queda aislado durante varios días y hay que acudir a rescatar a un enfermo.

Hace no muchos años, las dotaciones de estos vehículos eran más escasas y de peor calidad y eficacia. Lo que provocaba que el “espalear nieve” fuese una práctica habitual. La gente acudía en grupos a despejar caminos y carreteras. Y en los grupos mineros los trabajadores despejaban las plazas de las bocaminas, para permitir el acceso a todos los servicios necesarios, y era de gran ayuda en estos casos el agua que salía por las cunetas de la mina, a unos 7º C, que se echaba sobre las vías para eliminar la nieve.

También “espaleaban” los accesos a esos grupos mineros. Y era imagen habitual verlos caminar en grupos en fila india “haciendo huella”, para acudir al trabajo. Esta práctica funcionaba como los ciclistas cuando hacen relevos. El de cabeza se iba relevando, porque es el que mayor esfuerzo tenía que hacer y que además es esfuerzo físico servía además para combatir el frio. Al final dejaban sobre la nieve una senda estrecha que podían aprovechar el resto de vecinos.

Los conductores con experiencia en estas tierras, suelen llevar en sus maleteros una pala para solventar posibles problemas puntuales. Antes no solo era habitual, era obligatorio. Los vehículos altos, básicamente Land Rover eran capaces a ir empujado la nieve en la carretera para avanzar, y corrían el riesgo de “quedar colgados”, Las ruedas pierden el contacto con el suelo firme al acumularse demasiada nieve bajo el coche en la marcha.

Eso exigía usar la pala para eliminar esa nieve y volver a posar las ruedas sobre terreno firme para reemprender la marcha. Otro asunto era el de los camiones o autobuses, vehículos pesados. Un camionero podía, en un trayecto mediano por el norte de la provincia, verse obligado a cuatro o seis paradas, para colocar y quitar sucesivamente las cadenas según el tramo que fuese a pasar tuviese nieve o no.

Las cadenas eran un elemento indispensable en la circulación. Cadenas de verdad, compradas o hechas directamente por herreros, que también eran los encargados de repararlas cuando se rompía alguno de los eslabones y había que recomponerlas.

Y para pasar los puertos, con las referencias de las “miras” para orientar sobre las curvas del camino. Inmensas moles de piedra al lado de la calzada de las que ya quedan pocas en pie, hoy sustituidas por livianos postes con luces reflectantes.

Los juegos de la nieve

Los niños y los jóvenes siempre buscaron el aspecto lúdico y divertido de la nieve. Como pese a todo, la escuela en estas zonas no se interrumpía por una nevada. La salida de clase, los recreos y el tiempo libre eran el momento ideal para los juegos. Unos más dulces o suaves y otros algo más brutos para hoy, pero normales hace unas decenas de años.

“Hacer el santo”, tirarse sobre la nieve virgen con los brazos y las piernas abiertas, por el simple placer de caer en blando o para luego disfrutar contemplando la silueta que el cuerpo marcaba. “Hacer muñecos de nieve” tanto para demostrarnos que sabemos hacer esas cosas, como para competir entre grupos por el mejor diseño. Eran practicas abiertas tanto a niños como a niñas.

Las “pechadas”, bolas de nieve hechas y apretadas con las manos para tirar. Bien para hacer puntería sobre cualquier elemento o para organizar “guerras”, entre barrios o grupos de jóvenes, buscando “parapetos” hechos con la propia nieve o con elementos adicionales como la madera, las chapas de hierro un simple muro.

Normalmente estas batallas se acababan cuando las manos de los luchadores estaban tan ateridas por el frio que ya se convertían casi en elementos inservibles. El sistema para recuperarlas era lavarlas con agua fría y frotarlas con mucho vigor. Si se buscaba calentarlas con rapidez con la cercanía del fuego o sumergiéndolas en agua caliente, el dolor de uñas que este contrate térmico provoca hace que no volvamos a repetir la práctica nunca más.

Otro de los juegos algo peligrosos era el de hacer trampas en las sendas dejadas cuando hacían huella, cavando un hueco y poniendo una pequeña capa de nieve disimulada, para reírse cuando alguien caía en ella.

Y una de las practicas más degustadas por los niños, que hoy ya superan los cincuenta años, eran los “resbalones” o “resbalizos”. Tramos de varios metros de recorrido en carreteras con pendiente o zonas llanas, sobre los que a base de tirarse a resbalar con los pies muchas veces, se lograba convertirlos en autenticas pistas de hielo, por los que deslizarse haciendo equilibrios.

Que luego se convertían en trampas peligrosas durante el resto del día para los viandantes, por lo que a los mayores no les gustaba mucho esta práctica que perseguían a veces con algún “mosquilón” o colleja. O llenándolos de sal o ceniza, y a veces picándolos para dejarlos inservibles.

Augures de la nieve

Desde siempre hemos escuchado frases hechas, casi como refranes que sirven para predecir la llegada de la nieve. Entre esas señales premonitorias, algunas como estas: “cuando al cielo se le pone color de panza de burro, la nieve está al caer”, “cuando las nubes vienen de Burgos, nieva seguro”, las nubes que traen la tormenta o el temporal desde el este poco frecuentes en estas tierras. O el tradicional “Helar y nublar, señal de nevar”. Otro vaticinio de nieve era la luna llena con una aureola luminosa a su alrededor.

En Caboalles de Abajo había un hecho que se consideraba premonitorio de nevadas. Decían que si “de noche aúlla la Devesa” es garantía de nieve. El aullido es el ruido que el viento provoca al pasar por entre los árboles del bosque mixto de este monte, que ocupa todo el frente sur de la localidad.

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